A mediados de los años setenta los pósters eran sentidos y observados como algo más que decoración. En unos expositores de contorno metálico, chasss, chasss, se sucedían el solitario Bob Dylan y los jóvenes «The Beatles», el glamour divino de Greta Garbo y un anuncio de Cristo forajido. Para acentuar los contrastes, las ciclistas esbeltas, rubias y difuminadas de David Hamilton no estaban lejos de unos monigotes con forma de patata que ejecutaban pantomimas, picantes o inocentes, siempre graciosas. Su humor y sus colores eran brillantes. La firma, como los dibujos, era rechoncha: Mordillo.

Guillermo Mordillo Menéndez (Buenos Aires, 1932), lleva más de 40 años instalado en la élite del humor gráfico internacional, como Quino, como Sempé, como Gary Larson... Tardó en encontrar su voz (muda) y su estilo (exuberante). Lo hizo a la mediana edad de 40 años y después de haber cambiado de continente. Mordillo, emigrante en Perú y en Estados Unidos, halló lo que buscaba en París.

El Menéndez de su segundo apellido lo señala como hijo de una asturiana de Sama que acabó en Argentina. «Esto comienza con lo que ustedes llaman la guerra contra los moros» -explica Mordillo, refiriéndose a la guerra de África de 1919-1926-. «El hermano mayor de mi madre se fue con el Ejército y nunca más supieron de él. Cuando el segundo hermano fue llamado a filas, se asustó y emigró solo, desembarcando en Buenos Aires. Más tarde, mandó llamar a dos de las hermanas mayores, porque la situación de la familia en Asturias era muy precaria. Como una de las hermanas no quiso hacer el viaje, la reemplazó mi madre con sólo 18 años».

Son declaraciones al crítico de cómics asturiano Florentino Flórez, profesor de Proyectos de Ilustración y Teoría de la Imagen en la Escuela Superior de Diseño de Palma de Mallorca, que las recoge en el catálogo de la exposición «?Que veinte años no es nada» dedicada al humor de Mordillo. Flórez es el autor del catálogo y uno de los comisarios de esta exposición que permaneció abierta desde el pasado 18 de junio hasta el 6 de septiembre en Casal Solleric, el centro de exposiciones del Ayuntamiento de Palma.

Mordillo, que reside en Mónaco, conserva casa en Palma de Mallorca, donde vivió en los ochenta y donde expuso con éxito sus dibujos hace ahora veinte años, cuando el humorismo gráfico no era frecuente en las paredes de los centros culturales. En el magnífico catálogo, que repasa la vida, reproduce una parte de la obra y analiza el estilo, se detalla el origen asturiano del artista internacional.

«Partiendo de Gijón, la madre de Mordillo cruza el Atlántico en el "Gutenberg", un barco alemán. La travesía duraba prácticamente un mes. "Mi madre llegó a Argentina en 1928, conoció a mi padre en 1930 y se casaron al año siguiente"».

Mordillo nació y creció en Villa Pueyrredón, un barrio de Buenos Aires donde empezó a dibujar mucho de niño, se fascinó con la «Blancanieves» de Walt Disney a los cinco años y vio y leyó a los artistas del tebeo y del humor del país (Dante Quinterno, Alberto Breccia o José Luis Salinas, que están en cualquier enciclopedia mundial del cómic).

Dejó de estudiar a los 13 años para ganarse la vida con los lápices y diplomarse en Ilustración en la Escuela Superior de Periodismo y aún bajo los efectos de la obra de Disney empezó a trabajar como animador en 1950 y a hacer historietas.

Cinco años después emigró a Lima (Perú) donde pasó un lustro trabajando en publicidad y estableció el contacto con la empresa estadounidense Hallmark, famosa por sus tarjetas de felicitación. Como artista de esas tarjetas, siguiendo las indicaciones de la editorial, hizo sus primeros personajes redondos y asexuados para que no se supiera si la felicitación la enviaba un señor o una señora.

Cuando se hartó de la publicidad, Hallmark le ayudó a llegar a Estados Unidos donde retomó su sueño infantil de hacer dibujos animados. Se instaló en Nueva York y fue dibujante intercalador, un trabajo tan pesado como poco creativo, en series de animación como «Popeye» y «La Pequeña Lulú». A los tres años, le apeteció Europa. Un barco le trajo a España donde quiso conocer a los parientes Mordillo que vivían en Madrid y pasó una temporada en Barcelona.

Pensando en instalarse en Londres, se detuvo en París y la ciudad le paralizó. Con 31 años se instaló en una buhardilla de un sexto piso, sin baño, sin armario, sin ascensor y en su primer lunes en la ciudad encontró trabajo en otra compañía de tarjetas de felicitación. Cuando al cabo de dos años pidió un aumento y no se lo dieron probó a publicar chistes mudos. Era marzo de 1966. Acertó: «Paris Match», «Luí», «Elle», luego Alemania, la proyección internacional. Otra vida en la que, además, conoció a Amparo Camarasa, se casaron y formaron una familia.

Encontró la voz tarde, pero su humor de pantomima, que se expresa con la expresividad como sus admirados Chaplin y Buster Keaton y se sustenta en el absurdo, se oye en todo el mundo. Su método de trabajo dedica la mayor parte del esfuerzo a la búsqueda de la idea y buena parte del tiempo a desarrollarla con grafismo y color hasta dar con la forma más expresiva de plasmar la chispa. «Como decía Oski (maestro del humor gráfico argentino), un milímetro a la izquierda o a la derecha y ya no es mi dibujo. A mí me pasa. Me exige muchas horas de concentración».

Su repertorio visual está compuesto por geografías absurdas y geometría redondeada, por selvas lujuriosas, montañas imposibles, ciudades tupidas, donde los personajes patateros conviven con ratoncitos o jirafas. Ha hecho humor de golf (al que juega) y de fútbol (al que jugó), de amor, de objetos desproporcionados, de laberintos que son puro virtuosismo de la línea.

En la actualidad redibuja con nuevas técnicas y mejoras narrativas (cuando es el caso) de sus chistes clásicos.

Mordillo visitó por primera vez La Cerezalina en 1964. Todavía vivía allí su tía Fermina, a la que sustituyó su madre en el barco porque no quiso viajar a América. La segunda vez que regresó al pueblo de sus raíces fue con su mujer y sus hijos. Era 1990 pero para entonces la casa estaba abandonada.

En octubre de 2004 Mordillo recogió en Gijón el premio «Haxtur» al autor que amamos que se concede dentro del Salón Internacional del Cómic del Principado de Asturias. Un reconocimiento que sumó a su impresionante lista de premios.