Esta semana los aficionados y muchos profesionales del cómic se reunieron en Angulema, la ciudad del oeste de Francia que se ha convertido en la villa de la historieta europea, y cuyo festival internacional termina hoy.

Angulema supera los 40.000 habitantes y trampantoja sus paredes medievales con tebeos gracias a veinte grandes murales de cómic. Pronto hará cuatro décadas que se puso al frente de un arte entonces considerado menor que ahora es una gloria editorial y creativa de Francia y estos días, alrededor del salón internacional de la «bande dessineé», con lo que tiene de feria, no hay manera de encontrar hospedaje a treinta kilómetros a la redonda. Sin hablar de precios.

Alfonso Zapico (Blimea, 1981) no tiene ese problema. Está dentro desde hace cinco meses y tiene previsto quedarse un año más. El autor de «Café Budapest» está becado hasta 2011 en la «Maison des auteurs», un semillero del cómic, la ilustración y de los dibujos animados donde se dan condiciones de trabajo, encargos y contacto para creadores de distintos países que en sus ocho años ha acogido a un centenar de creadores.

Ahora mismo, el asturiano de la cuenca del Nalón comparte experiencias con un artista franco-ucraniano en esta casa dedicada a la creación artística, donde la mayoría son franceses, pero hay dibujantes belgas, canadienses, surcoreanos, indios, italianos. Se acercan a la veintena de artistas.

Es otro paso en la singular carrera de este diplomado en Ilustración y Diseño por la Escuela de Arte de Oviedo, ilustrador de libros infantiles para editoriales nacionales y regionales (manuales de texto, dibujos animados, páginas web, ilustraciones?), colaborador de LA NUEVA ESPAÑA, que con su primer álbum de cómic, «La guerre du professeur Bertenev», publicado en Francia por Editions Paquet, recibió el Prix BD Romanesque en el FestiBD Ville de Moulins en el 2007 y que un año después obtuvo el premio «Haxtur» al mejor guión por «Café Budapest» y premio al finalista más votado ex-aequo con Miguel Gallardo («María y yo», «Makoki») en el Salón Internacional del Cómic del Principado de Asturias.

Su estancia en «La Maison des artistes» de Angulema es a cambio de haber tenido un proyecto. «Yo presenté "Dublinés", una biografía del escritor James Joyce que me producía la editorial Astiberri y que espero que salga esta primavera, en mayo. Se trata de una novela gráfica de 180 páginas que comencé nada más terminar "Café Budapest". Ha sido un año y medio de trabajo que me llevó a Dublín, Trieste, París y Zurich, ciudades de Joyce, a documentarme. Presenté el proyecto y algunas páginas y un tribunal de profesionales que se reúne cada cuatro meses en París lo aprobó». El tribunal estaba formado por Lewis Trondheim («La Mazmorra»), Enmanuel Guibert («Las olivas negras»), Denis Lapierre (guionista belga, entre otros de Rubén Pellejero en «El vals del Gulag») y Stephane Lacroix.

Pagándose la comida y la vidilla que quiera darse, Zapico tiene gratis un estudio en una buhardilla, de cuatro por cuatro metros, en un edificio de tres plantas de finales del siglo XVIII.

Su estudio está equipado con ordenador, mesa de luz, tableta gráfica, teléfono... el material que necesita un dibujante para trabajar y, además, espacios comunitarios como la biblioteca de la Bande Dessineé, la más grande de Europa, en la que es posible sacar hasta 15 álbumes de una vez de la inmensa y notable tebeografía franco-belga y que funciona como biblioteca nacional; multicopista industrial y servicios que incluye un abogado al que se pueden llevar los contratos que reciben los dibujantes y lo que suponen los derechos de autor».

Esto último no es menor. El negocio aún conserva su picaresca. Alfonso Zapico se presentó en el cómic con «La guerre du professeur Bertenev», una historia pacifista ambientada en la guerra de Crimea realizada en forma de álbum, en lengua francesa y editada en Suiza. Ha sido su carta de presentación pero tiene serios problemas con el cobro de derechos y la edición en otros países, incluido España donde ha salido hace unos meses, remaquetado y corregido en colores, portada y dibujos por el propio autor.

La relación con otros autores es importante para un historietista autodidacta, como es el caso de Zapico, que trabajaba, además, aislado de los centros de producción historietísticos, sin talleres, editoriales ni tertulias comiqueras. Ahora puede consultar a sus compañeros, aunque los competitivos autores franceses se resisten, en principio, a contar sus secretos de cómo colorean artesanalmente. No así los italianos.

Aparte del aprendizaje -sobre todo del francés, prácticamente la única exigencia- Zapico ha podido seguir haciendo lo de siempre, incluidas ilustraciones y tiras de humor para LA NUEVA ESPAÑA o campañas de publicidad para empresas asturianas: «En realidad es como si hubiera trasplantado mi estudio de Sama. He hecho el mismo trabajo. Este año se instalará en la ciudad Manuela, mi mujer. Los alquileres son más baratos que en Sama. Hay una ayuda universal del Estado y el precio se mueve entre 300 y 400 euros». El artista asturiano puede renovar su relación con Angulema cuatro años más.

«La Maison...» (que dirige una descendiente de españoles llamada Pili Muñoz) es una fábrica que trabaja todo el día, ya que el acceso a la tecnología es de 24 horas, por si quieren trabajar de noche o para horarios del Este. También es un escaparate continuo, ya que los editores tienen acceso directo para contactar con los artistas. Además, en el salón de Angulema, «La Maison des auteurs» expone a sus artistas. Hay ocho páginas de Zapico para que puedan ser vistas por escritores, editores, autores o aficionados.

Zapico tiene un proyecto muy afrancesado, un complejo relato a lo Dumas, que ha despertado el interés de la directora de «La Maison des auteurs». Ha sido pensado para el mercado francés donde la tirada de una novedad dirigida al mercado comercial parte de los 25.000 a los 35.000 ejemplares, algo que en España queda exclusivamente para unos pocos consagrados por años de éxitos. En España, una buena tirada son dos mil ejemplares.

Imparable en su actividad, el dibujante asturiano es cada vez más «monsieur Sapicó».