No pensaba escribir estas líneas. Sencillamente, porque siempre me han disgustado los halagos dulzones referentes a las personas que se jubilan. Pero, después de haber estado en la cena homenaje por la jubilación de los ginecólogos, los doctores Baragaña, Carcedo,

González-Sánchez, Lequerica y Torga, un enorme impulso, que brotó desde lo más profundo de mi corazón, me llevó a sentarme ante el ordenador. Y, de pronto, los pensamientos comenzaron a fluir deseando que los imprimiera en papel. Porque, lo cierto es que no hablamos de unos ginecólogos cualquiera. No, señoras y señores. Ellos son cinco colosos en el campo de la Ginecología, Obstetricia y Patología Mamaria asturiana y española. Y han constituido un pilar básico en la Sanidad Pública de nuestra región.

Opino que el mejor servicio que un médico puede prestar a un paciente consiste en la puesta en práctica de unos conocimientos sólidos y coherentes, respaldados por una personalidad amable, atenta, cariñosa y sensible. En estos doctores todo ello se ha cumplido. Por eso, y, si en el primer instante un sentimiento de pena se apoderaba de mí al darme cuenta del vacío que dejaban en la Sanidad Pública, inmediatamente me ha reconfortado el saber el fruto de la buena siembra que ha quedado. Porque, eso persiste, si se valora. Y de ello no tengo la menor duda. La semilla es excelente. Y lo sé porque, al observarlos, solo veía unos muchachos cargados de sueños ambiciosos, y al mirarlos a los ojos, brillantes como la luz del sol, rebosantes de lágrimas por el cúmulo de las emociones encontradas, pude leer, la gran satisfacción del deber cumplido, fruto de un trabajo gratificante y lleno de sentido. Porque ellos han amado y aman esta profesión, la ginecología, y la han ejercido con amor, buen criterio, mucha paciencia y suprema responsabilidad. Y eso, no hace falta decirlo. Se percibe. Se nota. Y de ello, seguro dan fe los cientos de mujeres que han tenido el privilegio de pasar por sus consultas.

Por eso, queridos muchachos, aunque me consta que seguiréis dando guerra en la medicina privada, en ese descanso que os deja la Pública, disfrutad a tope. Lo merecéis. Yo -y aquí me atrevo a afirmar que pensarán lo mismo las/os ginecólogas/os que han estado con vosotros- siento un enorme orgullo por haberos tenido como maestros. Sois unos fenómenos. Infinitas gracias por ese montón de enseñanzas, pero, sobre todo, por vuestro entusiasmo.