Las bacterias tienen una gran ductilidad genética para adaptarse al medio y ahí reside su fuerza, la nuestra en la independencia de él. Convivimos con ellas, la mayoría de las veces en buena armonía, incluso en simbiosis, pero a veces se vuelven nuestras enemigas. En esos casos las tratamos sin piedad. Y ellas se defienden del bombardeo de antibióticos con las armas que tienen. La presión a la que se las somete las obliga a multiplicar las mutaciones cuando se dividen para sobrevivir. Algunas pueden resultar en la creación de un modo de anular el antibiótico. Es la resistencia. Pero esta no es la forma más frecuente de crear estirpes de bacterias resistentes. Suele ocurrir por selección de las más aptas para ese medio, el que ahora tiene antibiótico. Estaban ahí pero había otras con una configuración genética que las hacía más capaces de crecer y multiplicarse en el medio sin antibióticos. Muertas en combate porque no saben defenderse del medicamento dejan el campo libre para las cepas resistentes.

En la naturaleza hay ciertas partículas biológicas que son capaces de entrar en la célula e incrustar todo o parte de su constitución genética en los cromosomas del huésped. La ingeniería genética se vale de este artilugio para introducir modificaciones. Lo mismo ocurre en el medio natural: una de estas partículas puede trasportar genes de resistencia de una bacteria a otra. Es lo que se llama transferencia horizontal. A partir de ese momento, toda la descendencia de esa bacteria, que pueden ser millones en poco tiempo, portará el gen de resistencia.

Siempre me he preguntado qué bien hizo Fleming en la parroquia de Limanes, cerca de Oviedo y más conocida por su cerámica enengrecida de Faro, para que le hubieran erigido una estatua cerca de la iglesia, el primer reconocimiento público en Asturias de este gran benefactor de la humanidad. Entonces la penicilina barría los gérmenes sobre los que tenía capacidad de actuar. Todavía sigue siendo uno de los mejores antibióticos cuando el microbio es sensible, pero pocos lo son. El estafilococo aureo es uno de los gérmenes que más infecciones causan. La penicilina los mataba con facilidad. Pero ya en 1947, solo cuatro años después de que comenzase su producción en masa, aparecieron resistencias. Hubo que modificar algo la molécula para crear la meticilina, menos mortal para los microbios y con toxicidad renal; felizmente hay otros de su familia menos peligrosos. El problema es que en 1961 se detectó un estafilococo también resistente a la meticilina. Es una muestra de la carrera entre la investigación médica y la biología, muchas veces aderezada por el comportamiento humano no siempre responsable. Cada vez hay más estafilococos resistentes a meticilina, gérmenes muy agresivos, difíciles de erradicar y por tanto, causantes de muchas muertes. Baste saber que entre 1991 y 1999 la proporción de sepsis, es decir, de infecciones generalizadas graves, por este germen subió del 4% al 31%. Los estudiosos lo atribuyen al uso masivo e inadecuado de los antibióticos potentes llamados de amplio espectro. Ocurre que el médico ante la duda usa metralletas para matar algo que puede hacer con escopeta de perdigón. No le va mal a la farmaindustria, el paciente se cura pero las bacterias aprenden- y la factura médica se incrementa.

Hace uno 15 años la Unión Europea quiso prohibir la carne procedente de animales que hubieran sido tratados con antibióticos en ausencia de enfermedad. Se calcula que más del 70% en volumen de los antibióticos producidos en EE.UU. se usan de esta forma: para engorde. Y es que por razones que no entendemos bien, quizá por modificaciones de la flora intestinal, los animales ganan más peso y más rápido. EE.UU. se opuso terminantemente a esa prohibición que afectaría a sus exportaciones de carne y ni siquiera aceptó la propuesta de etiquetar la carne señalando esa característica.

Se quería prohibir porque el uso masivo a bajas dosis de antibióticos en la alimentación animal selecciona las cepas más resistentes y hoy creemos que es la causa principal de que cada vez haya más microbios inmunes a muchos antibióticos. Varias asociaciones científicas americanas han solicitado la supresión de todos los usos no terapéuticos pero las industrias de alimentación animal y farmacéuticas han presionado duramente para evitar estas regulaciones. Creo que están perdiendo la batalla y que pronto veremos su total prohibición.

Pero no son sólo los ganaderos los que usan inadecuadamente los antibióticos. Médicos y pacientes los usan en exceso. La resistencia a antibióticos es un fenómeno natural, una muestra más de la pulsión por la supervivencia de las especies. Probablemente no podamos evitarlo, pero si podemos reducir su extensión e impacto. Menos es más, decía el arquitecto Mies Van der Rohe. En medicina también. Hacer bien lo que hay que hacer: l antibiótico justo, el más específico y sólo cuando es necesario.