«Siempre se dice que no se aplauda, pero la gente se emociona y lo hace? y los primeros en aplaudir son los curas», explica con gracia Armando Raposo, un santiagués que empezó a trabajar en la Catedral «en el año santo de 1948». Es el responsable de los tiraboleiros y toda una institución en la catedral de Santiago, no en vano lleva casi 60 años poniendo en funcionamiento el botafumeiro. Aunque está jubilado, a sus 79 años sigue dirigiendo las operaciones del equipo de tiraboleiros, formado en la actualidad por ocho personas, y es el encargado de frenar el gran incensario en una maniobra que tiene mucho de arte.

Aunque algunos han visto en el origen de la palabra «tiraboleiro» una alusión a los nudos de las cuerdas de las que tiran los encargados de mover el botafumeiro, el deán de la Catedral, don José María Díaz, explica que, en realidad, «es una palabra degradada que viene del latín "turibulum magnum", que significa gran incensario».

Los tiraboleiros, que desempeñan además otras tareas en la sacristía o en el museo catedralicio, tienen edades comprendidas entre los 25 y los 60 años, y la mayoría son veteranos en estas lides: el último se incorporó hace diez años. Cuando llega alguno nuevo, durante las vacaciones de los titulares, el responsable se encarga de prepararlos «como si fuese el monitor de un gimnasio».

Hace tres años, el botafumeiro -que ahora es de latón plateado- fue desmontado en Madrid, donde le hicieron una reposición de seguridad, cambiando las anillas y las tuercas deterioradas. También se sustituyó la cuerda, «que fue donada por un señor de Valencia», relata Armando Raposo.

El responsable de la «maniobra aérea» -como le gusta decir- conoce todos los pormenores de un rito único en el mundo. El botafumeiro pesa 60 kilos, por lo que exige a los tiraboleiros un gran esfuerzo y coordinación. «Hace falta fuerza para moverlo, pero además deben tirar todos a la vez?», explica Raposo, y compara su misión con la de un capitán que dirige la instrucción de los soldados para que todos vayan al unísono.

Según un estudio del Instituto de Investigaciones Tecnológicas de la Universidad de Santiago, el procedimiento de oscilación del botafumeiro es, desde el punto de vista físico, un ejemplo de amplificación paramétrica mediante bombeo. Los autores del estudio sostienen que la maniobra de bombeo no ha sido siempre la misma a lo largo de la historia, sino que se ha ido refinando «de manera totalmente empírica por los diferentes equipos de tiraboleiros hasta la solución óptima de nuestros días». Se trata de un procedimiento cíclico de bombeo «que consiste en incrementar y reducir la longitud de la cuerda sucesivamente en puntos críticos de la trayectoria, introduciendo (o extrayendo) energía al sistema». La cuerda que lo suspende es en la actualidad de material sintético, mide 65 metros, tiene 5 centímetros de diámetro y pesa 90 kilos. Anteriormente las cuerdas se hacían de cáñamo o de esparto.

El movimiento del botafumeiro puede alcanzar los 68 km/h en su desplazamiento por el transepto de la Catedral, desde la puerta de Azabachería hasta la de Platerías, describiendo un arco de 65 metros y con alturas máximas de 21.

A lo largo de la historia de esta peculiar ceremonia, que se remonta a la Edad Media, ha habido algunos accidentes. Uno de los más sonados fue el ocurrido en 1499 durante una visita de la princesa Catalina de Aragón. El botafumeiro se desprendió de la cuerda y salió disparado por una ventana de Platerías, sin que afortunadamente se registrasen heridos. Otros siniestros similares se registraron en 1622, en 1925 y en 1937, también sin heridos.

En los casi 60 años que lleva accionando el mecanismo, Armando Raposo no ha sufrido ningún accidente. Es fundamental que todo esté controlado, vigilando siempre para que nadie pase por delante del gran incensario cuando se pone en movimiento. Después está pendiente de la altura que va alcanzando el botafumeiro, y «cuando veo que se dispara demasiado, los mando parar». Más de una quemadura sí que se ha llevado cuando salta alguna brasa, pero, «sobre todo, cuando prende la llama al echar el incienso».

El espectáculo del botafumeiro puede contemplarse en diversas misas solemnes a lo largo del año, o cuando algún grupo de peregrinos lo solicita previo pago de 300 euros, que se destinan a pagar al personal y como limosna. El resto de los días es sustituido por otro incensario conocido como «La Alcachofa», de metal blanco.

Encargado también de labores de protocolo, Armando Raposo ha visto pasar por la catedral compostelana a reyes, jefes de Estado, presidentes de gobierno «y, claro, al Papa Juan Pablo II». Ahora está ilusionado con la visita de Benedicto XVI en noviembre, ante el que espera poner en funcionamiento el botafumeiro en una ceremonia «única en el mundo y que por eso atrae a tanta gente».