Frank Frazetta, el ilustrador que hizo de Conan el bárbaro que conocemos, murió el pasado día 10 a los 82 años en Fort Myers (Florida) de un derrame cerebral. Fue un gigante del arte de la ilustración popular del siglo XX como portadista de novelas baratas, de revistas de historietas y de discos, como cartelista de cine y como renovador visual del género fantástico. Dotado de una técnica magnífica con la tinta y con el óleo, su confianza en sí mismo le puso a trabajar en distintas industrias sin dejar de vivir «si hacía sol fuera». Su condición física estuvo a punto de convertirle en un profesional del baloncesto y, años después, de matarle por trabajar en condiciones insalubres.

Eleanor, su esposa, supo convertirle en un buen negocio aprovechando el éxito de su arte en los años dorados del póster en la habitación juvenil. Sus originales se subastaban en Christie's y Sotheby's por disparates hace ya 20 años. El guitarrista de «Metallica» pagó un millón de dólares por un Conan. El «heavy metal» puso banda sonora a la estética de este neoyorquino de origen siciliano. Sus últimos años hasta el retiro estuvieron marcados por la pérdida de movilidad en la mano derecha que equilibró dando destreza a la zurda. En 2009 enviudó y a eso se atribuyen problemas entre sus cuatro hijos por los derechos y los originales del autor.

Frazetta fue un niño prodigio que creció cuando los pulps -las novelas populares- lucían sus portadas coloristas y sensacionalistas y los periódicos introdujeron en sus suplementos dominicales los personajes de cómics aventureros, fantásticos y exóticos. Portadas de «La Sombra» y «Doc Savage» y páginas dibujadas del «Tarzan» de Hal Foster y el «Flash Gordon» de Alex Raymond.

A los 8 años ingresó en la Academia de Bellas Artes de Brooklyn, un piso de tres habitaciones donde 30 alumnos de todas las edades eran atendidos por Michele Falanga, un profesor al que deslumbró aquel niño. Después de cuatro años bajo su tutela, cuando estaba tramitando que el chaval pudiera formarse como artista en Italia, Falanga murió y Frazzeta se quedó sin plan, en una familia siciliana unida y en un Brooklyn macarra donde se comportó como un solitario peleón que se debatía entre el deporte y el arte hasta que eligió dibujar.

Una anécdota fanfarrona, de su ego potente: a la vista de sus primeras páginas otro artista le recomendó que estudiase anatomía y le prestó un libro sobre cómo dibujar la figura humana. Frazetta se lo devolvió al día siguiente. «Ya sé anatomía», dijo. Había pasado la noche entera copiando el libro. La anatomía y el dinamismo son dos características de su estilo. Tiene un canon propio, no tan singular en sus machos musculosos, como en sus hembras culonas a las que el óleo parece sugerir hasta la celulitis que tendría una mujer real. Le gustaban así. Así era Eleanor Kelly a los 17 años, cuando le retiró del ligoteo promiscuo: «guapa, atlética, inteligente y descarada». En 1952, cuando conoció a la mujer de su vida, Frazetta tenía su propia tira de periódico, «Johnny Comet», que ni duró demasiado ni salió en muchos diarios.

El niño prodigio acabó convirtiéndose en dibujante fantasma: ayudó a Dan Barry en «Flash Gordon»» y dibujó durante 8 años las páginas dominicales de «Li'l Abner», la aguda serie satírica de Al Capp, un judío talentoso, neurótico, cojo y atrabiliario. Cuando Capp amenazó con rebajarle el sueldo a la mitad se fue a la calle confiando en su capacidad. Con 36 años y familia al cargo no acababa de conseguir un trabajo y menos proporcional a sus capacidades. Pero estaba a punto de llegar. Las novelas populares entre las que había crecido se reeditaban en libro con portadas nuevas. La que hizo para «Tarzan» en 1962 le centró en el oficio donde desarrollaría su mundo artístico: La ilustración. Las portadas de Frazetta vendían más novelas.

Y uno llevó a otro. El editor James Warren, con sus revistas de monstruos del cine e historietas de terror, plantó a Frazetta en los kioscos. Una revisión nostálgica devolvió a la imprenta «Conan», un bárbaro cuyas historias habían sido muy famosas en los años treinta, hasta el suicidio de su autor, Robert E. Howard en 1936. Para volver a ponerlas en la calle ficharon a Frazetta: le pagaban el doble que en la editorial de Tarzan y le devolvían los originales. «Tenía algo que demostrar. Los honorarios eran de otro calibre y me trataron con respeto. Estaba dispuesto a hacer un buen trabajo». Lo hizo. En 1966 la portada de «Conan el aventurero» conmocionó al oficio y puso el personaje en órbita. El Conan que lleva casi medio siglo de continuidad en libros, tebeos, películas, muñecos y videojuegos viene de la brutalidad, las proporciones, la iluminación y las ambientaciones con que lo plasmó Frazetta.

Al fin reventaba el artista. Dos años antes una caricatura del batería de los Beatles, Ringo Starr, publicada en la revista satírica «Mad» llamó la atención de la productora cinematográfica United Artist y le encargaron el cartel de «¿Qué tal Pussicat?», comedia disparatada escrita por Woody Allen e interpretada por Peter O'Toole y Peter Sellers. «Me pagaron tanto por un solo póster que de repente se acabaron los problemas financieros».

Publicidad, cine, portadas fueron haciendo una obra que los aficionados querían tener y que rentabilizaron fundando Frazetta Prints que editó y comercializó pósters y porfolios de los que se vendieron centenares de miles. El ilustrador ganó fama mundial por su propia visión «fantasy» que establece un antes y un después.

Frazetta tiene unos acabados sueltos, unas composiciones impecables y una energía inimitable y es muy narrativo: hay un mundo en cada ilustración y el instante que recoge sugiere una era. Es un «imaginador» de imágenes con su violencia, su erotismo, su salvajismo y su «kitsch». Bárbaros decapitadores con hacha de doble filo sobre un montón de cadáveres del que emerge la mujer protegida. Mujeres desnudas al claro de luna tan selváticas como su entorno, solas o acompañadas por grandes felinos o lagartos gigantes, exploradores espaciales atacados por naves enemigas... Su Mensajero de la Muerte, siniestro jinete de ojos rojos cubierto por un casco que le enmascara y una armadura que le blinda, siempre en escenarios desolados e infernales fue convertido en novelas y cómics, aunque los primeros no gustaron al público y los segundos no gustaron a Frazetta. La sugerencia está en las ilustraciones. Su influencia en dibujantes de cómics e ilustradores no tiene cuento ni fronteras.