-Niño en la guerra. ¿Recuerda algo?

-Vivíamos en el Naranco, en la misma casa que Juan Luis Cabal. Enfrente estaban sus padres, los también periodistas Constantino Cabal y Mercedes Valero, amigos de mi familia. Una cabra nos daba leche. Cuando un cañonazo hacía un agujero en el suelo, los niños jugábamos a meternos dentro. Un día bajamos del Cristo de las Cadenas agachados porque silbaban las balas. A finales de 1936 nos llevó un camión a Pola de Allande y a mi madre, que era maestra, le dieron la escuela de Bendón. La memoria es extraña. Medio siglo después regresé con mi mujer y recordaba la casa donde pasamos la guerra. La última vez que vi a mi padre fue en 1937. Llegó a casa a caballo. Volvió para Oviedo a la mañana siguiente y yo eché a correr detrás de él. Murió poco después en la defensa de Oviedo, en San Pedro de los Arcos.

-¿A qué se había dedicado?

-Contratista de madera. Mis padres eran cántabros. Josefa Abascal, de los Corrales de Buelna, y Fidel Vélez, de Camaleño (Potes). Los trajo a Asturias un destino de mi madre.

-Su madre, viuda, con 7 hijos y una escuela en la guerra y en la posguerra...

-Luego le dieron Argancinas y la recua de hermanos vivíamos en Pola de Allande, en una casa de piedra que le pasa agua por debajo, a cargo de Julia, mi hermana mayor, de 16 años. Luego Julia regresó a Oviedo... más tarde Manolo. Los demás marchamos con mi madre a Labra (Cangas de Onís). Mis hermanos Fidel y Milagros, nacida en Pola de Allande, fueron a Corrales de Buelna con mis tíos y abuelos maternos. En Labra quedamos con mi madre Satur, Agripina y yo.

-¿Cómo regresó usted a Oviedo?

-A los 12 años, atraído por mi hermano Manolo -que ya murió- que trabajaba en «La papelera montañesa» de la calle Gascona 7, donde empecé a andar a recados. Ya en Pola de Allande con Marcelino Galán, el telegrafista, veía llegar al almacén de abastos el azúcar negra en un camión, que descargaban a paladas y hacía vales a máquina, los cortaba con una tijera y los sellaba. A los 14 años me enteré de que había plazas para educandos en la banda de música del cuartel de Milán. Pasé por todos los instrumentos sin lograr tocar ni uno. Acabé de asistente del director, Vicente Santimoteo Maderuelo, años después director de la Orquesta Sinfónica Provincial y el que hizo la música del carillón de la Caja de Ahorros. Un magnífico profesor que no tiene calle en Oviedo.

-¿Por qué empezó en la fotografía?

-Por subsistencia. Trapicheaba con todo y como mi hermano se dedicaba a la fotografía me dediqué a «fusilar» soldados. En los años cincuenta me dejaron un cámara Reina Cross -que conservo- y empecé a hacer fotos en romerías y en bodas. No había «flash» sino fogonazo de magnesio. Cuando saltaba la luz cerrabas el objetivo. Luego las cámaras incorporaron una especie de mechero sincronizado al disparo, pero producía humo y molestaba en las iglesias y banquetes. La película escaseaba y se adaptaba la de 6x9 a 35 mm. Había muchos fotógrafos de calle que retrataban a gente sentada, grupos, parejas y por Ramos y Semana Santa hacían fotos en las iglesias. Tres fotos, 5 pesetas que equivalían a 20 periódicos o 20 cafés. Cuando abrió el Club de Tenis pasaba a hacer fotos y gané clientes entre la burguesía de Oviedo. Me hice la primera ampliadora con una lechera, un cristal esmerilado, un carril de madera de soporte de la película y una máquina antigua con cuyo objetivo enfocaba.

-Estudiar, poco.

-Salí de la mili bien preparado, hacía fotografías y leía lo que podía sobre fotografía porque no tenía ni puta idea. Compré un diccionario para evitar faltas de ortografía si tenía que escribir. Estudié por libre para sacar el título de Bachiller, pero nunca me examiné. A los 16 años me aficioné al teatro y después del Campoamor iba al bar Paredes, donde me hice amigo de Ricardo Vázquez Prada, que era director del diario «Región». Empecé a ir a la peluquería Calzón -entonces la gente se afeitaba fuera de casa- y allí me enteraba de cuándo había fotos que hacer en el Club de Tenis. Un día vi a un lacero municipal cazando un perro, le hice unas fotos y le seguí hasta San Lázaro. Se lo comenté a Ricardo, que me las compró y publicó. Trabajé con él; era muy buena gente.

-Tenía leyenda negra y todo.

-No es verdad. «La Guaxa», que era corresponsal de Pola de Siero y vendedora, se defendía mal económicamente y a veces no mandaba el dinero de las ventas. En administración ordenaban que no le enviasen más periódicos y Ricardo se los llevaba en su coche. Hubiera sido un periodista importante en Madrid. A muchos periodistas el sitio les queda pequeño. No era un director de periódico, pero sí alguien muy cercano a la gente y muy defensor de los futbolistas.

-¿Cómo eran «Región» y el oficio?

-El periódico estaba en la calle Melquíades Álvarez, al lado de Transportes Falagán, y tenía a Sierra de fotógrafo. Hice muchas bodas con Mercedes Valero. Como era colaborador, me buscaba la vida: casas que estaban a punto de caer, cosas extrañas. Mi idea era sacar lo que pasaba, sin modificarlo. Respetaba la solemnidad donde la había, pero si los novios estaban alegres lo sacaba así. A veces gustaba, a veces no.

-¿Aprendió de alguien el oficio?

-De nadie. En 1961 el portugués Henrique Galvão (del Directorio Revolucionario Ibérico de Liberación) secuestró el transatlántico «Santa María». (Acabó rindiéndose y pidiendo asilo político en Brasil). Los tripulantes y pasajeros volvieron en el «Vera Cruz», que atracó en Vigo. Iban doscientos asturianos. Le dije a Ricardo que había que ir a Vigo y salimos en su Seiscientos a las 10 de la noche, con dinero mío. Paramos en Cornellana, en Casa Grana, tomamos unos bocadillos de carne y unos cafés dobles, y compramos dos bocadillos más para el camino. Yo aún no sabía conducir y me dormí. Desperté ciento y pico kilómetros después y pregunté por los bocadillos. «Habrán caído», zanjó Ricardo. En Vigo había periodistas de todos los medios. Yo escondía la cámara y nunca me identificaba. Le comenté a un guardia: «Estos periodistas pelmazos andan buscando a los tripulantes». Me contestó: «Están ahí, pero no se lo vamos a decir». Fui a donde había indicado, hicimos el reportaje, volvimos... Tardé dos meses en cobrar los gastos.

-Su picardía le dio fama.

-El accidente de la Fábrica de Explosivos de la Manjoya en 1957 rompió cristales de medio Oviedo hasta la calle Cervantes. Julio Gés y yo entramos saltando un muro.

-Julio es muy cojo.

-Pues saltó y pasó, y vimos cadáveres en los árboles, restos de personas... Acabé el carrete del partido en Santander que no había revelado, lo guardé, puse otro y seguí disparando hasta que la Guardia Civil me lo quitó. Me lo devolvieron al día siguiente. Intervino a favor Alejandro Fernández Sordo.

-Delegado provincial de Información en Asturias, censor que dejó pocos amigos.

-Tenía LA NUEVA ESPAÑA como su casa y llamaba al resto de los periódicos y decía «no des esta noticia». Francisco Carantoña, director de «El Comercio», siempre le contestaba «ya la quité yo». Un día le telefoneó: «Del barco ruso en la Línea de la Concepción, nada» y Carantoña «ya lo quité yo». Y Fernández Sordo: «Pues te jodes, porque no hay tal». En el descanso de una ópera «Carmen» en el teatro Campoamor, cantada por una soprano brasileña, Franco tomó champán con los artistas. Me di cuenta, me colé, disparé, nadie me dijo palabra, pero Fernández Sordo pidió los negativos y no salió ni una foto.

-La mayor parte de su carrera está en LA NUEVA ESPAÑA.

-No quería marchar de «Región» pero me hizo una oferta Paco Arias de Velasco.

-Fundador y director del periódico.

-De Radio Oviedo (Radio Falange) y directivo del Real Oviedo y sin calle en la ciudad. Le gustaban los jóvenes creativos y eligió a los mejores. Con Juan Ramón Pérez Las Clotas hizo un periódico culto. Luis Alberto Cepeda también fue importante, buena gente y buen profesional... Paco era un gran «machacador» -iba a «machacar» a Avilés- pero eso tampoco es un defecto. Me ofrecía más y 7.000 pesetas si obtenía el carné de periodista. En «Región» Ricardo me dijo: «Coño, grandón, si te dan más, marcha». El gerente, don Enrique, quiso retenerme: «No marche, que se le quiere».

-¿Cómo era LA NUEVA ESPAÑA en 1963?

-Un pasaporte, una forma de hacer periodismo que no sabía que existía. Me encargaron una corrida: «Que administración te saque la entrada y que te acrediten para el callejón». Nunca me habían tratado así.

-Casa grande.

-Para hacerse una idea de a qué estaba acostumbrado en «Región», me enteré en el bar Paredes de que el torero Dominguín y el ministro Gregorio López-Bravo estaban de caza y pesca por los Picos de Europa. Avisé a Manolo Avello. «¿Y cómo vamos?», me preguntó. «En taxi», respondí. «Nos van a matar». Tenía que ir guardando recibo de todo. Llegamos a Poncebos y, camino de Bulnes, a Manolo le dio una taquicardia. Subí solo. Cuando los avisté, la Guardia Civil me impidió pasar. Clamé a López-Bravo y dio permiso para que subiera: hice fotos, contestó unas preguntas, bajé, se lo conté a Manolo, lo escribió. Esa noche dije a los de LA NUEVA ESPAÑA: «Mañana os machacamos». Me faltaban dos semanas para entrar, pero no podía traicionar a «Región».

-¿En LA NUEVA ESPAÑA qué hacía?

-Recorrer Asturias en busca de reportajes con Graciano García, Diego Carcedo y Juan de Lillo en un Dodge con chófer. Al principio, mis cosas. En la corrida, seguir al hombre que fumaba cinco puros; en los actos, fijarme en que el presidente de la Diputación, López Muñiz, tenía costumbre de rascarse el culo. Años después, a uno que se metió en política le saqué el cartel de «Vota a fulano» debajo de otro con un payaso de circo y nadie se dio cuenta. Bueno, él sí, que me llamó «mal nacido». Hoy soy íntimo de uno de sus hijos. Sí, tuve encontronazos con Fraga porque vino a pescar, comimos con él y cuando le hicimos la primera pregunta para la «Hoja del Lunes» respondió: «He venido a descansar». Posé la cámara y marchamos. Me echaron de un viaje del Caudillo porque me engarré con un policía en Covadonga subiendo a la cueva.

-¿Pasó miedo alguna vez?

-Las pasé canutas como delegado de «Europa Press». Había una huelga muy prolongada en las cuencas mineras, después de las del sesenta y dos, y me acerqué con mi 850 coupé rojo -que lo llamaban «el condón» porque lo compraban los pijos-, llegué a la puerta del pozo María Luisa, me hice el distraído con el paisano que había a la puerta y dije que iba a hacer fotos del paro. Poco después me llamó Fernández-Ladreda, que era jefe de Tráfico y me advirtió de que iba a tener problemas por darme a la fuga de la Guardia Civil en Ciaño. Como no lo había hecho, me presenté en el cuartel y me encontré, vestido de cabo, al tío que estaba a la puerta del María Luisa. «¿Pero usted está todavía libre?», dijo sacando el mosquetón como para pegarme. Salí, vine al cuartel de Pumarín de Oviedo, hablé con el coronel jefe, Nieto, al que años después le mató ETA a un hijo, y presenté un pliego de descargos. No podía dormir. Meses después, en febrero, hubo un accidente en el Naranjo de Bulnes y nos subieron en helicóptero para hacer las fotos. No nos matamos de milagro. El piloto nos advirtió: «De esto ni palabra». Cuando bajamos, el coronel de la Guardia Civil ni me saludó. Se me acercó un chófer del cuerpo y me dijo que el coronel me esperaba en el bar. Temí lo peor, pero me recibió y me dijo que también había «guardias civiles deshonestos». Hasta que se resolvió las pasé canutas.

-Usted era un gráfico con rango de periodista.

-Iba, veía y escuchaba. Cuando vino Laureano López Rodó a La Granda sólo dejaron entrar a los gráficos y fotografié una cartera que decía «III plan de Desarrollo», algo que en la rueda de prensa ocultaron.