-Nací en 1928, en el Hospicio de Oviedo (hoy hotel de la Reconquista). Mis abuelos echaron a mi madre de casa. Eran dueños de la camisería Manolín, en la calle Corrida de Gijón, y no querían una hija a la que un obrero había hecho madre soltera. A los cinco días mi madre regresó a Gijón conmigo y se estableció en una tienda de alimentos de la calle Langreo. Mis padres se casaron en 1935, cuando murió mi abuelo, el que ponía impedimentos. Mi padre -trabajador de Electroníquel- era una buena persona. Vivíamos frente a la Casa del Pueblo. Al comienzo de la Revolución de 1934 me impresionó ver los camiones cargados de «rojos» que salían de la cárcel y cómo se abrazaban a sus familias.

-¿Había en casa lío religioso o político entre el obrero y la pequeñoburguesa?

-No, mi padre, Antonio Nebot, ingresó en la UGT pero no estaba muy ideologizado. Se hizo más combativo después. Encima de casa estaba la sede del Partido Comunista y mi madre echaba pestes del ruido que hacían. Una vez cantó coplas Angelillo y abarrotó.

-¿Pasó la Guerra Civil en Gijón?

-Sí. Mi hermana Ana María, que vive en Gijón, nació en 1936. Cuando bombardeaban, íbamos a los sótanos del número 2 de la calle Langreo y mi abuela nos contaba cuentos. Estudiaba en la escuela de la calle Cabrales y pasé un bombardeo en el refugio de la cuesta de Begoña, un túnel donde está el hotel Hernán Cortés. Al salir, me dijeron que había caído una bomba en mi casa. Cuando llegué, estaba acordonada. Mi madre, Consuelo, salvó a mi hermana cubriéndola con su cuerpo. Ella recibió el impacto de los cascotes y del cielo raso.

-¿Pasó miedo durante la guerra?

-Cuando acabó. Los «moros» desvalijaron la tienda de mi madre. Una vez, mi madre lo denunció y un teniente los sacó a latigazos. Mi padre no combatió porque veía mal, pero lo buscaban varios falangistas, entre ellos un limpiabotas de bigote. Buscaban armas, que nunca tuvo, pero tiraron las estanterías y encontraron la cubertería de plata que mi madre, ingenua, había escondido entre la arena de fregar y se incautaron de ella. Mi padre había enviudado antes de casarse con mi madre y lo denunció su anterior cuñado diciendo que era de UGT y de izquierdas. Pasó año y pico en el Cerillero, encerrado como sardina en lata y castigado a desescombrar Gijón. Estuvo con él Antonio Medio, un barítono famoso al que había denunciado un falangista que había pretendido a la que era su mujer. A Medio lo sacó el boxeador Paulino Uzcudun, que lo conocía.

-¿De qué vivieron?

-Mi madre era muy dinámica y vendió hortalizas en el Mercado del Sur. Mi padre entró en la mina de La Camocha de electricista y lampistero, lo que lo mataría de silicosis, y arreglaba cosas en casa. Yo iba a la rula. Las lanchas regalaban chicharro y, a veces, quedaban pescados sueltos en las cajas de la pesca de altura. Cogí uno muy malo, pero mi padre me animó y dijo que lo prepararía con patatas. Volví. Era un rapacín pecoso que ayudaba en la descarga y le hice gracia a una encargada de barcos, y me daba merluzas, besugos, calamares que mi madre vendía? Fuimos a vivir a la travesía de la Catalana (hoy Aquilino Hurlé), en el barrio de La Arena, en un edificio de tres plantas cerca de Chocolates Kike con todo huertas alrededor. Entre el carbón de mi padre, mi pescado y que mi madre era sastra nos arreglamos.

-¿Hasta cuándo fue a la escuela?

-Hasta los 12 años. Fui de recadero a una sastrería de la calle del Instituto y el dueño me ordenó que limpiara los cristales. Como no llegaba, me dijo: «Vuelve cuando crezcas». Eso me picó en el orgullo. Entré de chico para todo en Foto Ceñal, calle Jovellanos, a 2 pesetas diarias. Diez meses después me fui a Foto Leuman (de Manuel) que era el mejor. Me probó, le gusté, me pagaba 5 pesetas diarias y yo era el rey de los chavales de mi edad. Allí trabajaba Dolsé. Leuman era de izquierdas, y Dolsé falangista. Durante la II Guerra Mundial, Dolsé colocó un mapa de Europa en la pared y marcaba con chinchetas el avance de los alemanes. Discutían. Cuando los aliados dieron la vuelta a la guerra, Leuman colocó chinchetas del avance aliado y en una de las peloteras Dolsé abandonó la tienda y se independizó.

-¿Usted sabía que quería ser fotógrafo?

-No, era muy aficionado a los toros, inventé varios sistemas para colarme en la plaza, y a los 16 años escapé a Salamanca para ser torero. Me trajo de vuelta la Guardia Civil. Leuman llegó a pagarme 49 pesetas semanales, pero mi madre quería que ganara más y estuve año y medio en la construcción, primero con un pequeño contratista y luego levantando las casas de La Camocha, donde más tarde vivieron mis padres. Fui voluntario a la mili, tres años papando guardias día sí, día no, pero durmiendo en casa.

-¿En el cuartel de Simancas?

-Y en la cárcel del Coto, y en la base de artillería del cerro de Santa Catalina. En una guardia llamé «cobarde» a un guarda que pegó a un preso. Mosqueé a un sargento loco que volvió de la División Azul con metralla en la cabeza. Emplazó una ametralladora y nos obligó a cargar fusiles y que, con una manta, hiciéramos retén alrededor de la cárcel. Nos pegó a varios y lo denunciamos a un alférez. Me recomendaron que buscara otro sitio porque me iban a odiar todos los sargentos y brigadas. En Oviedo necesitaban mecanógrafo en el Gobierno Militar, en la calle Toreno. Ni sabía mecanografía ni me hizo falta. Un teniente que necesitaba unas copias de fotografía se enteró de que por las tardes era retocador de negativos y quedé el resto de la mili en la zona de reclutamiento de la calle Campomanes. Cuatro meses antes de licenciarme, me instalé en Grado, en lo que había sido un estudio de Dolsé.

-¿Tenía novia?

-María Isabel, Maribel, que vivía en Trascorrales. Era hija de un ferroviario con problemas respiratorios al que le lograron un destino en Alicante. A los quince días de llegar, lo atropelló una locomotora y lo mató. Eso aceleró nuestros planes de boda. En 1953 me casé en Alicante. Fuimos a vivir a la calle Bermúdez de Castro, de Oviedo. Yo trabajaba en el estudio de Grado los días de mercado, miércoles y domingo, y en Oviedo, en un cuarto de un piso de la calle Magdalena que era peluquería, hacía fotos para el carné de identidad y la cartilla de racionamiento. Compraba los impresos y, como había muchos analfabetos, los cubríamos. Por 50 céntimos, los firmaba y sellaba el alcalde de barrio de la calle Covadonga. Hacía entre 60 y 70 fotos al día. Eso enfadó a la competencia y alguien me denunció, me expliqué en el Gobierno Civil y no pasó nada. En 1957 fuimos a vivir a Grado y empezaron mis actividades sociales organizando un orfeón mixto de cincuenta voces. Fui a ver al alcalde y Mendíbil me prometió un permiso para un local de ensayos y unos uniformes. En julio de 1958, durante las fiestas, presentamos el orfeón cantando ante una plaza abarrotada y sin uniforme -proclamé- «porque el alcalde no cumplió su promesa». El párroco se escandalizó de que el coro fuera mixto aunque éramos todos esposos, padres, hermanos? Con el alcalde y el párroco como enemigos, acabada la actuación, se oyó un grito de «¡Viva el Orfeón de Grado!». Era el marqués de la Vega de Anzo, cacique y dueño de medio Grado. Me abrazó y dijo que lo de los uniformes lo solucionábamos al día siguiente. «¿En mi casa o en su palacio?». «A las 5, en su casa», contestó. Y como un clavo. Me preguntó si iba alguna vez a Madrid. Le contesté que sí y me emplazó a que fuera a verlo y que hablaríamos con Pepín Fernández, dueño de Galerías Preciados, y con Ramón Areces, de El Corte Inglés, y que entre los tres pagarían los uniformes. Cuando se lo comenté al director del Banco Herrero, me apostó una cena a que no pagaría.

-¿Perdió la apuesta?

-Fui a Madrid, a la oficina de la calle Alfonso XIII, pregunté por el marqués, me hicieron esperar un momento y me dijeron que no estaba. En la primera cabina de teléfonos llamé a su casa en Grado y la mujer me dijo que estaba en la oficina, que acababa de hablar con él. Le colgué diciendo que a mí no se me tomaba el pelo. Perdí la cena, seguimos sin uniformes y gané otro enemigo. Cuando apareció una alpargata sobre la estatua de su padre (lo llamaban el "marqués de la alpargata" porque eso y un cobertor era lo único que daba) me culparon a mí. Pagamos los uniformes gracias al dueño del Mayjeco, la sala de fiestas, que nos cedió los salones y la pista para bailes y teatro que organizábamos por semana cobrando entrada. Restauramos los instrumentos de la banda de música y se dieron clases de música en las escuelas del Sagrado Corazón, que tenían un director falangista que nos dio permiso. Las fuerzas vivas no querían ninguna actividad asociativa y corrió la fama de que éramos rojos. Un año después, José Ros, el director del coro, músico represaliado, me dijo que el marqués quería que el coro cantase en los jardines de palacio para una fiesta en la que habría varios títulos nobiliarios y autoridades regionales. En el coro recordé la faena de los uniformes y pedí una votación secreta. Salió no por unanimidad. Y no cantamos.

-Eso antes de ser del PCE.

-Entré en el Partido Comunista en 1965, pero en 1961 tuve mi primera cita con Claudio Ramos, comisario de la Brigada Político Social. Me mandaron ir a Comisaría. Acudí con un abogado que quedó en el coche. Me crucé con Claudio Ramos, pero no sabía quién era. Mientras esperaba, entraron dos policías, se quitaron la chaqueta y se remangaron. Creí que me iban a pegar. Luego entró Ramos, me llevó a una habitación donde había fotos de dirigentes comunistas a los que no conocía y me amenazó con tenerme siempre vigilado. En Grado me había denunciado por rojo al capitán de la Guardia Civil -que luego fue cambiado de destino porque su hija se casó con el hijo de un alcalde republicano- Josefina Barbón, una mujer desequilibrada que nos había cogido odio porque una chica que tenía a su servicio se vino con nosotros para ayudar a mi esposa, cuando empezó a estar mal de salud. Aquello nos impulsó a dejar Grado.

-¿Cómo entró en el PC?

-Vinieron a verme Daniel Palacio y José Ramón Herrero Merediz, les contesté que lo pensaría y, al poco, acepté. Fui a la oficina de Herrero Merediz y allí estaban Horacio Fernández Inguanzo y Ángel León, miembros del comité regional. Creía que podía cambiar el mundo. Y en la URSS. Luego me fui informando, por Horacio, muy crítico con los soviéticos, y pasé a creer en un comunismo abierto que profundiza en las fuentes del marxismo.