«¡Socorro, auxilio, pistoleros!», gritó Franco al ver que intentaban entrar por la fuerza en su habitación de la Comandancia Militar de Canarias, hoy Capitanía General de Santa Cruz de Tenerife. Llevaba pocos meses en la capital tinerfeña, pero ya sabía que un día de ésos iba a ser el objetivo de un atentado, así que tomaba sus precauciones. Entre ellas, dormir con las puertas y ventanas cerradas a cal y canto.

La decisión de matarlo fue tomada en una reunión entre varios miembros del Comité Confederal de Canarias y la Federación Anarquista Ibérica (FAI). Sin embargo, este plan nació abocado al fracaso; uno de los allí reunidos traicionaría a sus compañeros e informaría de sus intenciones a altos mandos militares.

El libro «Crónica de vencidos», del investigador Ricardo García Luis, recoge varios testimonios sobre ese intento de atentado a Franco la noche del 14 de julio de 1936. Uno de ellos es de Antonio Tejera Alonso, conocido como «Antoñé». Según el autor, este santacrucero fue uno de los tres anarquistas que quisieron matar a Franco aquella calurosa noche.

No estaban solos. Tenían ayuda dentro y fuera de la organización. Una de las colaboradoras imprescindibles para que su plan saliera bien era María Culi Palou, una catalana de 42 años. Era la propietaria del restaurante Odeón, ubicado en la Rambla Pulido, pero también regentaba la cantina de soldados que había en la misma calle. Conocida como Maruca, pasó muchos años en prisión acusada de ayudar a la resistencia que luchaba contra la dictadura. En su ficha consta como agente de enlace de elementos extremistas y fue juzgada y condenada el 11 de enero de 1937 junto a 60 personas más. Diecinueve meses antes de eso, Maruca estaba libre y, como cada día, el 14 de julio de 1936 abrió la cantina para atender a los clientes. Además de los habituales soldados y algún que otro civil, se encontraban tres personas con la cabeza en otra parte. No habían acudido para pasar un buen rato, sino para asesinar a Franco.

Aunque el investigador desconoce la identidad de uno de los tres anarquistas, sí está seguro que los otros dos eran Antoñé y Martín Serarols Treserras, conocido como «El Catalán» y fusilado el 9 de enero de 1937 por pertenecer al Comité de Defensa Confederal de Canarias. García Luis no sabe exactamente cómo ocurrió, si esperaron a que se fueran los clientes del bar o lo hicieron cuando no miraba nadie, pero el caso es que en algún momento de la tarde-noche, se colaron por una trampilla de la cantina y subieron hasta el corredor que conducía a la habitación del general.

La información de que Franco planeaba un golpe de Estado no se quedó entre las cuatro paredes de su despacho ni fue un secreto especialmente bien guardado, por lo que llegó hasta los oídos de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), de la Defensa Confederal de Canarias y de la Federación Anarquista Ibérica. Estas organizaciones contaban entonces con la ayuda de Antonio Vidal Arabi, un intelectual catalán que vivía en Santa Cruz. «Este hombre fue el cerebro de la conspiración», sostiene el autor del libro.

Antoñé siempre lo describió como una persona muy inteligente y en 1936 fue uno de los que acudieron a ver a Manuel Vázquez Moro, gobernador civil de la República en la provincia tinerfeña, para pedirle armas y acabar con quienes planeaban el golpe de Estado. Ante la negativa de Vázquez, decidieron actuar por su cuenta.

Pero en la reunión en la que se decidió asesinar a Franco, había un traidor. Tal vez no se planteó la deslealtad entonces, pero no tuvo dudas cuando un militar -retirado a la fuerza al entrar en vigor la «ley Azaña»- le advirtió de que una vez Francisco Franco se hiciera con el poder él iba a ser detenido y fusilado. El investigador asegura que el militar conocía muy bien a esa persona e incluso eran de la misma isla. «Hizo barbaridades» y era uno de los activistas más radicales. «Tú no escapas. Vas a morir si no colaboras», le dijo el militar. Y decidió colaborar.

Ajenos a este hecho, la tarde noche del 14 de julio de 1936, los tres anarquistas comenzaron a subir por la trampilla que conectaba la cantina de Maruca con las dependencias que ocupaba el general. Cuando llegaron a la azotea de la cantina, se dirigieron al corredor que había encima del jardín de la Comandancia Militar y lo recorrieron hacia la puerta que daba a la habitación de Franco. Una vez frente a ella, la encontraron cerrada e intentaron abrirla a la fuerza. No hubo forma. El general, alertado por el ruido, comenzó a pedir auxilio y finalmente se arrojó a la plaza Weyler.

Al menos, ésa es la versión de Antoñé. Según el anarquista, si Franco hubiera sido «un hombre valiente y sereno», habría acabado con la vida de los tres «como si fueran perros», ya que él podía observar lo que ocurría fuera, mientras que los que intentaban matarlo no veían la habitación por la forma en la que estaba enrollada la persiana.

Ricardo García Luis explica en su libro que este intento de atentado también fue recogido por Joaquín Arrarás, biógrafo del dictador, en su libro «Franco, 1939». No obstante, difiere del testimonio de Antoñé. Según Arrarás, «los sicarios pretendían escalar la tapia del jardín y llegar por él al pabellón central, donde se hallaban las habitaciones de Franco. Cuando se encaramaron en la tapia, uno de los centinelas del jardín les echó el alto y, como no respondieron, hizo fuego poniéndoles en fuga».

El teniente general Francisco Franco Salgado-Araujo, en su libro «Mi vida junto a Franco», también escribe sobre este hecho. «Entrado el mes de julio, ante la insistencia de la información anónima que recibía, en la que se decía que los planes para asesinar a Franco seguían preparándose, decidí reforzar la guardia de Capitanía y aumentar la escolta personal de oficiales». Salgado-Araujo continúa el relato: «En el indicado centro militar había una escalera que comunicaba el jardín con las habitaciones particulares del comandante general y señora. Un atardecer, varios soldados que estaban de servicio notaron que alguien se movía y resguardaba por los árboles que estaban junto a la tapia del edificio. Dispararon rápidamente haciendo huir a varios individuos. Eran tres y se internaron por calles recién abiertas que había en aquel sector». Este teniente general, al contrario que Antoñé, no describe a un Franco asustado: «Franco, que estaba acostado, se enteró de lo sucedido, pero no le dio importancia y siguió descansando», asegura en su libro.

Las tres versiones difieren de cómo ocurrieron los hechos. Mientras el biógrafo de Franco informa de que el intento de atentado fue el 13 de julio, el anarquista lo fecha el 14. Aunque Antoñé no desveló a García Luis su participación en lo sucedido (durante su relato sí se le escapó un «estábamos», su hijo Antonio, ya fallecido, le aseguró al autor de «Crónica de vencidos» que su padre le había contado muchas veces cómo intentó matar a Franco.

Días después del frustrado plan, el 18 de julio de 1936, se produjo el pronunciamiento militar que desembocó en la Guerra Civil española.

La tripulación del «Tinerfe», atracado en el muelle norte del Puerto de Santa Cruz, se debió llevar un susto tremendo cuando varias personas lo abordaron un día de septiembre de 1936. Entre ellas, Antonio Vidal Arabi, que meses antes había planeado el atentado fallido contra Franco en la capital tinerfeña.

Antonio Vidal llegó a Tenerife desde Barcelona en 1923. Vivió durante un tiempo en la calle Castillo, hasta que compró un solar en el 66 de la avenida San Sebastián y se hizo una casa. Allí vivió muchos años con su familia. Era un activista convencido del Comité de Defensa Confederal de Canarias. Considerado un intelectual muy inteligente, fue, según asegura el autor de «Crónica de vencidos», Ricardo García Luis, el cerebro del plan para asesinar a Franco el 14 de julio de 1936.

Con una gran sensibilidad para el arte, trabajó como escultor. No obstante, se ganaba la vida haciendo lápidas de mármol y de piedra. Su negocio creció tanto que tuvo que trasladarlo desde su casa a un local al lado del cementerio de San Rafael y San Roque de la capital tinerfeña. Su actividad política le obligó a firmar los menos papeles posibles. Por eso, aunque el local de Antonio aún está en el mismo lugar, sigue vacío. «No hay papeles que demuestren de quién es para poder venderlo», explicó García Luis. A pesar de que García Luis desconoce la identidad de uno de los tres anarquistas que atentaron contra Franco, se resiste a creer que el tercero fuera Vidal Arabi. «No podían arriesgarse a que alguien como él fuera arrestado», indica.

Las actividades políticas de este catalán le obligaron a esconderse muchas veces. Según García Luis, el día que asaltó el «Tinerfe» tenía la intención de ir en busca de ayuda para luchar contra el régimen de Franco. Sin embargo, nunca volvió. El investigador cree que se fue a Estados Unidos. De todas formas, nadie volvió a saber de él en la isla.