Desde que la carretera dejó de retorcerse por el Infanzón, Manuel tarda menos en llegar a Gijón desde Villaviciosa que en atravesar la ciudad de Cabueñes a La Calzada. Leocadio quiso y pudo vivir en Nava y trabajar en Oviedo y José Ramón encontró en una urbanización de Sariego la equidistancia entre su lugar de trabajo en Colunga y el de su esposa en la capital del Principado. La nueva facilidad de las comunicaciones, ellos lo saben, ha puesto a los grandes núcleos de la Comarca de la Sidra a trazar su propia órbita en torno a la gran área metropolitana del centro de la región. Hay otras Asturias y están muy cerca, dirían a coro sus habitantes remarcando mucho el «otras», porque aquí la pelea es contra el riesgo de anexión uniformizadora de «Ciudad Astur» y a favor del carné de identidad de estas villas que ganan población al ritmo que han marcado las nuevas carreteras, pero que se reconocen a la vez firmemente ligadas a su personalidad de pequeñas islas semiurbanas empotradas en un entorno rural. De identidades puestas en entredicho saben mucho los que miran con recelos a la antigua huerta ocupada por una urbanización de chalés clonados en el medio de Vega de Sariego. Y pueden dar fe los que en Nava se previenen contra eso y piden modelos de crecimiento respetuosos con las esencias rurales de esta villa que no ha sido ni quiere llegar a ser «un pueblo inventado», según la defensa de Julián Fernández Montes, el que fuera primer alcalde asturianista del Principado.

En la primera década de este siglo, la población de las villas y pueblos principales de la comarca enseña un crecimiento acumulado de más de 1.300 habitantes. El dieciséis por ciento de la traducción a términos relativos marca un progreso muy significativo en esta región que se duele de la sangría demográfica y sugerente por la contradicción con el leve decrecimiento que se observa en la cifra de sus concejos, que en el mismo período cuentan 86 pobladores menos. Los números traducen así el magnetismo de la forma de ocupar el territorio peculiar de estos sitios a medio camino entre el campo y la ciudad, la seducción de sus servicios y equipamientos y la cuadratura de un círculo que encierra juntos los valores de la calma y la proximidad. «A media hora está el monte, la playa, el río y Oviedo», define Leocadio Redondo, cronista oficial de Nava, para retratar en el mismo esfuerzo su villa y las demás de una comarca que se quiere cercana, pero distinta. «Calidad de vida», dicen por aquí que se llama esto. Es el comercio próximo y personal que sobrevive en la zapatería rentable sin rótulos ni adornos que Alfonso Martínez regenta donde siempre, en la calle del Sol, pleno corazón de Villaviciosa, pero también la educación preuniversitaria completamente cubierta sin salir de Nava o la conexión ADSL recién estrenada en Santa Eulalia de Cabranes.

También, es cierto, hay muchas Asturias que están en ésta. Por culpa de la geografía y la ingeniería, de la ubicación y de las carreteras, ganan más población las más poderosas, las que se ven mejor y están ancladas a los ejes de comunicación principales. Las más escondidas avanzan menos. Villaviciosa -mil personas más ahora que hace una década- valdría como paradigma del modelo. Avanza algo menos Nava, el otro polo del magnetismo en la comarca, y Vega de Sariego, la más accesible de las pequeñas poblaciones, se estira con la ayuda de su firme apuesta por la alternativa residencial. En el lado opuesto, todavía pierden el paso Santa Eulalia de Cabranes -aún apartada del camino interior y del costero, demasiado reciente la mejora de su enlace hacia Infiesto y Villaviciosa- y la villa lineal que forman en Bimenes Martimporra y San Julián, suspirando por el momento en el que su autovía hacia el valle del Nalón y Siero derribe la «barrera mental» que oculta a su concejo de los ojos del resto de la región, lamentan sus habitantes. Tazones se anota al margen, tratando todavía de hacerse a las nuevas condiciones de la vida de la mar y asida para siempre a un futuro con cara de «presente mejorado». Quiere, dicen aquí, un porvenir hecho a partir de la prolongación y perfeccionamiento del trinomio retroalimentado en el que están sus restaurantes -dieciséis en un pueblo que apenas alcanza los 250 habitantes-, asociados al paisaje del pueblo marinero y a la calidad de los frutos que proporciona esta porción del Cantábrico.

En la prospección de las alternativas de futuro, ese turismo que hace vivir a Tazones se acepta en toda la comarca como acompañamiento universal de las fuentes de riqueza, aunque en algún lugar eso abra un camino imponente por recorrer en lo tocante a la infraestructura. Sin un solo hotel en Santa Eulalia de Cabranes ni en Vega, con uno sólo y un puñado de apartamentos rurales entre Martimporra y San Julián, los vecinos se convencen de que hay sitio para más. Se percibe margen de mejora, sobre todo a la vista del potencial del paisaje tranquilo y la multiplicación de la oferta de alojamiento rural en el interior agrario de los concejos. Valdría, con matices, el diagnóstico de Marcos Álvarez, que tiene en Fuensanta el primer hotel rural de Nava y retrata «el potencial enorme» que acompaña a este sitio «por su situación geográfica y sus recursos naturales y culturales. El futuro pasa por tener bien claro el presente, porque si no sabes lo que tienes, malamente lo vas a poder aprovechar».

A la salida de la apuesta turística, complemento muy estacional en la mayor parte de los casos, el comercio y los servicios animan los dos grandes núcleos que concentran el magnetismo más evidente de la comarca, Villaviciosa y Nava, y dejan atrás algunas veces a las villas menos poderosas, aquellas más escondidas y apegadas a su pasado campesino. Sólo en «La villa» se cuentan 150 comercios y unos cien establecimientos entre hoteleros y hosteleros, pero también cualquier paseo por las otras villas de la comarca percibe destellos en las obras de un centro de día para mayores en Santa Eulalia de Cabranes, el proyecto de un auditorio en San Julián de Bimenes o segundas fases de polígonos industriales en proceso por doquier. Éstos están curiosamente disponibles ya en los entornos de todas las villas excepto en la más grande y pujante. Villaviciosa, la paradoja se explica sola, anhela un parque empresarial como los que ya tienen Nava, Bimenes, Sariego y Cabranes para fijar aquí la población que todas las mañanas se ve «escapar» a trabajar a otros sitios.

El éxito, por lo demás, vuelve a estar en las pequeñas cosas que, sabiendo mirar, ya estaban aquí antes. Vicente Riego hace el arroz con leche como siempre se hizo en Cabranes, casi a mano, pero para venderlo desde una fábrica que se llama como su pueblo, Santolaya; Rubén Pérez descubrió en Nava la sidra sin alcohol; en Martimporra Alfonso Sánchez Lorenzo organiza bodas y banquetes en su palacio del siglo XVII... Y así sucesivamente.

Las comunicaciones se pueden aceptar como una de las claves del progreso demográfico en las villas de la Comarca de la Sidra, pero quedan algunas asignaturas pendientes y sobre todo el retraso de «Y» de Bimenes, cuya conclusión piden con insistencia en el concejo yerbato para derribar la «barrera mental» que lo separa, dicen, del resto de Asturias.

La proximidad y el paisaje piden en algún lugar más infraestructura para el aprovechamiento turístico, sobre todo en las poblaciones menos urbanizadas. Se reclaman plazas de alojamiento en Santa Eulalia de Cabranes, Vega de Sariego, Bimenes... Y no sobran iniciativas como la que trata de transformar la época de floración del manzano en Sariego en recurso turístico.

Ni una villa sin su parque empresarial, salvo la más grande. Esta carencia se analiza como «el gran drama de Villaviciosa» en la versión de Etelvino González, presidente de la asociación Amigos del Paisaje de Villaviciosa, «Cubera».

La ría de Villaviciosa «está abandonada», denuncia Cubera, pero no sólo. Hay otros recursos naturales «desaprovechados», lamentan en Nava, y atenciones escasas al paisaje que la comarca vende asociado a su oferta de «calidad de vida».

No hay queja de las líneas que llevan por carretera y raíles a Nava y Villaviciosa, pero quedan al margen las demás. Vega «es una de las poblaciones con más coches por familia», y a Bimenes y Santa Eulalia de Cabranes apenas llegan autobuses.