«Es tanta la lucha psicológica que mantienes con el enfermo que llega un momento en el que te culpas del estado en que se encuentra». La gijonesa Pilar Fernández describe de esta forma cómo afrontó los primeros síntomas del alzhéimer que sufre su madre, María Álvarez. Corría el año 2001 cuando de pronto Pilar comenzó a notar cosas raras en su progenitora. «Empezaba a llevarse mal con gente de la que siempre habló maravillas, a perderse por la calle y a hacer compras sin sentido. Tenía en casa litros y litros de aceite, mientras no había ni una gota de vinagre». La situación le llevó a consultar con un médico, que diagnóstico la temida enfermedad.

«En la primera fase, ella quería ocultar lo que le pasaba e incluso me culpaba de que era la causante de todos sus problemas por atiborrarla de pastillas. Fue una época muy dura, porque llegas hasta el punto de plantearte que quizá tenga razón», explica Fernández. Los meses fueron pasando y su madre cada vez se encontraba peor. Esto llevó a que Pilar, junto a sus tres hermanos, José, Rolando y Bonifacio, decidieran contratar a una persona que les prestara apoyo para cuidar de su madre en su domicilio del barrio de El Llano. «No quiso que se la moviera de casa, por lo que optamos por contar con una profesional que durante el día colaborara en darle de comer y vigilarla. Incluso duerme junto a ella porque no es la primera vez que se levanta de madrugada. Son como niños pequeños, que en un momento pueden originar cualquier trastada», sostiene la única hija de los Fernández Álvarez. Una familia que financia todos los meses, de su propio bolsillo, los 800 euros de este servicio.

En dos ocasiones solicitaron ayudas a la Administración a través de la ley de Dependencia y, en ambos casos, «nos fue denegada. El primero porque no vieron razones para acogernos a ella y el segundo porque el informe fue tan diferente al anterior que decidieron que había que solicitar uno nuevo que aclarara la verdadera situación de mi madre. Nos hacen creer que estamos en un país donde los servicios sociales son una maravilla, pero los enfermos de Alzheimer son los peor tratados por el Gobierno», subraya Pilar Fernández. A los nulos apoyos económicos, este año se unió un nuevo obstáculo, la anulación de los programas desarrollados por la Asociación Democrática Asturiana de Familias con Alzhéimer (ADAFA). «Para mi madre era un estímulo poder ir cuatro horas a la semana a charlar con la neuropsicóloga y para la familia suponía un tiempo para poder desconectar de este problema», destaca Fernández, quien lamenta que la asociación continúe sin esta actividad al no haber recibido todavía ninguna subvención del Principado.

«La alternativa es llevarla a un centro de día, pero allí les distribuyen con otros enfermos con demencias más agudas que no hace más que desmoralizarlos. Por el momento seguimos con nuestro propio método para cuidarla. Los días que descansa la profesional que nos echa una mano, que son los fines de semana, los repartimos entre los hermanos. Los políticos tienen que ser más sensibles a esta problemática», concluye.