Uno puede encontrar ejemplos que confirmen una postura previa, un prejuicio, para casi cualquier cosa. La actitud de la mayoría de los médicos respecto a la farmaindustria es ambivalente en muchos aspectos. Por un lado, recibimos con agrado las dádivas, casi siempre disfrazadas, con las que la firma farmacéutica pretende comprarnos y celebramos los avances que nos permiten tratar con éxito cada vez más enfermedades, porque gracias a sus cuantiosas inversiones en investigación se producen avances muy importantes. Por otro, sentimos que somos víctimas de sus manejos, que nos sometemos a sus intereses, que giran en torno al puro lucro, que maquillan los resultados de manera que lo que parece importante no lo es, pero sí es importante el gasto que generan. Es la vida misma, llena de contradicciones. Como ejemplo, que me gusta recordar, la guerra entre una casa farmacéutica británica y una sueca. Los británicos habían fabricado un medicamento muy eficaz contra la úlcera de estómago. Se llama cimetidina. Aún no se sabía que la úlcera se puede curar con antibióticos la mayoría de las veces. Hasta entonces se trataba con antiácidos y en los casos difíciles, con cirugía. Es verdad que había un medicamento, también británico, una especie de regaliz, que es muy eficaz. Pero además de ser muy barato producía hipertensión porque favorecía la retención de sal. No se usaba. La cimetidina, que también tiene efectos secundarios, tenía la ventaja de ser muy cara. Ésta es una de las contradicciones del uso de medicamentos. Se vendió a raudales, ella y sus descendientes. Hasta que los suecos inventaron otro, el omeprazol, algo diferente en el concepto, netamente más eficaz y todavía más caro. Los británicos vieron su mercado amenazado. Para evitar la debacle que se anunciaba modificaron los datos de los estudios de manera que el omeprazol aparecía como peligroso y no tan útil. El conflicto se convirtió en un espectáculo: hubo juicios y retractos. Hoy se vende sin receta, se anuncia en la televisión y si seguimos así acabaremos añadiéndolo al agua de consumo. La verdad es que es un gran medicamento, especialmente útil para evitar sangrados digestivos en situaciones concretas, como la toma crónica de antiinflamatorios o el estrés que se produce en las hospitalizaciones, especialmente de ancianos. Salva muchas vidas. También es muy eficaz controlando los síntomas del reflujo gastroesofágico.

Cuando el contenido del estómago, que es muy ácido, pasa al esófago produce daño en esa mucosa porque no está preparada para semejante situación química. Normalmente la secreción ácida del estómago no se derrama en el esófago porque hay un esfínter que lo impide. Pero si pasa, el paciente sufre ardor en la zona central del pecho, donde se encuentra el esófago, dolor en el área del estómago y regurgitación. Con esos síntomas se puede hacer un diagnóstico tentativo de la enfermedad y casi se puede confirmar que lo tiene si mejora al tratarlo con un antisecretor (tipo omeprazol pero también cimetidina). Lo cierto es que el diagnóstico real exige una endoscopia y son muchos los que consideran que sin ella no se debe tratar. Yo creo que en medicina no siempre hace falta la certeza absoluta; en concreto, en este caso, como el paciente que sufre esos síntomas ha de ser tratado, tenga o no reflujo, la ganancia de la endoscopia es menor. Uno se puede guiar por la clínica para manejar el problema. La cuestión es si también hay forma de evitar el tratamiento médico. Se sabe que hay condicionantes que facilitan el reflujo como la obesidad abdominal, o las comidas copiosas con alcohol y grasas, la gravedad. Basándose en ello, desde tiempo inmemorial se recomienda lo que se llama higiene: evitar comidas antes de acostarse, elevar la cabecera de la cama para evitar que el contenido gástrico por gravedad pase al esófago, adelgazar los que tienen sobrepeso, no fumar, evitar algunas comidas y bebidas como café, chocolate, alcohol, grasas, picantes y cítricos, no emplear prendas que opriman el vientre como fajas, cinturones apretados, y hacer comidas ligeras. Aunque todo ello se basa en buen razonamiento y mucha experiencia, no hay pruebas de su utilidad, de manera que ya hay agencias y asociaciones que ni siquiera mencionan las recomendaciones de lo que llamamos estilo de vida.

El reflujo gastroesofágico es muy común, a veces se manifiesta con síntomas raros como tos, especialmente nocturna o incluso asma. Se suele controlar bien con la medicación y creo firmemente que algunos pacientes mejoran simplemente si modifican los hábitos, sobre todo, si adelgazan y comen más higiénicamente. Pero un pequeño grupo no se controla ni con higiene ni con medicación. Ésos están destinados a la cirugía, un tratamiento que antes del invento de los antisecretores era muy frecuente. Debemos estar agradecidos a los investigadores que supieron encontrar estos medicamentos, como tantos otros que nos hacen la vida más llevadera.