Enfermedad devastadora como pocas, el alzhéimer azota en España a unas 650.000 personas. Familias, mejor dicho, porque esta demencia, auténtica plaga del siglo XXI, perturba de tal modo la existencia de su víctima que hace extensivos sus efectos en un amplio radio de su entorno social.

El pasado 21 de septiembre se celebró el «Día mundial del alzhéimer». Los pronósticos son muy inquietantes e impiden olvidarse -valga el juego de palabras- de la existencia de una lacra que anula la memoria. Prevén que en el año 2050 se contarán en España cerca de un millón y medio de enfermos, y que antes, en la década 2010-2020, ya se rozará el millón. En Asturias, se estima que son unos 17.000 los afectados por el alzhéimer. Los cálculos más precisos vienen a indicar que entre el 5 y el 7 por ciento de la población mayor de 65 años sufre esta patología neurodegenerativa. Y añaden que la tasa puede llegar hasta el 20 por ciento en el colectivo mayor de 80 años.

Hace dos años, LA NUEVA ESPAÑA informó de que en un mismo domicilio de la zona rural de Siero convivían cuatro enfermos de alzhéimer. Se trataba de los progenitores -padre y madre- del matrimonio propietario del domicilio, que se había visto obligado a adquirir una vivienda adaptada a sus nuevas circunstancias. Laureano Caicoya, secretario general de la Asociación Alzhéimer Asturias, describía entonces este caso como el más angustioso de todos los que habían llegado a su conocimiento. Y subrayaba que las repercusiones del alzhéimer son numerosas e incluyen aspectos como el económico. Aunque las cifras sólo puedan ser aproximadas, se calcula que cada paciente implica un gasto anual de unos 20.000 euros.

Algunas estimaciones señalan que en España se diagnostican cada año más de 100.000 nuevos casos de alzhéimer. Por su singular crueldad y su enorme impacto personal y social, esta patología ha marcado el final del siglo XX y está dejando una honda huella en el inicio del XXI.

El alzhéimer está considerada la causa de invalidez, dependencia y mortalidad más frecuente en los mayores. Se trata de una enfermedad neurodegenerativa de las células cerebrales, las neuronas, de carácter progresivo e irreversible, de origen aún desconocido y frente a la que no existe actualmente ningún tratamiento curativo o preventivo que se haya mostrado efectivo. Los expertos enfatizan la importancia del diagnóstico precoz, pero la realidad indica que tal objetivo es de difícil consecución debido a la complejidad que entraña detectar e interpretar adecuadamente los síntomas iniciales.

Aunque ligado al envejecimiento, el mal de Alzheimer también se ceba en ocasiones en personas de mediana edad. Se sabe que en Asturias residen pacientes que rondan los 40 años, si bien se trata de casos excepcionales. Globalmente, un censo oficioso –y necesariamente parcial– llevado a cabo por la Asociación Alzhéimer Asturias indica que la distribución de casos en el Principado es de cerca de 2.500 en Oviedo, casi 4.000 en Gijón y Carreño, más de un millar en Avilés y en torno a 1.000 en cada una de las dos cuencas mineras. Se conocen supervivencias con la enfermedad superiores a los 20 años.

De forma periódica, las asociaciones de enfermos denuncian que la situación de muchas familias es muy difícil y reclaman una labor de concienciación por parte de los poderes públicos. Tiempo atrás, la Confederación Española de Familiares de Enfermos de Alzheimer y otras Demencias (Ceafa) señalaba que el 95 por ciento de los cuidadores de los pacientes son las familias.

La compleja situación de los enfermos de alzhéimer y de sus familias centra el objetivo de los relatos que LA NUEVA ESPAÑA ofrece en estas páginas.