Es un pueblo de media montaña, rodeado de árboles y mucho verde. Un río cruza el paisaje de piedra y tejados de pizarra. Sus habitantes se dedican a la ganadería, recogen manzanas y castañas, siembran fabes y las cocinan con su compango, panceta, chorizo y morcilla. De toda la vida han oído hablar a sus mayores en un lenguaje indefinido e híbrido que, sin embargo, tiene mucho de bable, con finalización en «es» para los plurales: vaques, gallines, fogaces, berces... Sería San Ciprián un típico pueblo asturiano... si no fuera porque está en Zamora, más concretamente al norte de Puebla de Sanabria y a la sombra de la imponente sierra de La Cabrera, frontera con León.

San Ciprián es un pequeño milagro de conservación de una lengua ancestral. La localidad, de apenas unas decenas de habitantes -con la llegada del invierno, tan sólo un puñado arrebujado en torno a la iglesia y a dos modestos bares-, fue calificada por el patriarca Ramón Menéndez Pidal, autor de «El idioma español en sus primeros tiempos», como una «isla lingüística». Aquel libro se publicó en 1926, y ochenta y cuatro años después LA NUEVA ESPAÑA ha visitado San Ciprián para comprobar qué queda de esa sorprendente singularidad en el habla de sus habitantes.

Escribía Ramón Menéndez Pidal: «Un pueblecito de Sanabria llamado San Ciprián manifiesta hoy día un rasgo característico del asturiano central, las terminaciones "as" y "an" con "a" cerrada en "e". San Ciprián está rodeado de pueblos de habla muy dialectal que, sin embargo, desconocen ese rasgo especial asturiano, y esto nos lleva a suponer que fue una colonia de emigrantes de la región central de Oviedo».

Pero nadie en la zona habla como siempre hablaron los habitantes de San Ciprián, ni siquiera los pueblos más cercanos. Uno de ellos, Trefacio, es paso obligado desde donde parte la carretera estrecha y ascendente que nos dejará en la localidad «asturiana». Ambos pueblos distan apenas siete kilómetros, pero en Trefacio se habla un castellano puro.

De Trefacio es el escritor zamorano Delfín Rodríguez, quien recuerda que «siendo niño (años sesenta) íbamos a San Ciprián y yo a la gente mayor no le entendía nada. Es que hablan mal, nos decían. Ahora entiendo que no es que hablaran mal, es que hablaban distinto».

En alguna fachada de San Ciprián cuelga una antena parabólica. Estamos en el siglo XXI y sólo una mínima parte de los que allí nacieron en la década de los años cincuenta y posteriores permanecen en el pueblo. Pero el fenómeno de la emigración es relativamente reciente. «Hubo poca tradición emigrante, ésta siempre fue una localidad muy endogámica», señala Delfín Rodríguez. Ahora, muchos viejos pasan el verano en San Ciprián, su tierra natal, y se van con sus hijos a la gran ciudad cuando llega el frío. En ello estamos y los perfiles blancos se dejan ver en las crestas boscosas de los montes que rodean el pueblo.

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