Comerciante y marino. «Estoy orgulloso de ser asturiano por los cuatro costados, por los cuatro abuelos. Mi abuelo paterno, Marcelino Fernández de la Vega, nacido en Infiesto, era lo que entonces se definía como comerciante y propietario, o comerciante-banquero. Su padre, Pedro Fernández Pando, había nacido en Villaviciosa. Mi abuela paterna era de Gijón, Manuela, o Manolita, Alvargonzález Suárez-Zarracina. Los Alvargonzález son familia gijonesa desde hace siglos y la primera documentación sobre ellos data de 1520, pero es probable que haya antepasados desde 1352. Mi abuela quedó huérfana siendo muy joven y la acogió su tío Claudio Alvargonzález Sánchez, el marino, que tiene calle en el muelle de Gijón y fue conocido como "el héroe de Abtao", ya que combatió como capitán de navío en aquella guerra del Pacífico: España contra Chile, Perú, Ecuador y Colombia. Fue una guerra rara, ya que España no tenía bases en toda la costa del Pacífico y cada vez que necesitaba provisiones tenía que cañonear un puerto enemigo, entrar, aprovisionarse y salir. Claudio Alvargonzález mandó las fragatas "Villamadrid" y "La Blanca" y fue condecorado y ascendido a brigadier, algo así como contralmirante. Mi abuela siempre recordaba con afecto a quien la había prohijado».

l Dos presidentes de El Musel. «Mi abuela materna, María Adaro Porcel, era hija de Luis Adaro Magro, un ingeniero de Minas que en Asturias constituyó una agrupación de empresas mineras, la Unión Hullera y Metalúrgica, que luego se fusionó con Duro Felguera. Adaro Magro fue también presidente de la Junta de Obras del Puerto de Gijón y reimpulsó la construcción de El Musel, que había quedado paralizada tras iniciarse el dique Norte, que fue la primera obra portuaria, pero no se acabó hasta 1930, 36 años después de que se iniciase. Hacia 1931 fue presidente de El Musel otro abuelo mío, Gumersindo Junquera. En esa época estaban muy paralizadas las obras porque, aunque ya se habían terminado los proyectos iniciales del dique Norte y del primer espigón, no se hizo nada después porque vino la gran crisis del año 1929, la Revolución del 34 y la Guerra Civil. Sin embargo, la gran aspiración del puerto era construir el segundo espigón, que sería el muelle de transatlánticos. Cuando Gumersindo Junquera fue presidente preparó el proyecto pero no lo pudo llevar a cabo a causa de la Guerra Civil, de modo que no se inició hasta 1945. Así que María Adaro Porcel era hija de Luis Adaro Magro y fue tía de Luis Adaro Ruiz-Falcó, presidente de la Cámara de Comercio de Gijón y creador de la Feria de Muestras. El abuelo materno al que ya me he referido, Gumersindo Junquera Blanco, nació en Gijón y provenía de una familia cuyos antepasados están documentados desde 1511, en Huergo, un barrio de la parroquia de San Martín de Anes, en Siero. El apellido Junquera proviene precisamente de eso, de una zona de juncos que había en ese lugar. La familia pasó luego a Serín y después se estableció en Gijón».

l El motín contra el cónsul. «En esta rama de la familia hay un personaje singular, tatarabuelo de mi abuelo: Toribio Antonio Junquera Huergo, que fue lo que entonces se llamaba juez primero noble, es decir, alcalde de la villa de Gijón. Y lo era en mayo de 1808 y tuvo que hacer frente a la célebre revuelta de los gijoneses, el 5 de mayo, contra el cónsul francés, Lagoinière. Este cónsul era un imprudente que encomiaba a Napoleón y denigraba a la familia real española. En la citada fecha, los gijoneses se amotinaron frente a la casa del cónsul, pero éste tuvo la suerte de que el alcalde Toribio Junquera tenía la casa, o al lado, o enfrente. Esto sucedía en la calle Ancha de la Cruz, hoy calle Corrida, hacia lo que en el presente es la plaza del Seis de Agosto. El alcalde sale al balcón en medio del motín y persuade a los gijoneses de que no vayan a por el cónsul. Después llama a la compañía de Infantería para que se haga cargo del cónsul y al día siguiente lo metieron en un barco con su familia».

l Negociar un bergantín. «Hay otra anécdota de este alcalde. Al año siguiente, en mayo de 1809, llega la primera invasión de tropas francesas en Asturias. En Gijón hubo atropellos y saqueos por parte del Ejército francés, al que además tenían que alimentar y pagar los gijoneses a costa del erario público. Por si fuera poco, el general Kellerman pide en un momento dado 48.000 reales de vellón como contribución de guerra. Entonces fue cuando don Toribio le persuade de que venda a la villa un bergantín inglés que había en el muelle local y del que los franceses se habían incautado al ocupar Gijón. El Alcalde le dijo a Kellerman que le pagaría 48.000 reales por él y el francés aceptó. Después, Toribio sólo tardó un mes en vender el bergantín a un armador santanderino, con lo cual el Ayuntamiento no perdió dinero. Este hombre, que por lo visto tenía una gran facilidad para los negocios, era comerciante-naviero, es decir, tenía almacenes y barcos, propios o alquilados. Parece que es ahí donde la familia Junquera comienza a ser naviera, pero sin continuidad. Unos descendientes de Toribio se dedican a la enseñanza. Un hijo suyo, Sandalio Junquera, fue profesor del Instituto Jovellanos y también dos hijos de éste. La actividad naviera vuelve con mi bisabuelo, que tiene ya negocios en La Habana y hace comercio marítimo. No tuvo barcos, pero fue socio de una de las compañías navieras importantes que comerciaban con América. El bisabuelo, Gumersindo Junquera Plá, perdió los negocios en La Habana cuando la independencia de Cuba, pero siguió con asuntos marítimos, mediante buques que cogía en arriendo».

l Encierro en el Ayuntamiento. «Nací el 31 de mayo de 1931. Mis padres eran Claudio Fernández Alvargonzález y María de la Purificación, Julia, Junquera Adaro. Fuimos tres hermanos: Claudio, María Isabel y María Luisa. Mi padre era ingeniero de Caminos e inicialmente trabajó en el puerto de Avilés. Después fue destinado en comisión de servicios al puerto de San Esteban de Pravia, como director interino, y volvió luego a Avilés como director del puerto. En 1934 vivíamos en Avilés y durante la Revolución de Octubre mi padre estuvo en el Ayuntamiento, donde se juntaron las principales autoridades, no sé si para hacer piña o para estar protegidos por la poca fuerza que había, de guardias civiles y Policía Municipal. Allí estuvieron encerrados y existe un folleto de Julián Orbón, entonces director del periódico conservador "El Progreso de Asturias", en el que cuenta todo aquel episodio. Después del 34, Orbón tuvo que establecerse en Gijón, pues en Avilés fue perseguido y lo pasó muy mal. Sobrino de este Orbón fue el músico Julián Orbón».

l Fusilamiento en Cayés. «En 1936 detienen a mi padre el mismo 18 de julio, de madrugada. Lo sacan y lo llevan a la iglesia de San Juan de Avilés, junto a otros presos. El 13 de agosto lo conducen a Cayés, en Lugones, al campo de tiro de la Fábrica de Armas, y allí lo fusilan. Su cuerpo queda en una fosa común, de donde mi madre lo saca hacia 1940, para enterrarlo en Gijón. Murió a los 35 años y no tenía especialmente significación política de ningún partido. Pero tenía el cargo de director del puerto y procedía de una familia conocida, aunque al ser amplia había en ella diversas tendencias, como pudo pasarles a los Buylla de Oviedo. No fui consciente de la muerte de mi padre y es entonces cuando mi madre viene para Gijón a vivir con sus padres, en el chalé que tenían en la calle Ezcurdia, en la zona de Las Mestas. Allí viví yo hasta que me caso y me independizo».

l La mina San Vicente. «Durante la guerra, el Ejército rojo se incauta de un chalé vecino al de mi abuelo, el de Fernando Díaz-Caneja, director de la Fábrica de Moreda en Gijón. Lo utilizan como cuartel para alojar a una compañía de motoristas. Los soldados se alojan en la casa de los Díaz-Caneja y utilizan como garaje y taller para las motos una cochera antigua que había en casa de mi abuelo, de las que se utilizaba cuando había coches de caballos. Nosotros seguimos viviendo en la casa, pero mi abuelo estuvo escondido algún tiempo, tal vez un mes, porque hubo registros y él se metía en el sótano, donde había un hueco que se tapaba con un armario, o algo así. Pero al cabo de un cierto tiempo (no sé cómo fue exactamente) Amador Fernández y Belarmino Tomás, el presidente del Consejo Provincial de Asturias, del PSOE, les dieron a mi abuelo y a un Figaredo un salvoconducto y un coche y los llevaron hasta la frontera francesa, a Bayona. Lo cierto es que en su empresa mi abuelo comerciaba con carbón, y lo transportaba y lo embarcaba desde la mina de San Vicente, en San Martín del Rey Aurelio. Esta mina había sido incautada por el SOMA (Sindicato de los Obreros Mineros de Asturias) a causa del impago de salarios. Amador Fernández y Belarmino Tomás, uno de ellos o los dos, gestionaban la mina y siguieron trabajando con el abuelo. Por lo visto, les aconsejó, les dio orientaciones de cómo podían llevar la administración de la mina. Ellos iban por la oficina del abuelo y allí mismo les ayudaba a llevar los asuntos, y parece ser que hicieron buenas migas. Probablemente por eso le dieron el salvoconducto y supongo que con Figaredo también existía alguna relación minera. Así que le pusieron el coche, y con un par de milicianos que les custodiaron y les llevaron hasta Bayona. Allí fue donde inicialmente se alojaron en la casa del conde de Mieres y después se fueron a vivir a una pensión. Mi abuelo les dio clases a los hijos del conde, según me contó tiempo después uno de ellos, Javier Loring».

l Motos y un descapotable. «De niño comienzo a tener recuerdos de ese año 1936 y de 1937. Recuerdo un combate aéreo que hubo sobre Gijón, en el que fue derribado un avión alemán. Vi que comenzaba a echar humo y a caer, hasta que se perdió detrás de las casas. En el paseo de Begoña colocaron después un monolito dedicado a los aviadores alemanes. Y cuando entran las Brigadas Navarras en Gijón yo tengo 6 años y pico. Hay algo curioso que recuerdo. Se marchan los militares republicanos y un día me encuentro con las motos, allí solitarias. Eran unas 20 o 30. Ya no había nadie que las cuidase y había junto a ellas un espléndido coche descapotable rojo que también quedó abandonado en medio del jardín. Aquellos días jugué sobre las motos y el descapotable hasta que llegó la autoridad competente y se hizo cargo de aquellos vehículos. Recuerdo también estar al pie del portón de casa, junto a la familia, viendo pasar a las Brigadas Navarras en columna de marcha, para entrar en Gijón».

l Con los jesuitas. «Mi abuelo Gumersindo volvió al acabar la guerra en Asturias. Él había estudiado en el Colegio de la Inmaculada, y después ingeniero de Minas, primero en Deusto, en la Universidad de los jesuitas, que entonces tenía estudios de ingeniería y donde se podía hacer un curso preparatorio. Después continuó estudiando en Madrid. Yo ingresé en el colegio de la Inmaculada en el curso 40-41, la tercera promoción después de la guerra. Primero estudiamos en un chalé que había en la calle Uría, una antigua academia que los jesuitas alquilaron para reabrir el colegio. Allí pasamos un año y en el curso 41-42 pasamos a la calle de Cabrales, hasta que dos o tres años después empezamos a subir al viejo edificio del Simancas. Llegábamos por la mañana a la calle Cabrales, oíamos misa en el salón de actos (que con el tiempo sería el Cine Ideal), desayunábamos y después caminábamos en ternas hasta el Simancas. Allí el edificio principal estaba inutilizado y dábamos las clases en unos barracones que había en los laterales del patio, con techo de uralita y paredes de paja prensada con una mano de cal encima. Debían de ser las antiguas caballerizas del regimiento Simancas. Así estuvimos varios años porque el edificio principal en uso completo creo que lo cogí en séptimo de Bachiller, el curso 47-48».

l Escombros y pólvora. «A nuestra promoción le encantaba que nos pusiera a hacer labores de desescombro en los patios del colegio, que estaba lleno de piedras y cascotes. Entre los escombros encontrábamos cascos, fusiles sin culata o con la madera podrida, correajes, casquillos... Había todo a lo largo de un lateral del colegio un túnel y entrábamos en él a buscar salitre para hacer pólvora porque teníamos un compañero que era experto en hacerla con salitre y carbón. Un día, jugando con la dichosa pólvora, le prendimos fuego a un barracón que era la leñera y se armó la de San Quintín. Al final jugamos a Fuenteovejuna con el rector y nos poníamos todos de pie cuando preguntaba quién lo había hecho. Así estuvimos un rato hasta que el rector se enfadó y nos castigó a todos».

l Derecho y Comercio. «Termino en el Colegio en 1948. Un hijo de mi abuelo Gumersindo había muerto hacia 1932, joven, con unos 19 años, así que era yo el único varón en el que mi abuelo puso sus expectativas para que continuara con él en la empresa. Era natural. Hice el primer año de Derecho en Deusto, porque el abuelo se empeñó ya que allí había estudios de los que se llamaba abogado economista, Derecho y Empresariales. Pero los jesuitas no podían dar el título y nos examinábamos en Valladolid, a final de curso, durante un mes en pensiones. Pasado ese año me negué a seguir como interno y regresé a Asturias con el compromiso de seguir haciendo Derecho en Oviedo y además cursar por libre Perito Mercantil en la Escuela de Comercio de Gijón. Hice el peritaje y empecé profesor Mercantil, pero no llegué a terminarlo. El Derecho en Oviedo lo inicié en 1949, hasta el curso 52-53. Por el medio fui a Monte La Reina un par de veranos, para hacer el servicio militar. Después hice la mili en el cuartel de El Coto de Gijón, en 1954».

l Ataque al ministro. «Como estudiante en la Universidad tenía ciertas inquietudes. Ya era aficionado a diversos asuntos y fui delegado de curso. También editábamos una revista de la que sólo salieron cuatro números y por poco me cuesta la carrera. Me fui de viaje de estudios y dejé a un amigo para que cerrase el número correspondiente, pero se tiró de cabeza y metió unas declaraciones en contra del ministro de Educación, que era Ruiz-Giménez. Entonces, meterse con un ministro era muy serio. Tuve la suerte de que el jefe del SEU (Sindicato de Estudiantes Universitarios) era entonces García Mauriño, con el que había hecho buenas migas y abogó por mí. El gobernador civil, al que luego traté mucho, Francisco Labadie Otermín, echó tierra sobre el asunto. La revista no salió más, pero pude terminar la carrera. En aquella época brujuleaba un poco con todo aquello y solía ver a Juan Ramón Pérez-Las Clotas, porque hacíamos la revista en los talleres de LA NUEVA ESPAÑA, en la calle Asturias. Y a Manuel Avello me lo pusieron como periodista tutor, o interventor, de la revista. Andaba con esa gente y participaba en algunas tertulias».

l Una fiesta de etiqueta. «La revista estaba amparada por el SEU oficialmente, pero como yo era delegado de curso, y después delegado de Facultad, el jefe del SEU me dejaba actuar con libertad. Estabas en el SEU porque o estabas en ello o no podías hacer casi ninguna cosa de ese tipo. Pero tampoco fui persona de creencias falangistas. Tengo una anécdota con Labadie al respecto. Yo estaba en el Colegio Mayor Valdés Salas y el director era Torcuato Fernández-Miranda, con el cual tuve mucho trato y mantuvimos muchas conversaciones y tertulias. Torcuato organizó una fiesta en el colegio, y como era una persona que todo lo teorizaba y razonaba explicó que teníamos que formarnos, no sólo con la educación normal, sino para estar preparados en la vida social. Entonces la fiesta se organizó como fiesta de etiqueta, con esmoquin».

l Sin saludo brazo en alto. «Torcuato nos llevó a un par de colegiales a visitar a Labadie para invitarle a la fiesta. Le explicó en qué consistía y el gobernador se puso muy serio: "Para mí, el esmoquin es una prenda de trabajo porque mi padre es camarero en Santander y usa el esmoquin todos los días. No es para frivolizar. Torcuato, yo no voy a asistir". Hubo fiesta, pero no fue Labadie. Así que le paró los pies a Torcuato, aunque la entrada a aquella entrevista tuvo ya su cosa. Según entrábamos a su despacho, Labadie nos saludó brazo en alto, pero ni Torcuato ni nosotros dos respondimos al saludo. Aunque después Torcuato fue ministro del Movimiento, no era nada partidario de la vieja Falange. Él era alférez provisional y colaboraba como sabe todo el mundo con gobiernos de Franco, pero no era estrictamente falangista. Una vez le pregunté qué era él políticamente y me contestó que él se sentía "socialista nomocrático", es decir, siempre sujeto a la ley, al principio de legalidad, ante todo».