San Ciprián. Bar La Plaza. Emilio y Maruja Ballesteros lo regentan. A última hora de la mañana el establecimiento se llena de parroquianos, y la presencia de un periodista asturiano aviva los recuerdos lingüísticos.

Cada cual aporta frases escuchadas a sus mayores, que forman parte de la memoria colectiva y que, por otra parte, son perfectamente entendibles por las nuevas generaciones: «Trajimos un carru llenu de pataques», «Mandé (o mandéile) decir unes mises al cura», «Ullí que me dieron voces», «Sopes pa desayunar, con migues de pan», «Dame un xeláu p'acá». Los jóvenes son «rapaces», las zapatillas son «alpargates», se utiliza el indefinido «comiste, trajiste, bebiste, dijiste...» y las alubias verdes son «fréjoles». El llobu y la oveya... Impresionante. Se decía por los pueblos de los alrededores que los de San Ciprián hablaban cantando por culpa de ese soniquete que a los asturianos resulta tan familiar.

Llevan a mucho orgullo los charros de San Ciprián la fama de ser físicamente distintos: ojos claros y gente más alta que sus vecinos de los pueblos de alrededor. «Y las mujeres, guapísimas». Celebran su fiesta central el primer domingo de agosto, Nuestra Señora de las Nieves. Como en Bulnes. Y en la fiesta suena la gaita sanabresa, mucho más cercana en su sonido a la asturiana que a la gallega. Entre los apellidos que componen el padrón del pueblo persiste mucho Peláez. La Enciclopedia Heráldica, de García Garraffa, señala que Peláez es apellido de «linaje claramente asturiano», y un patronímico derivado del mismísimo Pelayo.

El catedrático de Lengua de la Universidad de Oviedo Xosé Lluis García Arias interpreta que «estamos ante algún tipo de población anterior a los romanos, y por tanto ante algún tipo de lengua común, la de los ástures». Efectivamente la zona pertenecía al mapa astur que comprendía la mayor parte de la actual Asturias, la mayor parte de la provincia de León, la zona noroccidental de Zamora, un buen trozo de Portugal, hasta el área de Miranda do Douro, una pequeña franja oriental de la provincia de Lugo y la parte Este de la de Ourense, con el límite aproximado en el Barco de Valdeorras o la Puebla de Tribes.

Un mapa que era mucho más que unas líneas ideales trazadas sobre el paisaje. Hay detrás de esas líneas una cultura compartida «y un tipo de gente común, quizá desde épocas prehistóricas».

Hay interpretaciones diversas sobre el fenómeno de San Ciprián, tomado éste como ejemplo de un movimiento mucho más amplio. La primera, explica García Arias, que la zona quedó vacía y se repobló, una forma de consolidar la conquista militar anterior. La segunda, que en la zona permanecía siempre una población tradicional, pero que era insuficiente y fue complementada con repoblaciones estratégicas.

Las repoblaciones llegaban del Norte, pero también del Sur, personalizada en la población mozárabe. «La provincia de Zamora se puebla con mozárabes como demuestran los ejemplos de su toponimia», afirma Ruiz de la Peña. Alfonso XIII inicia su fecundo reinado en 866 y dos años más tarde se funda la ciudad de Oporto. La consolidación de terrenos mediante repoblaciones iba en paralelo a la fundación de monasterios, espada y cruces al mismo paso. No muy lejos de San Ciprián, casi a orillas del lago de Sanabria, se alza el imponente monasterio de San Martín de Castañeda, probablemente de origen visigodo, destruido por los árabes y reconstruido en los primeros años del siglo X o a últimos del siglo IX. En una palabra, durante el reinado de Alfonso III, fallecido en 910, o durante el mandato de sus sucesores, entre ellos Ordoño II.

Las repoblaciones iban a continuar, aunque con ritmos más lentos a lo largo del siglo XI, sobre todo durante el reinado de Alfonso VI, quien reconquista Toledo. Por entonces, Asturias ya quedaba muy apartada de los centros de poder. Y así se mantuvo hasta ahora como quien dice.

Victorina Ballesteros y Abelardo Zurrón regentan el bar El Corral, en San Ciprián. Victorina siembra los habones, les fabes, que se recogen entre septiembre y noviembre (este año, la cosecha fue a últimos del mes de agosto). El cocido de San Ciprián -ella lo explica- tiene un poco de todo: fabes, por supuesto, costilla, panceta, morcilla, chorizo, con zanahoria, pimiento picado, ajo, aceite y laurel. El último ingrediente, unos trocinos de patata.

«Los habones hay que dejarlos por la noche en agua fría. A la hora de cocinarlos, se los echa en agua fría hasta que comiencen a hervir y se les «asusta» dos o tres veces con agua fría». Esto no es exactamente fabada, pero se le parece.

«Mira tú qué fabes», dice Victorina con orgullo. Cocinadas, huelen bien. Alguien, en el bar El Corral («especialidad en tapas caseras») da con el quid del olor: «Esto huele a Asturias».