«A nivel popular la química es muy poco conocida. Incluso la palabra tiene cierto contenido despectivo. Negativo. Las cosas que tienen química parece que son malas. Pero en realidad hacen que vivamos mejor. La química es intrínsecamente buena. Como el agua. Pero si bebes 10 litros de una sola vez, te mueres». La reflexión pertenece a Javier Cabeza, catedrático de Química Inorgánica en la Universidad de Oviedo, y a buen seguro la comparten todos sus compañeros de Facultad. A pesar de ser una ciencia básica que describe procesos tan ligados al ser humano como la respiración celular, el desconocimiento sobre esta disciplina es generalizado. Quizá por esta razón la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó este 2011 como el «Año internacional de la química». El objetivo: concienciar al público sobre las contribuciones de esta ciencia al bienestar de la humanidad. «Todo lo que somos y todo lo que nos rodea es química», precisa el catedrático.

Hace ya 100 años, Marie Curie recibía su segundo premio Nobel -el primero, en 1903, lo compartió con Pierre Curie y Henri Becquerel- «en reconocimiento de sus servicios en el avance de la química por el descubrimiento de los elementos radio y polonio». Un siglo después, la ciencia a la que Curie dedicó su vida avanza hacia el conocimiento de procesos tan complejos como el aprovechamiento energético del Sol, la «economía del hidrógeno» o la producción sostenible de alimentos. Un área en la que, como afirma el catedrático de Ingeniería Química José Coca, «España puede hacer muchas cosas».

En Asturias el futuro de la química se escribe en los laboratorios de la Facultad que la Universidad de Oviedo inauguró en 1989 en el campus del Cristo. Organizada en tres departamentos -Química Orgánica e Inorgánica, Química Física y Analítica, e Ingeniería Química y Tecnología del Medio Ambiente-, sus grupos de investigación, una veintena, trabajan en campos que abarcan desde la modelización teórica de futuros experimentos hasta el diseño de emulsiones o nanotubos de silicio para la liberación lenta y controlada de fármacos. «Lo que queremos es conocer más, expandir los límites del conocimiento. En ello estamos, y no nos va mal», reconoce Cabeza con una sonrisa.

El gran valor de la Facultad de Química asturiana es que, según el vicerrector de Investigación, Santiago García Granda -catedrático de Química Física- «destaca en todas las áreas, con importantes índices de producción y de impacto de sus trabajos, y con investigadores reconocidos a nivel internacional». El decano de la Facultad, José Manuel Fernández Colinas, saca pecho al asegurar que el centro que dirige «está entre las cinco mejores» de las 34 universidades públicas que imparten estos estudios. Tanto en química como en ingeniería química. Un reconocimiento que, según Granda y Colinas, comenzó a gestarse entre finales de la década de los setenta y principios de los ochenta, con la «explosión» de la Facultad. «El afán de esta Facultad por investigar y trabajar se adquirió en esos años. Les debemos mucho a quienes llegaron desde Zaragoza, Valladolid o Madrid. Nos enseñaron qué era lo que había que hacer», rememora el Vicerrector.

Nombres como Barluenga, Coca, Gimeno o Sanz Medel crearon grupos de investigación que hoy son pioneros en sus disciplinas y formaron a docentes e investigadores asturianos capaces de tomar el testigo. «Traíamos una formación de vanguardia y en una generación la química en Oviedo ha pasado a ser competitiva a nivel internacional», destaca José Gimeno, catedrático de Química Inorgánica y director del Instituto universitario de Química Organometálica Enrique Moles. Él, que llegó de Zaragoza en 1982, es quien alza la voz para denunciar los «escasos recursos» que la Administración asturiana dedica a aprovechar la «masa crítica de investigadores» que trabajan en la Facultad: «En la situación actual, los jóvenes van a languidecer». Y para explicar su punto de vista, utiliza un símil futbolístico: «Los equipos modestos deben ser capaces de ver una estrella antes que nadie. Es cierto que la ciencia no tiene fronteras, pero nosotros, en vez de aprovecharnos de ellos, hemos vendido a los mejores». Según él, una de las necesidades pasa por recuperar a los becarios «Cajal», científicos «con un potencial increíble». Entre quienes suman más años de dedicación a la química en el Principado destaca José Barluenga, profesor emérito, catedrático desde 1975 y cabeza de un grupo de investigación que construye un mundo a base de anillos de benceno.

Barluenga encarna el «entusiasmo» por una ciencia «que ha contribuido tanto al bienestar de la humanidad. La química ha sido mi vida y estoy totalmente enamorado de ella». Un amor que la ONU y los científicos esperan extender más allá de los laboratorios.

Aunque las celebraciones a nivel europeo comenzaron el jueves, con un acto en París organizado por la UNESCO y la Unión Internacional de Química Pura y Aplicada, en España el lanzamiento del año químico será en febrero. El lugar, la sede central del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), en Madrid. «De todas formas, la ciencia debería ser cosa de todos los años», matiza Barluenga.

Bajo el lema «Chemistry: our life, our future» («Química: nuestra vida, nuestro futuro»), los objetivos del año internacional pasan por incrementar la «apreciación pública» de la química como herramienta fundamental para satisfacer las necesidades de la sociedad, promover el estudio de la química entre los jóvenes y generar entusiasmo por el «futuro creativo» de esta ciencia. Algo para lo que, según el vicerrector de Investigación, García Granda, es necesario fomentar las vocaciones científicas «desde que los alumnos son muy jóvenes. Que vean y se asombren con los experimentos, que se den cuenta de que la química mueve la vida diaria».

En contraste, José Coca, uno de los padres de la ingeniería química hecha en Asturias, constata que «el nivel de los alumnos que vienen de Bachillerato ha bajado considerablemente» y que su motivación por la química es «menor». «Y si España quiere desarrollarse más, necesita personal técnico: solucionar problemas con científicos e ingenieros, no con abogados», sentencia.

Varios de los grupos de investigación que trabajan en esa dirección pertenecen al área de Química Analítica. Catedráticos como Alfredo Sanz Medel, Agustín Costa o Marta Elena Díaz tratan de «dar un paso más allá de lo que otros han hecho hasta ahora», apunta el primero. Un objetivo en el que los tres departamentos de la Facultad ovetense han logrado cierta capacidad de «liderazgo químico» desde un sitio «pequeño y con relativamente pocos medios», añade Medel. «Aun así, la interdisciplinariedad es algo que nos falta, cada uno no sabe lo que hace el otro», afirma la catedrática, directora del centro de servicios universitarios de Avilés y presidenta para Asturias de la Real Sociedad Española de Química.

En el Principado, parte de las celebraciones por el «Año internacional de la química» estará a cargo de la Asociación de Químicos de Asturias. Su presidente, Miguel Ferrero, ha previsto una serie de conferencias, experimentos públicos y exposiciones encaminados a fomentar el conocimiento de la ciencia «gracias a la que vivimos, por las reacciones químicas constantes que ocurren en nuestro cuerpo». Un organismo que, para Barluenga, es «la fábrica química de mayor complejidad que conocemos».

Una de las curiosidades de la Facultad de Química asturiana es su capacidad para producir gestores universitarios. Tras Julio Rodríguez, catedrático de Inorgánica y rector entre 1996 y 2000, surgió Vicente Gotor, catedrático de Orgánica y actual rector, que ya había sido vicerrector bajo el gobierno del bioquímico Santiago Gascón. El mismo puesto que ahora ocupa el químico físico Santiago García Granda. «La capacidad de trabajo que se adquiere en esta Facultad ayuda en la gestión», afirma el decano, «el Rector receta "trabajo, trabajo y trabajo" porque es lo que se ve aquí. Los químicos valemos para muchas cosas: el actual ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, es químico», apostilla.

Con vistas al «año químico» que ahora comienza, Colinas responsabiliza a su ciencia de «prolongar la vida». «Con ella ahorramos energía, y que alguno la utilice mal», como quien bebe 10 litros de agua de un tirón, «no nos hace malos a todos. El desconocimiento, añade, puede deberse a que la química «tiene un lenguaje particular, como las matemáticas: al final, la sal que le echamos a la comida es NaCl», cloruro sódico. Pura química.

En 2005 nació la primera. Y tras ella otras cuatro empresas han salido -o están a punto de hacerlo- de los laboratorios químicos de la Universidad de Oviedo, al amparo de la institución académica. Son las conocidas como «spin-off» («salpicadura», en inglés), proyectos empresariales nacidos como extensión, en muchos casos, del fruto de una tesis doctoral. «Son la muestra de que los descubrimientos académicos pueden ser productos con un claro futuro comercial», afirma el vicerrector de Investigación, Santiago García Granda. «Fuimos los primeros y somos los líderes», añade con satisfacción.

La primera «spin-off», Entrechem -una empresa a medio camino entre la química y la biología-, nació de la cooperación entre los laboratorios del actual rector, Vicente Gotor, catedrático de Orgánica, y del catedrático de Microbiología José Antonio Salas. La tesis de Francisco Morís fue el punto de partida para una idea empresarial basada en nuevas técnicas encaminadas a la obtención, por ejemplo, de fármacos antivirales y antitumorales. Una de sus características es el uso de «química limpia», reacciones con biocatalizadores «que no producen residuos contaminantes».

Tres de las «spin-off» que engrosan el expediente investigador de los químicos en Asturias salieron de los experimentos en inmunoelectroanálisis del catedrático de Química Analítica Agustín Costa. A través de útiles sencillos y utilizando pocos reactivos «logramos construir herramientas muy eficaces en el análisis», destaca Costa. Con la idea de la miniaturización, estas tres empresas ayudan a llevar «el laboratorio en el bolsillo». Por ejemplo, pequeños dispositivos destinados al análisis de glucosa en sangre para diabéticos. DropSens, Micrux Fluidic y Healthsens son la aportación del equipo de Costa a la transferencia de conocimiento. «Es el buque insignia de la Facultad», apostilla.

La próxima será Polimprint. La empresa, promovida por la catedrática de Química Analítica Marta Elena Díaz, prepara estos días su plan estratégico, en pleno proceso de búsqueda de financiación. Por ejemplo, en el País Vasco. De la Facultad ha salido también una nueva patente, del catedrático de Analítica José Ignacio García, capaz de producir isótopos capaces, por ejemplo, de identificar el origen de un explosivo después de la detonación.