Gijón

Tadeusz Malinowski, nacido en 1919 en Polonia, visitó por primera vez España en 1946, y tres años después conoció a la que sería su esposa, la asturiana Ana Rubio Camino, y a la amiga íntima de ésta, la escritora Sara Suárez Solís, con la que se casaría once años después del fallecimiento de la primera. Antes de aquella visita a España, Malinowski había iniciado los estudios de Medicina en Polonia y, casi sin solución de continuidad, había sido deportado en 1941 por los rusos a Siberia, junto a su familia, y después había formado parte del Ejército polaco que luchó en la II Guerra Mundial junto a los ingleses, concretamente en el frente italiano. Tras la guerra, estudió en Madrid pero cambió la Medicina por el Derecho. Ya casado se establece en el Chile del presidente democristiano Frei, previo a Salvador Allende, y después regresa a España, donde trabajará en diversas editoriales. Sus «Memorias» para LA NUEVA ESPAÑA se publican en esta primera entrega y otras dos.

l Fotografía y Comuna. «Conocí en 1949 a dos asturianas, Ana Rubio Camino y Sara Suárez Solís. Eran dos íntimas amigas de Oviedo que terminaban ese año la carrera de Románicas, las dos con premio extraordinario, y recibían en premio una beca para un curso de verano en Santiago de Compostela. Por otras razones, yo también recibí la misma beca y allí coincidimos. En 1955 me casé con Ana, que falleció en 1973, y después de once años de viudedad me casé con Sara, que dada su amistad con Ana siempre había sido la "tía Sara" para mis hijos. Del matrimonio con Ana nacieron cuatro hijos, Tadeusz, María Paula, Jan y el pequeño, Pedro, que tiene ahora 48 años y estudió Bellas Artes en Barcelona y se especializó en fotografía. A los 19 inició toda una carrera como bailarín de compañías de ballet de Alemania, en Lubek y después en Gelsenkirchen. Después de dejar la carrera de bailarín ha seguido trabajando como fotógrafo profesional y en esto sigue los pasos de mi abuelo Wlodzimierz, que de joven aprendió fotografía, a mediados del siglo XIX, cuando la fotografía era una novedad completa. En 1863 estalló el levantamiento de los polacos contra Rusia y mi abuelo participó activamente en aquella rebelión. Tras la derrota del levantamiento, mi abuelo se exilió en Francia y se alineó con los demócratas de la Comuna de París, en 1871, como comandante de una de las barricadas en la plaza de Vendôme. Fue herido en la lucha y los obreros parisienses lo escondieron en un chiquero y luego huyó de la represión a la Argentina, pero cuando volvió a Francia montó un taller fotográfico en un asno y recorrió el sur del país haciendo fotos de los pueblecitos».

l Madre rusa. «Mis padres se conocieron en la Universidad de Dorpat (hoy Tartu), en Estonia, entonces provincia del Imperio Ruso. Estudiaban Medicina hacia el año 1912. Mi padre, Gedymin-Zygmunt Malinowski, creció en un ambiente profundamente marcado por la actitud rebelde hacia el Imperio ruso. Claudia, mi madre, que como rusa había profesado la religión ortodoxa, le dijo: "Tu Dios es mi Dios y tu patria es mi patria"; abrazó el catolicismo y se casaron el 31 de agosto de 1917, en plena guerra, en la iglesia católica de Minsk, mientras la ciudad sufría un bombardeo de la aviación alemana, cuando todavía las bombas eran pequeñas y eran lanzadas manualmente desde los aviones. Así que mis padres se casaron en el mes de agosto, dos meses antes de aquel siniestro octubre que entró en la Historia con la Revolución bolchevique. Su noviazgo con una joven rusa fue muy mal recibido por la parte femenina de la familia. Mi abuela Aleksandra Karpuszko y mi tía abuela Grasylda se opusieron decididamente a que Gedymin se casara con "una rusa". El papel de Grasylda en la familia era de excepcional importancia. Al morir su madre, Konkordia, en 1850 Grasylda se hizo cargo de la casa y de la educación de sus hermanos. Fue una excelente pianista y profesora de piano, y educó a sus hermanos menores. Fue ella quien también participó en el levantamiento polaco de 1863 y la Policía zarista la persiguió por sospechosa de aquella colaboración y por enseñar a los niños de la vecindad la lengua, la historia y la literatura polacas. Grasylda tenía un novio que también participó en el levantamiento, y por ello murió ahorcado, por orden del gobernador ruso, Muraviev, apodado "el Ahorcador", en Wilno (hoy Vilnius), en la plaza de Lukiszki. Ya en la Polonia libre, en los años veinte del siglo pasado, Grasylda solía arrodillarse y rezar cuando cruzaba aquella plaza. Como la muerte de su novio no había sido natural, le siguió siendo fiel y quedó soltera».

l Recuperar la soberanía. «Mi padre fue a la Academia Militar de Irkutsk, donde en 1915 consiguió la patente de oficial de infantería. Fue destinado a una unidad rusa, participó en refriegas, fue condecorado por "valentía", y, posteriormente, herido. A la vez, presionado por la familia, rompió el compromiso con Claudia y trató de que ella lo perdiera de vista. Sin embargo, ella no se resignó y escribió a mi abuelo solicitando la dirección de Gedymin. Wlodzimierz cedió y se la facilitó, contraviniendo los deseos de las féminas. Así que un mediodía, el asistente de mi padre miró por la ventana y le dijo que una dama se estaba acercando a la puerta. Gedymin corrió hacia la ventana opuesta con la intención de huir, pero al oír la voz de mi madre? Ella había terminado ya la carrera de Medicina y se alistó en una unidad sanitaria polaca destinada al frente y allí se enfrentó a una cultura y un trato diferentes de los usos rusos y, por primera vez en su vida, a la necesidad de ir aprendiendo una lengua distinta. Aquella I Guerra Mundial terminó con la derrota de Alemania, pero no con la victoria de Rusia, porque en abril de 1917 los alemanes, muy aviesos, enviaron a Lenin y a Trotski a Petrogrado en un vagón sellado y, en efecto, aquellos comunistas prepararon y lideraron la siniestra Revolución de Octubre. En el otoño del año 1918 mis padres estaban en Varsovia. Sin embargo, Gedymin no duró mucho en la Universidad. El 10 de noviembre, víspera del que quedó ya fijo en la Historia de Polonia como el de la recuperación de la soberanía, algunos, entre ellos Gedymin, habían acudido a la estación de ferrocarril a ovacionar al militar y político Józef Pilsudski, que regresaba a Polonia desde Magdeburgo. Luego, mientras aquellos estudiantes estaban reunidos en asamblea, apareció el capitán Umiastowski, vestido de paisano, quien, tras identificarse, preguntó si había entre los reunidos algún oficial del Ejército. Mi padre y otros cuatro colegas levantaron el brazo. Mientras estos cinco recibían instrucciones, los demás estudiantes se formaban en compañías. A Gedymin le tocó tomar el Palacio Real, desarmando el destacamento alemán que lo cuidaba. Los alemanes colaboraron y la toma fue resuelta sin contratiempos. El 21 de diciembre de aquel mismo año, Gedymin se incorporó definitivamente al Ejército polaco y fue destinado a Lowicz. Más tarde, en noviembre de 1921, lo enviaron a Skierniewice, donde vivimos hasta su jubilación en 1937. El 1938 nos trasladamos a Wilno, donde estaba radicada nuestra familia».

l Catecismo polaco. «Nací el 19 de octubre del año 1919, en Lowicz, en el centro de Polonia ya nuevamente independiente. Mi educación bebió de estas dos vertientes: de la enseñanza pública de un país moderno, y de la tradición familiar anclada en el siglo XIX, siglo de levantamientos, epopeyas napoleónicas y la tenaz resistencia a toda clase de opresión. Recuerdo el Catecismo del niño polaco: "¿Quién eres tú? / Un pequeño polaco. / ¿Cuál es tu seña? / El águila blanca. / ¿Dónde vives? / Entre los míos. / ¿En qué país? / En tierra polaca. / Sostenida ¿cómo? / Con la sangre y las heridas. / ¿La amas? / Sí, la amo sinceramente. / ¿En qué crees? / Creo en Polonia. / ¿Qué le debes? / La vida". Cuando yo era pequeñajo mi madre todavía no hablaba muy bien el polaco pero su voluntad era la de hacerse polaca, hasta tal punto que cuando nos deportaron a Siberia ella se negó a hablar en ruso con los rusos. Los chiquillos de mi edad, sabiendo el origen de mi madre, me insultaban con un nombre despectivo que los polacos de aquella zona daban a los rusos: "Kacap". Después, todo cambió y aquellos chiquillos fueron mi pandilla, de la que yo fui un poco el líder. Y cuando estudié Lengua y Gramática polaca en Bachillerato, mi madre ya sabía perfectamente la lengua y me hacia dictados y otro ejercicios. Viví en Lowicz hasta los dos años, y el resto de mi infancia y juventud en Skierniewice, donde hice el Bachillerato y desde donde después iba a Varsovia a la Universidad, para cursar el primer año de Medicina. Era aquella una Polonia ilustrada. El Bachillerato, que duraba ocho años, lo cursé en la enseñanza pública y la educación estaba prácticamente en manos de los masones. El nivel era muy alto y mi preparación tanto en Historia como en Literatura Universal era espléndida; y del otro lado, en Física y Química sucedía lo mismo. Terminé el Bachillerato a los 17 años y entré en la Universidad a punto de cumplir 18. Mi vocación inicial era la Lingüística, pero en mi casa había otro ambiente: me regalaban libros sobre investigadores como Pasteur o Birkhoff, o sobre Paracelso y materias similares. Lo hicieron de tal manera que escogí Medicina, en la que era difícil ingresar porque sólo había cien plazas. Hice el examen de ingreso, bastante duro, y lo aprobé. Estudié el primer curso en Varsovia, segundo en Wilno, tercero, después de la guerra, en Bolonia (Italia), y el resto del tercer curso y cuarto lo hice ya en España, en Madrid. Después dejé Medicina y pasé al Derecho».

l Zapateros y trenes. «Estando en Wilno llegó la invasión soviética sobre Polonia. Mi padre, un hermano suyo y yo escapamos y nos fuimos a Lituania, con el propósito de pasar a Inglaterra e incorporarnos allí al Ejército polaco. Lituania todavía era libre y la cola para el avión era larga ya que muchos polacos estaban huyendo. En este tiempo, los alemanes ocuparon Noruega y se cortó el camino. Suecia cerró las fronteras y entonces el Ejército soviético ocupó Lituania y le incorporó Wilno. Era 1940. Mi padre y yo regresamos a Wilno, se reunió de nuevo nuestra familia y aprendí el oficio de zapatero. Mi padre y yo aprendimos este oficio con Witold Sylwanowicz, un profesor de Medicina en la Universidad. A su vez, él lo había aprendido siendo estudiante de Medicina, durante la Revolución bolchevique, para ayudar a su madre y sacar adelante a sus hermanos menores. Cuando ese año de 1940 los lituanos cerraron la Universidad de Wilno, él quedó sin nada, volvió al oficio de zapatero y nos enseñó a mi padre y a mí. El 14 de junio de 1941 los rusos nos deportan a Siberia, al Gulag, el sistema de campo de trabajo soviéticos. Las causas de la deportación eran la cirugía social, según la política soviética de Stalin de cambiar la estructura social de las poblaciones. Mi familia no estaba especialmente señalada; era una familia polaca como tantas, pero mi padre había sido un militar de carrera y quizás esto influyó. Mi madre era rusa pero se sentía plenamente polaca. Ya digo que Wilno era una ciudad cedida por Stalin a la recién estrenada República Socialista de Lituania, ocupada y vigilada por el Ejército y Policía Política rusos, NKVD (más tarde KGB). Era la mañana de ese 14 de junio de 1941 cuando mi padre y yo estábamos en una pequeña habitación, sentados en taburetes de zapatero, en la casa de Sylwanowicz, nuestro maestro en el oficio. Nuestra clientela era sobre todo de profesores de la Universidad y sus amistades y el taller era un centro de información confidencial. Una de las cosas que escuchamos allí era que se estaban preparando trenes de mercancía para el transporte de personas. Había rumores de que Hitler atacaría Rusia y pensamos que aquellos trenes iban a servir para la evacuación de las familias de los militares rusos. De pronto llegó mi hermana y nos dijo que la NKVD mantenía retenida en casa a nuestra madre y preguntaban por mi padre. Salí disparado a ver qué pasaba en casa y dos militares me aseguraron que sólo habían venido a por mi padre. Volví a buscarlo: "No dejaré a mamá sola; sola no sobrevivirá", dijo él, y yo tomé la misma determinación. Un camión verde, con mi madre y mi hermana sentadas encima de las maletas, nos llevó a la estación. Nos indicaron el vagón, en el que ya había otras personas».

l Taladores de pinos. «Era un vagón de ganado, con cuatro pequeñas ventanitas y con un canalón de dos tablas en "V", para evacuar aguas menores. Cuando el vagón se llenó, cerraron el portón desde fuera y ya no se abrió durante las primeras cuatro jornadas de viaje. Con la higiene tuvimos suerte: una madre de cinco hijos, el mayor de unos 14 años y la menor de 3, traía un orinal y rompimos el cierre de uno de los ventanucos para poder vaciarlo. Pasados los Urales, el tren paraba en zonas despobladas. En una de las estaciones nos enteramos por los altavoces de que Hitler había atacado a la Unión Soviética, el 22 de junio de 1941. En Siberia comenzamos a viajar con los portones abiertos de par en par y en una de las paradas nos dieron un cucharón de sopa caliente por viajero. Esperábamos recalar en algún lugar en Siberia, pero, para nuestra sorpresa, una vez dejado atrás Novosibirsk, el tren tomó camino del Sur hasta la estación de Barnaul, en las estribaciones de los montes Altai. Era el 3 de julio. Nos inspeccionaron y nos mandaron subir en un camión, con nuestras pertenencias. Fuimos hacia las montañas, hacia los bosques de pinos, y llegamos al destino, a cuarenta y tantos kilómetros. Era un poblado llamado "Sector Central" y nos alojaron en un barracón con camas dispuestas como en un hospital. Pocos días después nos reunieron en una plaza y apareció el jefe: "Vosotros vinisteis aquí para cortar árboles. Vuestros hijos van a construir aquí una gran ciudad. Vuestros nietos vivirán aquí felices. Sin embargo, a vuestra Polonia no volveréis jamás"».

l Ropa interior inglesa. «Al mismo tiempo, los ejércitos alemanes se adentraban en Rusia y ésta necesitaba urgentemente ayuda. Para conseguirla, Stalin tuvo que acceder a pactar con el Gobierno polaco en Londres devolver la libertad a todos los polacos encarcelados y deportados, así como facilitar la formación del Ejército propio. El general Anders, preso hasta entonces en la cárcel de Lubianka (Moscú), fue nombrado jefe y encargado de organizar aquel Ejército que finalmente se formó en Kazajstán, y fue trasladado entre principios de 1942 y mediados del siguiente vía mar Caspio a Oriente Medio. Junto con aquellos militares salieron numerosas familias, entre ellas mi madre y mi hermana, y centenares de niños cuyos padres murieron en Rusia. Tengo muchos recuerdos de aquella peripecia. Cuando veo en verano a la gente dormir en la calle, recuerdo cómo aquel invierno dormimos prácticamente a la intemperie varios días en la plaza de la estación de Taskent. Para no caerme del banco me ataba a él con el cinturón del pantalón. Taskent estaba en Uzbekistán, en nuestro camino para ir formando el Ejército polaco de los deportados. La ropa interior y los uniformes que nos daban eran ingleses. Este Ejército se formó al principio en el interior de Rusia y luego fue pasando por otros lugares hasta llegar a Kazajstán. Todos estos tremendos viajes los padecimos casi sin comida».

l Instrucción en Artillería. «Salimos a Persia y después pasamos a Palestina. Entonces no existía Israel, sino Palestina, que era protectorado inglés. Allí nos reorganizamos completamente y nos unimos a una brigada polaca que había luchado en África contra Rommel. Seguimos el modelo militar inglés; cambiamos los uniformes, tuvimos armas distintas e hicimos instrucción. Me tocó Artillería y fui especialista en topografía. Naturalmente manejaba armas y sabía disparar cañones y todo esto, pero mi arma principal eran tablas logarítmicas, el goniómetro, la brújula y los demás instrumentos para la orientación en el terreno. Mi trabajo era calcular ángulos de disparo, señalar las coordenadas de las baterías y hacer cálculos de tiro con la corrección del disparo en función del comunicado meteorológico que nos llegaba cada media hora. Fuimos el Segundo Cuerpo de Ejército Polaco dentro del Octavo Ejército inglés, y, entre otros lugares, estuvimos en el frente de Italia, avanzando hasta liberarla. Participé en una de las batallas más terribles, la de Montecassino, donde los polacos seguimos luchando por la libertad pese a que ya sabíamos que Polonia había sido entregada a los rusos y permanecería en el Telón de Acero tras la guerra».

Segunda entrega, mañana, lunes: Tadeusz Malinowski