Poco antes de que se acabe la jornada escolar, a primera hora de una tarde de invierno avanzado, casi todo primero y segundo de la ESO deshace el camino que baja del telecentro al Colegio Rural Agrupado de Villayón. Son siete alumnos y hoy no han faltado nada más que dos. Desde dentro de las aulas, mirando a su alrededor, ellos pueden entender bien la batalla sorda que fuera se libra contra la despoblación y el envejecimiento. El centro educativo, 79 estudiantes en el total de este curso, contaba 187 en 1997 y el declinar de la población escolar va a servir como espejo. Tuvo «más de doscientos hace veinte años» y «sin contar las escuelas de los pueblos cerca de cuatrocientos hace treinta», o eso dice el recuento por observación directa que comparten desde generaciones distintas Juan Méndez, ahora hostelero en la villa, y Angelita Álvarez, ganadera. «A tercero de Primaria va sólo la mía», ilustrará Celina González, que también sobrevive gracias a las vacas en esta planicie elevada donde se acuesta el paisaje muy rural de la capital de Villayón. Aquí, a 350 metros de altitud y dieciséis kilómetros río arriba desde la desembocadura del Navia, la asignatura imprescindible examina sobre las maneras de contener la huida de la población joven; pregunta por los modos de volver a repoblar los pupitres del colegio. La fórmula para que no se pierda, van a decir aquí, se descifra mezclando vivienda accesible con alternativas fiables de futuro, casas para que juegue a favor de este pueblo el valor residencial que proporciona la proximidad de la gran industria de Navia y oportunidades capaces de estimular la visibilidad de este paisaje tranquilo que reclama más infraestructuras para poder exprimirse como recurso turístico. Sólo así, confirmará el vecindario, podrá empezar a parar la resta que tiene la pequeña población detenida, de momento, en 165 habitantes.

En la pista de piso verde del CRA, donde la canasta convive con el tobogán, los niños que ahora juegan al fútbol vienen todos los días desde casi todo este concejo muy agrario que ha perdido mil habitantes en los últimos 25 años, que frisaba los 2.000 en 2000 y que hoy supera a duras penas los 1.500, pero que también tiene en su escala humilde una pequeña cantera que cuidar: según las cuentas de la resistencia de la Secundaria en Villayón, la penuria de ahora es «un bache»; se esperan 21 alumnos dentro de dos años y 25 al siguiente. Así alienta la esperanza con datos el director del centro, Fernando Ovejero.

Desde el patio del colegio se ven a lo lejos dos de las cascadas de Oneta, la Firbia y la Ulloa, parte del monumento natural titulado más explotable de este concejo, que agita los brazos para que se le vea desde fuera. Pero a pesar de ellas y del verdor del paisaje ondulado que se percibe alrededor de la capital, «la gente no sabe dónde está Villayón». Esa certeza que ha constatado Celina González es un problema cuando Mirta Rodríguez se obliga a responder a una pregunta aparentemente inocente de los clientes de su hotel rural, doce plazas en una casona de piedra rehabilitada hace cuatro años: «¿Estáis al lado de Covadonga?». «Villayón no les suena» y en esas circunstancias el turismo da en la capital, de momento, para que sobrevivan su establecimiento y otros dos donde se alquilan apartamentos y habitaciones. Por la rentabilidad «no hay que tener miedo a partir de Semana Santa», asegura, «pero en septiembre se acaba». Llenan los agostos y puntualmente algún fin de semana y se observa claramente, eso sí, un lento progreso en el número de visitantes desde hace algunos años. Aun en temporada alta, el obstáculo primordial es la certeza de que «no puedes vender vacaciones sin infraestructuras», confirma Juan Méndez, porque «la gente quiere hacer cosas» y aquí las hay, le acompaña Angelita Álvarez, pero la incuestionable belleza natural está en ocasiones poco accesible y menos preparada para comercializarse con decisión como destino turístico. En Ponticiella, por ejemplo, hay otras cascadas, las de Méxica y, más arriba, en Busmente, otra catarata esconde la cueva del Pímpano. Seis kilómetros aguas abajo está el embalse de Arbón, pidiendo al menos «una zona de baños y un área recreativa», reclama Mirta Rodríguez -«no hay más que una en todo el concejo», le sigue Méndez-, y, en el barrio de Villa de Arriba, el centro de interpretación de los paisajes protegidos de montaña ocupa un edificio junto a las antiguas escuelas, hoy telecentro, cerrado en temporada baja hasta la próxima semana. A Mari Pérez, peluquera en la villa, le parece que «funcionaría una empresa de rutas a caballo o en quad»; Méndez asegura que todavía no, que «no estamos preparados, en ningún sentido, para vender turismo rural», y Ramón Rodríguez (PP), alcalde de Villayón desde 1980, acepta la necesidad del sector de las vacaciones a tiempo parcial como motor auxiliar del concejo ganadero, pero se apunta también a la urgencia de las estrategias para conseguir que se sepa que existe. El turismo rural se le hace, dice, «imprescindible para mezclar con las ganaderías y activar así todo el sistema para sacar adelante Villayón, que hace unos años casi ni se conocía». «A través del Parque Histórico del Navia», cuenta, «hacemos todo lo que podemos para dar a conocer que tenemos un entorno extraordinario y gente agradable con todo tipo de visitantes».

El escritor boalés Bernardo Acevedo y Huelves ya vio aquí en 1900 «un laberinto de montañas en extremo pintoresco» que «no tiene comunicaciones». Hoy sí, pero para llegar hasta Villayón hay que saber. El giro a la izquierda antes de entrar en Navia para tomar la AS-25 que remonta el río hasta aquí no tiene indicador y la desorientación del neófito es un síntoma. La señal no está desde que la derribó un camión, protesta Méndez, y hasta ese pequeño detalle confirmará que cuesta encontrar los caminos, en todos los sentidos.

Lo saben los que siguen aquí. La fuerza atractiva de Navia, con miles de empleos en la industria a sólo dieciséis kilómetros de aquí, tiene por lo menos dos análisis posibles. Hay uno nocivo para el recuento demográfico de la capital de Villayón y es el que protagonizan los que han sucumbido a las comodidades de la vida de allí; el otro es el de quienes se han quedado y piensan que la proximidad de la «gran civilización», con muchas comillas, se puede aprovechar a favor de este pueblo al que ha vuelto Mari Pérez para convencerse de que ya no cambia esta tranquilidad «por Navia ni por ninguna ciudad». Ese horizonte atisba futuro para el uso residencial de este pueblo, con la vivienda mucho más barata que la villa que encabeza su comarca y con un minúsculo muestrario de servicios básicos a la vista en una vuelta alrededor de la plaza que hace el centro. Junto al edificio del Ayuntamiento, de largo la empresa que más emplea en el concejo, hay aquí dos bancos, una mueblería y un bazar, farmacia, restaurante con alojamiento, el viejo centro de salud frente a un almacén de piensos y, a la vuelta de la esquina, un supermercado. Más arriba, junto al colegio y el polideportivo, avanza la obra de lo que será una piscina climatizada, y lo que fue la escuela es un telecentro puesto al lado de un centro de día para mayores donde trabajan dos personas y reciben cobijo y atenciones quince ancianos los martes y los jueves, nueve el resto de los días de la semana. Este equipamiento y la necesidad de un asilo informan sobre la estructura demográfica de un pueblo «con un alto porcentaje de habitantes mayores de 60 años», pero a la vez con la calidad de vida que la empresaria hostelera constata observando a sus hijos. «Tienen a cien metros un buen colegio», con sus cinco pizarras digitales, y Navia y sus servicios y la Autovía del Cantábrico, a dieciséis kilómetros de revirada pero bien pavimentada carretera. «No me sentiría cómoda en una ciudad», concluye. Mari dice que su peluquería funciona y a su juicio «cabrían más negocios» si se pusiese atención en otros sectores desatendidos: «Un quiosco, una gasolinera, un tallerín...».

Climatizada y cubierta, avanza junto al polideportivo y el colegio con previsión de apertura, avanza el Alcalde, «para dentro de un par de meses». La infraestructura, asegura Ramón Rodríguez, responde a una solicitud generalizada y matará dos pájaros de un tiro si además contribuye al desarrollo turístico de la zona.

El que hay en la plaza de Villayón «no reúne las condiciones para el tipo de gente que tenemos aquí», asegura Rodríguez, «con predominio de los mayores de 60», y por eso el Ayuntamiento ha adquirido un solar para construir, detrás del viejo, un nuevo centro sanitario. La Consejería analiza el proyecto y «esperamos que en breve se pongan manos a la obra». También está en su fase final una nave municipal, «que no teníamos» y es necesaria porque «puede que tengamos 40 o 50 personas trabajando sin un vestuario ni una sala para reunirse».

Villayón tiene centro de día, pero su estructura demográfica envejecida pide una residencia permanente, asegura la hostelera Mirta Rodríguez, que mejore la atención a los mayores.

La red no daba servicio hasta ahora a la totalidad de las viviendas del pueblo y por eso empezó el pasado martes la obra de extensión del saneamiento y construcción de una depuradora a la entrada de Villayón desde Navia.

Entre agosto y septiembre, según los cálculos del Ayuntamiento, estarán finalizadas las ocho viviendas sociales que se construyen en la salida de Villayón por la carretera que lleva a Ponticiella y Boal. Los edificios, que tienen ya casi el doble de solicitudes que de casas disponibles, completarán la oferta de pisos de protección imitando a los diez que ya están ocupados a su lado.

Puede que sea éste, aventura el director del Colegio de Villayón, Fernando Ovejero, «el único concejo sin biblioteca pública». Las tentativas de poner la del centro escolar al servicio del pueblo no encontraron demasiado asentimiento, pero el desarrollo cultural de la localidad agradecería un equipamiento de este tipo.