En la ría del Eo, frente a Castropol y Figueras, la bajamar hace asomar un pequeño arenal con un nombre ilustrativo de lo que queda por hacer a este lado de la frontera. «El tesón», que aparece y desaparece, puede aceptarse como metáfora. Aquí necesitan que emerja el tesón, el empeño y la firmeza, dicen, porque aquí «la gente es muy cómoda», define Francisco García, y «no hay inquietudes ni mentalidad emprendedora». José García Bouzón, que con la marea baja se dedica a seleccionar y embolsar varios kilos de mejillones sobre una balsa en el fondo de la ría, convendría con Eduardo Martín que el estuario del Eo podría tener más recorrido. Igual que María Alonso, que va a decir lo mismo desde su esquina de la explotación económica, persuadida de que, también para el turismo, esto es demasiado a menudo un lugar de potencialidades poco exprimidas y promocionadas, también enredado a veces en la falta de iniciativas y de espíritu aventurero. Tampoco aquí, dice ella, «se puede vivir del turismo, hace falta otro sueldo, una alternativa», pero tal vez sí afinar la oferta que hoy mantiene en la villa unas cincuenta plazas en dos hoteles y aproximadamente veinte en apartamentos.

Su receta se vuelve a resumir en perfeccionar las miradas que esta villa le devuelve a su ría, en promocionar su riqueza biológica o sus posibilidades para los deportes náuticos; en pasear al visitante -hay varias embarcaciones que ya lo hacen desde Castropol y Figueras-, pero enseñarle también, por ejemplo, cómo se cultivan y dónde crecen las ostras. Alonso piensa en la ornitología, en el impulso de esta ZEPA -zona de especial protección para las aves- con un censo y unos miradores que permitan complementar cualquier estancia en Castropol y, en fin, con otra forma de girar una visita provechosa a la ría del Eo. El alcalde, el socialista José Ángel Pérez, se apunta con el proyecto de un puerto deportivo cuyo proyecto, dice, «avanza muy positivamente». El trámite medioambiental, en proceso, no va a ser, a su juicio, «un escollo insalvable» y la financiación está comprometida, de forma que de su mano se avecina «una mejora importante desde el punto de vista turístico. Los propietarios de embarcaciones tienen generalmente un poder adquisitivo alto y eso va a elevar el gasto de los turistas en el municipio».

Ésa es otra forma de volver sobre lo ya inventado, la caña echada sobre el turista exigente que ya imponía el programa de los «Festejos en honor de Nuestro Excelso Patrón Santiago Apóstol» en el año 1964: «Al turista superficial que pasa por los lugares sin enterarse de nada, que necesita ruido de altavoces, bullicio de gente y luces de neón para llenar un vacío interior, poco será lo que le diga Castropol. Los turistas de este tipo es preferible que sigan de largo».

«Castropol es villa de aguas a diestra y siniestra». La peculiar disposición de la pequeña península castropolense, definida aquí como lo hizo Camilo José Cela en su viaje «Del Miño al Bidasoa», explica que una buena parte de las miradas del futuro confluya desde aquí en el medio acuático cambiante de la ría fronteriza. Su importancia ha elevado incluso el nivel de la polémica entre las dos orillas del Eo a cuenta de la denominación del cauce, «Ría de Ribadeo» en Galicia o sólo con el nombre del río en esta margen asturiana. El debate ha traspasado aristas políticas e históricas, pero hay quien opina en Castropol que al final adelanta sobre todo una cuestión esencial de supervivencia. La poca visibilidad que más de uno denuncia en el repaso de los problemas de este lado de la ensenada no hará más que crecer «si fuera de aquí», justifica algún vecino, «se venden estas ostras como de la ría de Ribadeo».

De momento, sin embargo, lo que debe multiplicarse es, dice una versión extendida, la «comercialización» ventajosa de la desembocadura del Eo. En su orilla castropolense, pero en cautividad y en tierra firme, crecen erizos de mar, almejas y pulpos. Es el Centro de Experimentación Pesquera de la Consejería de Medio Rural, cinco trabajadores, 25 años de historia y un proyecto de cría para repoblaciones, además de una depuradora donde se purifican los moluscos del Eo para su venta. La investigación, no obstante, podría encontrar muchos vecinos en esta sección de la ría donde además de ostras siempre hubo navajas, apunta Francisco García, y a veces el agua y su entorno no se exprimen como debería. «¿Por qué no un museo naval -ofrece Claudio Pérez- con las maquetas muy peculiares que siempre se han hecho aquí?». Una feria de las ostras, le sigue Ovidio Vila, promocionaría mejor lo propio en una villa que ya organiza certámenes de avicultura, «podría tener futuro una empresa que alquilase embarcaciones de vela o de remo...». Y así sucesivamente.

«Santiniebla»

«Santiniebla está caído como un pájaro enfermo sobre una oscura colina que avanza hacia el mar. La ría plomiza contiene su empuje y lo liga a la tierra. Tal vez esa aspiración abatida infunda a todo el pueblo su aire de rota melancolía, el mismo que a veces vemos en ciertas figuras de vagabundos, a cuyos rasgos, entre la miseria y la pena, asoma un moribundo destello de genio. El musgo sobre las piedras, la humedad sobre los cimientos, van absorbiendo los edificios sin que nadie parezca darse cuenta de tal amenaza. (...) Por las calles, empinadas y grises, conduciendo siempre, como una obsesión, a la misma plazoleta con castaños en torno de una yerta estatua que la exorna e infunde cierto ambiente dominical, apenas si alguna sombra se desliza, ni siquiera un triste perro fugitivo.

»Pero Santiniebla tiene en cambio la ría. Cuando a la caída de una de esas largas tardes de verano se baja la senda que desde lo alto de la colina lleva hacia el malecón, el denso perfume del mar, el misterioso grito de las gaviotas sobre la brillante superficie de las aguas, sólo encrespadas allá, entre las sombrías rocas que guardan la entrada de la ría, entonces yo os aseguro que poco accesible será a la naturaleza quien no sienta sus pupilas enturbiadas por las lágrimas».

Luis Cernuda: «En la costa de Santiniebla» (1937)

Cela, en La Mirandilla

«A las puertas de Castropol, la marea baja deja en seco unas lanchas que quedan varadas sobre la arena, escoradas sobre una banda, con aires de barcas muertas. Castropol es villa de aguas a diestra y siniestra. A su izquierda -y ya hecho mar- se pierde el Eo, y a su derecha, y formando un gracioso estero en

su desembocadura, salta el Berbesa, que deja enfrente a la aldea de Figueras. El vagabundo, por Castropol, busca La Mirandilla, que es alameda umbría, con viejos árboles misteriosos y alegres niñeras llenas de juventud y buen sentido. (...) Castropol, en tiempos, se llamó Puebla del Castro, y Pola del Castro y, para complicar, Pola de Castropol, que suena a capicúa. Castropol se levanta en los términos del antiguo Honor del Suarón».

Camilo José Cela: «Del Miño al Bidasoa» (1952)

«Corral de vacas»

Desde Luarca a Castropol bellas campiñas paseo,

Bañadas como un crisol por los remansos del Eo

Castropol corral de vacas, as Figueiras de cabritos,

A Veiga de folgazais e Ribadeo de señoritos.

Coplas populares

Cabecera comarcal

«Villa marítima y cabeza de partido judicial del que forman parte los ayuntamientos de Boal, Coaña, El Franco, San Tirso de Abres, Taramundi y Vega de Rivadeo, con agregación además de los de Illano, Pesoz, Santa Eulalia de Oscos, San Martín de Oscos, Villanueva de Oscos y Grandas de Salime, que se le añadieron por real orden de 6 de junio de 1883, al trasladarse a la villa de Tineo el juzgado de Grandas de Salime».

Ciriaco Miguel Vigil: «Asturias monumental, epigráfica y diplomática» (1887) En el nombre de la ría