Avilés,

El pretendido camino que lleva al futuro no estaba al frente, sino debajo. Porque en los últimos años Avilés cree haber descubierto que sus potencialidades como ciudad estaban enterradas bajo el lodo que cubría su ría y ocultas por la pátina negra de hollín que tiznaba sus calles e hipotecaba su valioso patrimonio urbano. Como tantas otras veces en su milenaria historia, en tiempos de tribulación Avilés ha tenido que volver al principio, a su génesis fundacional, para encontrarse a sí misma y recobrar la autoestima. Y en el origen estuvo la ría, esa lámina de agua que a la vez que vertebra también divide a la ciudad en dos realidades antagónicas: de un lado, la villa; del otro, la industria. ¿Dos mundos irreconciliables o simplemente dos caras de la misma moneda? Ése es el dilema que aún hoy inspira el gran debate en el que está inmersa una localidad empeñada en dar carpetazo al monocultivo de las chimeneas y abrir ventanas por donde entren nuevos aires: el turismo, las nuevas tecnologías de la información, las ferias y los congresos o la «industria de la cultura», entre otras actividades.

El Centro Cultural Oscar Niemeyer, ese blanco alarde de modernidad construido como una provocación a tiro de piedra de las últimas chimeneas que quedan en pie de Ensidesa, centra las expectativas del Avilés que viene, si bien esos edificios son sólo la punta del iceberg de los cambios en marcha. A la espalda del citado Niemeyer se desparrama la industria, tanto la que algunos critican por obsoleta (léase baterías de coque) como la de última generación (representada por las empresas instaladas durante la última década en el Parque Empresarial Principado de Asturias). Vista desde la ciudad, esa composición -el Niemeyer en primer término, las chimeneas al fondo- es más que una metáfora. Es la representación visual del modelo económico al que Avilés ha fiado su última transformación. Y, como no podía ser de otra manera, la escena tiene como telón de fondo la ría.

El saneamiento del estuario, por más que lento en su ejecución -una cuestión esta de la lentitud sobre la que se volverá unas líneas más adelante-, fue el pistoletazo de salida a una serie de procesos que perfilan el Avilés futurible. En vías de quedar resuelto el problema de los vertidos a la ría, se dio un segundo paso para la recuperación de ese espacio: la retirada de los lodos que impedían llamar a la ría de cualquier otra forma que no fuese «cloaca». Paralelamente, la vecina cabecera siderúrgica de Ensidesa fue objeto de desmantelamiento; la calidad del aire de la ciudad lo agradeció y el suelo liberado sirvió para hacer posible el asentamiento de nuevas empresas y el realojo de otras cuyas instalaciones se habían quedado obsoletas.

Avilés, que había acabado el siglo XX sumida en serias dudas de identidad y acumulaba interrogantes sobre cuál debía ser su nuevo modelo de desarrollo, arrancaba así el XXI esperanzada con una incipiente recuperación económica basada en la industria limpia y los servicios. El Niemeyer, un empeño personal del presidente Álvarez Areces, fue la guinda de ese pastel. En funcionamiento desde hace cinco meses, el centro cultural se ha convertido en el Norte de la brújula que orienta el rumbo de Avilés. A su sombra se han gestado proyectos como la próxima llegada de barcos de crucero a la ciudad, el interés por conocerlo ha duplicado el número de turistas y existe el ambicioso plan de construir en su entorno la llamada Isla de la Innovación, de momento un compendio de ideas sin reflejo técnico ni presupuestario. Pero así empezó también el Niemeyer y hoy ya es una realidad tangible, si bien no es menos cierto que de momento no ha tenido sobre Avilés el efecto dinamizador que tuvo el Guggemheim sobre Bilbao, la comparación más usada para convencer a los ciudadanos de la bondad del proyecto del Niemeyer. El tiempo dirá.