«Son nobles, alegres, probos, están dotados de viva imaginación, aman la música, son sentimentales y un poco románticos. Reina en este pueblo una amable jovialidad infantil que ensancha el corazón de cuantos viajeros lo visitan y alejan instantáneamente su mal humor. A muchos he oído decir que así que ponían los pies en Avilés se sentían cambiados, olvidaban sus penas y amaban otra vez la vida». Con estas palabras definía Armando Palacio Valdés a quienes poblaban la Villa del Adelantado en el primer tercio del siglo XX. Claro que aquélla era la época de la «Atenas de Asturias», sobrenombre que se ganó Avilés por su intensa actividad cultural.

Con el tiempo y la llegada de Ensidesa (1951) se acuñaron en Avilés dos expresiones que sirvieron para delimitar la línea entre los avilesinos «pata negra» y los avilesinos de «nuevo cuño». Los primeros se autotitularon como «avilesinos de toda la vida» y a los segundos -la inmensa mayoría, llegados de zonas deprimidas de España, para trabajar en la siderurgia- les pusieron el mote despectivo de «coreanos». En ese caldo de cultivo, y con el paternalismo de Ensidesa y otras empresas públicas como aditivo, fraguó un nuevo modelo social: el Avilés «de aluvión», una población con problemas de vivienda, de escolarización, de seguridad y hasta de salubridad, que generó una sociedad despreocupada, oportunista y privada de conciencia colectiva. La ciudad que algunos habían llegado a comparar con la ilustrada Atenas empezó a parecerse más que otra cosa al San Francisco de los tiempos de la «fiebre del oro».

El poso que dejaron aquellos años de locura en la mitad del siglo XX deparó una sociedad que el veterano sindicalista del metal José María Olmedo define como «abierta y multicultural, en el mejor sentido de la palabra». El profesor Julio López opina que la seña de identidad de «lo avilesino» es precisamente «la carencia de identidad». La presidenta de la Hermandad de Donantes de Sangre, Palmira García, destaca el «marcado carácter solidario de los avilesinos» desde la experiencia que brinda su cargo. Y Olmedo concluye que fue una fiesta, en concreto el Carnaval, la que vino como anillo al dedo para poder manifestar una vez al año y de forma multitudinaria el «desenfado» proverbial de los avilesinos.