La costa oriental de Asturias es un recurso turístico de primer orden que atrae, cada año, a miles de visitantes. Sin embargo, pocos saben interpretar el paisaje que disfrutan, ya sea tomando el sol o un baño en una playa, paseando por los prados de la rasa costera, deleitándose en los acantilados con una puesta de sol o asistiendo al espectáculo de los bufones en días de temporal. La geóloga Luna Adrados González proporciona esas claves en su primer libro, «Costa oriental de Asturias. Un paisaje singular», cuyo formato queda explicitado en el propio subtítulo de la obra: «11 excursiones geológicas por sus playas, acantilados, cuevas y bufones». Y esas son, ni más ni menos, su propuesta y su innovación: una guía para disfrutar del paisaje a través de la comprensión de sus rasgos, del porqué de sus formas. Un planteamiento que abre camino al turismo geológico, siguiendo la estela de la «Guía geológica del Parque Nacional de los Picos de Europa», aparecida el año pasado y en la que Adrados ya participó. Ambos títulos están publicados por Adrados Ediciones, la editorial del padre de la autora, Miguel Ángel Adrados, un clásico de la literatura y de la cartografía montañeras en el ámbito de la cordillera Cantábrica y los Picos de Europa.

Los textos, y este no es un mérito menor, se alejan de la aridez habitual en las publicaciones de temática geológicas y exponen con claridad y en términos asequibles al lector medio los diferentes aspectos merecedores de atención, y son muchos, en la costa de los concejos de Llanes y Ribadedeva, por los que Adrados traza sus itinerarios. Antes de salir de ruta, una síntesis general de la geología de la zona ayuda a ponerse en situación y a adquirir unas nociones básicas para proseguir la lectura. «Sin lugar a dudas, la mayor singularidad de esta parte del litoral viene marcada por la presencia de formas kársticas invadidas por el mar», introduce la autora, quien destaca entre ellas las «dolinas de marea conocidas como playas interiores» (Gulpiyuri y Cobijeru) y los campos de bufones. Los procesos de formación de la costa, la génesis y evolución de los acantilados, las playas y los estuarios, el papel de los agentes dinámicos litorales (oleaje, corrientes y mareas) en la configuración del perfil costero y la definición y las manifestaciones del karst (lapiaces, dolinas, simas y bufones) se incorporan a la mochila del lector como bagaje imprescindible para pasar al siguiente nivel: las salidas interpretadas al campo (quien no retenga términos o conceptos o albergue dudas al respecto siempre puede recurrir al glosario incorporado en los anexos).

Numerosas fotografías -en su mayoría tomadas por la autora y parte de ellas tratadas gráficamente para resaltar mejor los rasgos geológicos que representan-, gráficos y mapas complementan y aclaran las explicaciones de ese primer apartado introductorio. Estos elementos de apoyo visual se repiten en las descripciones de las rutas, que, además, incorporan ortofotos para indicar los itinerarios, así como las diversas paradas sugeridas.

Las rutas, numeradas de Oeste a Este, no sólo ofrecen una explicación detallada de todos y cada uno de los rasgos geológicos destacados, sino también las indicaciones prácticas necesarias sobre los accesos y sobre las precauciones que deben observarse al transitar por ellos, por la existencia de riesgos -los bufones suman varios fallecidos por imprudencias- y por motivos de conservación, una preocupación muy presente en la autora.

La guía «Costa oriental de Asturias. Un paisaje singular» hace gala de su carácter práctico en la claridad y la concisión de los textos -sin incurrir en la escasez de datos ni en la omisión de explicaciones necesarias- y en una organización geográfica con las paradas precisas para aprovechar plenamente cada excursión sin excederse en la duración (entre 100 minutos y seis horas) ni en el recorrido (entre 3 y 8,5 kilómetros).

La ruta más breve, en tiempo y en distancia, que Luna Adrados designa como «Flysch de Pendueles», discurre entre las playas de Novales, en Vidiago, y Castiellu, en Pendueles. Un paseo de apenas dos horas. Antes de empezar, acudimos al glosario y averiguamos que el flysch es un depósito marino de cientos o miles de metros de espesor (400 metros, en este caso) formado, principalmente, por capas alternas de areniscas y lutitas. La presencia de estas rocas fácilmente erosionables en Pendueles «condiciona no sólo el paisaje, sino la geometría y evolución de la línea de costa y de los propios acantilados», explica Adrados. La amplitud de la ensenada de Novales está directamente relacionada con esa circunstancia. La morfología del flysch se aprecia bien desde La Boriza, a cuyo pie se extiende la plataforma de abrasión marina de La Tejera, donde el mar ejerce su acción de desgaste mecánico mediante el arrastre de piedras que se terminan depositando en la orilla. Una simple superficie rocosa se convierte, así, en el escenario donde las fuerzas geológicas están modelando, día a día, el borde costero. De igual modo, un vistazo instruido a un grupo de rocas situado en la desembocadura del río Novales desvela otros procesos erosivos, estos debidos a la disolución de la caliza (karst), que dan lugar a las formas conocidas como lapiaces, con distinta apariencia según intervengan en su desgaste el oleaje o la lluvia.

Una última parada en la playa de El Castiellu completa la ruta: aquí, el depósito de materiales arrancados a los acantilados ha formado un tómbolo: una lengua pedregosa que une el arenal con el islote de Picones.

La playa de Torimbia, con una perfecta forma de concha, goza de merecida fama por su belleza paisajística. Es, también, muy extensa -para la costa oriental- y sus acantilados presentan un perfil atípico, regular, y aparecen densamente cubiertos por brezos, tojos y helechos, una circunstancia que, según Adrados, «indica su inactividad erosiva, tal vez debido a la protección que suponen sus cierres calcáreos». Por encima del arenal, a unos 130 metros de altitud, se aprecia una morfología casi plana, los Llanos de Torimbia, donde antiguamente rompía el mar.

La erosión de una banda de pizarra, una roca muy deleznable, explica la curiosa morfología de la ensenada de Mar de Sutierra, en la ruta de Cabo del Mar, a modo de un angosto entrante flanqueado por escarpadas paredes de caliza, que salva en su extremo un puente natural de roca por el que es posible cruzar de uno a otro lado. La cercana playa de La Canal presenta una estructura similar, más abierta y debida, igualmente, a la erosión diferencial. Si la entrada de Mar de Sutierra se colapsara -explica Luna Adrados-, daría lugar a una playa como la de La Canal.

Otro notable hito paisajístico de esta zona se encuentra en el entorno de Celorio, en el conjunto que forman la playa de El Borizu y la isla de Arnielles, unidos por un tómbolo. La parte interna del arenal contiene lo que se denomina una playa colgada, un depósito de arena situado por encima de la playa actual, en un nivel que se corresponde con el alcance del mar en otras épocas, «probablemente durante la transgresión flandriense -una gran invasión marina-, ocurrida hace 8.000 años y motivada por la fusión de los hielos de la última glaciación», comenta Luna Adrados.

El entorno de la villa de Llanes tiene algunos puntos geológicamente interesantes. Los acantilados de El Resquilón, junto al concurrido paseo de San Pedro, muestran las huellas del desprendimiento de grandes láminas rocosas, un fenómeno debido a la coincidencia entre los planos de estratificación de las rocas y la pendiente del acantilado. La observación de esta circunstancia da pie a la autora para introducir un apunte etnográfico: «en este tramo se retaba a los mozos a bajar hasta el mar andando con madreñas y sin caerse». A la vista está que el reto no era fácil.

Un bufón es, en esencia, la combinación de un conducto vertical -una sima- con otro horizontal en el que entra agua de mar; con marejada, la presión del oleaje hace que el agua sea expulsada, a chorro o vaporizada, a la superficie de la rasa. Los bufones de Arenillas son los más potentes y espectaculares.

Otra novedad editorial contrapone a la geología práctica, de campo, cercana al concepto de guía turística del libro de Luna Adrados una perspectiva descriptiva e histórica. Los geólogos Carlos Luque Cabal y Manuel Gutiérrez Claverol, coautores de los libros «La minería en los Picos de Europa» y «La minería del mercurio en Asturias», abordan en su tercera obra conjunta las «Riquezas geológicas de Asturias», es decir los recursos susceptibles de aplicación industrial. Plantean una exhaustiva recopilación, tanto desde el punto de vista histórico (se remontan a las primeras explotaciones conocidas: los yacimientos de cobre beneficiados hace más de 4.500 años en la vertiente riosana de la sierra del Aramo y en la mina El Milagro, en Onís) como material, a través de un catálogo de minerales, tratados uno por uno dentro de cuatro categorías generales: metálicos, no metálicos, energéticos e hidrogeológicos. Aunque también este tratado tiene su vertiente práctica: un capítulo final dedicado al patrimonio geológico-minero de la región, que relaciona 25 puntos visitables, recomendados por sus valores culturales, científicos o educativos.

Los autores identifican más de un millar de yacimientos de recursos no energéticos, pasados y presentes; en la actualidad, las labores extractivas se limitan casi en exclusiva a los no metálicos, demandados por las obras públicas y por las industrias del cemento, el vidrio y los materiales cerámicos y refractarios. También conservan su interés comercial la fluorita y el azabache (con aplicación ornamental). De los recursos metálicos, que tuvieron su auge entre las décadas de 1940 y 1970, con una media anual de 12 minas activas, sólo se mantiene la explotación de las venas auríferas, cuyos antecedentes se encuentran en las edades del Bronce y del Hierro.

El repaso de los materiales geológicos empleados en la obtención de energía se centra, naturalmente, en la minería del carbón (hulla, en las cuencas centrales, y antracita, en el Occidente), de gran trascendencia económica y social desde mediados del siglo XVIII, cuando reemplazó a la madera en la producción de calor (no obstante, las primeras concesiones son muy anteriores; Luque y Claverol dan cuenta de una licencia concedida en el concejo de Castrillón en 1593), hasta el auge del petróleo y del gas natural (ambos con yacimientos de escasa entidad en Asturias).

A su vez, la riqueza hidrogeológica comprende los acuíferos subterráneos, que acumulan «abundantes reservas» de gran valor estratégico, según los autores, y las aguas termales y mineromedicinales, valorizadas recientemente por los nuevos hábitos sociales.

Este muro de piedras circular que se conserva en el acantilado de la ensenada de La Salmorieda corresponde a un antiguo calero u horno de cal, del que se obtuvo (mediante la cocción de la caliza a casi 1.000 grados) la base de la argamasa empleada en la construcción del cercano castillo de La Espriella.

La ruta por Cue y los bufones de Ballota se detiene en la cueva Arenas y su entorno para mostrar los distintos efectos del oleaje en la rasa según la frecuencia con que la alcance. El tratamiento gráfico de la imagen facilita la interpretación. Se aprecian un primer frente, barrido habitualmente por el mar, donde ha desaparecido el suelo y el lapiaz ha quedado expuesto, y un frente interior cuya cubierta de hierba indica que las olas lo alcanzan ocasionalmente. Al fondo, se abre la cueva Arenas, que en días de temporal proyecta un chorro de agua.

La peculiar estructura de la roca en los acantilados de Pernielles, camino de Santiuste, se debe a la alternancia de calizas del Cretácico (muy claras y ricas en fósiles de organismos marinos), que forman las crestas, y de margas, que constituyen depresiones, en las cuales se origina suelo y crece la hierba.

Geología y obra humana unidas. Esta es una de las bocaminas, talladas a mano, de la rasa caliza de Tina, en Ribadedeva, donde antiguamente se extraía cobre. Las vetas de malaquita (carbonato de cobre) que se advierten en cavidades y fisuras de las calizas carboníferas atestiguan esa riqueza mineral.