Salas, Rubén SUÁREZ

Salas inaugura hoy, a la una y media de la tarde, la cuarta edición de «La escultura en Norte», dicho así, sin ese artículo «el» cuya falta tanto llamó la atención en la primera y hoy es ya un elemento más de personalización del proyecto que se ha convertido en una de las iniciativas de mayor interés de cuantas, en relación con la escultura, se desarrollan en España.

En el centro histórico de Salas, a la sombra de la torre y el palacio de Valdés Salas, se podrán contemplar las obras expuestas, pero deberán saber que en la presente ocasión las esculturas -hierro, madera y piedra- no han sido colocadas allí, sino que allí han nacido y se han desarrollado, fortaleciéndose en la lucha contra el frío, la lluvia y el viento. Todo ello hizo más penosa la labor del escultor con la materia para hacer nacer la forma, aunque también confortados los artistas con la comprensión y amistad de los vecinos de Salas, que contemplaron durante muchos días el proceso creativo, no con mirada ociosa, sino sintiéndolo como algo propio. A fin de cuentas, las obras nacían y crecían en el mismo lugar que ellos, y Salas ponía de su parte el espacio como lugar, campo de acción y condición de posibilidad de la escultura. Miraban, hablaban con los escultores, les llevaban café o caldo, les fotografiaban, convivían espacial y temporalmente en una interesantísima experiencia artística.

Cada dos años, la convocatoria de «La escultura en Norte», que se celebra en coincidencia con el Congreso sobre rehabilitación sostenible del patrimonio, tiene dentro del concepto global del diálogo entre el patrocinio cultural e histórico y la creación contemporánea un diferente motivo: antes fueron el hecho plástico como seña de identidad, la interacción estética de la escultura con el medio urbano y el rural, o la promoción de jóvenes escultores asturianos.

En la presente edición se apostó por llevar a cabo la experiencia, por primera vez en Asturias y con las dificultades que ello conlleva, de que los artistas, en esta ocasión de diferentes regiones españolas e Inglaterra y Portugal, realizaran públicamente su obra en el lugar donde quedaría emplazada.

Salas se convirtió pues en espacio para la representación del acto creativo, en entorno con peculiares resonancias históricas y paisajísticas y en lugar para vivir y trabajar en comunidad, una actividad artística, social y simbólica de acercamiento de los artistas al pueblo que permanecerá como memoria común en el tiempo. Bajo la dirección de Salustiano Crespo como comisario, y secretario de la asociación cultural Salas en el Camino, organizadora del proyecto que hoy culmina, las obras se realizaron y se presentan en tres diferentes ámbitos determinados por la materia empleada.

En el espacio del hierro trabajaban el coruñés Antonio Galán (Tono), empeñado en crear la ilusión de una familia y un paisaje con tubos de hierro y pintura, y el catalán Pep Fajardo elaboraba «Simbiosis», extraña criatura serpentiforme, reptante, articulada por varillas metálicas como estructura esquelética dibujada bajo una envoltura translúcida y coronada irónicamente por un móvil oval, como de orejeras.

En la madera, toda castaño, el felguerino Álvaro Álvarez se afanaba en pulir su «Fertilidá» para conseguir sugestivas calidades de la materia en un torno de mujer embarazada por lo demás alejado de la figuración convencional por sus tensiones y concepto, como sucedía con la obra ciclópea de Amancio, leonés bien conocido en Asturias, creando uno de sus vigorosos y totémicos hombres-árbol condenados mitológicamente a llevar una pesada carga. Otro catalán, Josep Massan, daba con su motosierra grandes dentelladas a «Diálogo», una pieza recuperada de una serie anterior y reinterpretada en Salas desde la abstracción y el acercamiento a la naturaleza. Si aquí volaba el serrín, en el lugar de la piedra lo hacía el polvo desprendido de los cortes lineales, perfiles de rigurosa geometría del «Artificio» de Gloria Prol (Golli), gallega residente en Llanes, del «Forgotten Landscape» de los ingleses.

Paul Crabtree y Hannah Sofaer, moldeando una gran arenisca quebrada de accidentes y dibujada de inciertos detalles decorativos, o del portugués Luis Alfonso, que buscaba para «Dromus IV» la estructura que llevase a su gran mole pétrea la noción de movimiento-camino desde la paradoja de lo estático. Y en fin, capítulo aparte pero principalísimo, Fernando Alba, ese gran escultor español, asturiano y de Malleza, que recibió como homenaje el regalo de intervenir con su escultura-instalación en la torre medieval. Con la riqueza intelectual y el rigor formal que le caracteriza dio vida al misterio y la magia de su «Memoria enterrada» y con «Voces, ecos, levedad del tiempo».

Todo lo contado sucedía en Salas y vino siendo documentado audiovisualmente y en fotografía, como olas que ilustran este texto, por Cristina Ferrandez Box, destacada artista de la imagen. Salas espera hoy a cuantos deseen participar en su celebración de la escultura de la que es ya merecido centro de interés nacional.