Oviedo, J. N.

Alexander Orlov era el jefe de la Policía secreta de Stalin en España -de la NKVD, antecedente de la KGB- y bien avanzado el año 1937 eso significaba que tenía un inmenso poder.

Los acontecimientos de mayo, una auténtica guerra civil dentro de la guerra civil, con el foco principal en Barcelona, situaron a los enemigos de Stalin en el punto de mira de Orlov. Y entonces los principales enemigos de Stalin eran los trotskistas.

Y de clara tendencia trotskista era Andreu Nin, líder del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), un grupo reducido pero con significación sobre todo en Cataluña. Nin era un intelectual destacado así que nada mejor que presentarlo como un traidor, como un espía de Franco o de Hitler o de ambos, para justificar una represión feroz contra cualquier disidencia. Ahí está la prueba; como Nin otros muchos más, dirían.

Orlov movió los hilos ayudado por Burillo, destacado jefe de la Policía de Barcelona y por Ortega, su homólogo en la Policía de Madrid, y cayó sobre su presa.

Andreu Nin es detenido el 16 de junio al salir de una reunión de su partido en un edificio de las Ramblas de Barcelona donde ahora hay una placa que recuerda que allí fue visto vivo por última vez.

Inmediatamente es conducido a Alcalá de Henares, donde los soviéticos tenían una especie de república dentro de la república, un territorio «liberado» donde el Gobierno español había perdido de facto la soberanía.

Es necesario recordar que la Unión Soviética tenía entonces un enorme poder en la España republicana. Y más en Alcalá porque allí estaba la principal base militar soviética con los aviones que España había adquirido a Stalin, pero que seguían bajo su control.

Base soviética

El corazón de la base era el aeródromo Barberán y Collar, construido al noreste de Alcalá antes de la guerra. En esos terrenos se levanta ahora el campus de la Universidad de Alcalá y al lado está el acuartelamiento de la Brigada Paracaidista. A finales de 1936, ese aeropuerto se convirtió en la base de los cazas Polikarpov I-15, los célebres «Chatos». Hasta el verano de 1937, en que llega de Moscú la primera promoción de españoles adiestrados en el manejo de los «Chatos», las escuadrillas de la base de Alcalá están comandadas y pilotadas por oficiales rusos.

Juan Negrín, primer ministro español, sabe que si intenta liberar a Nin puede perder el apoyo militar de la URSS, lo que en ese trance equivaldría a perder la guerra en pocos meses, quizá semanas, así que opta por decirle a Manuel Azaña, presidente de la República, que Nin ha sido liberado de su cautiverio de Alcalá merced a la acción fulminante de espías de Hitler.

Una doble maniobra: por un lado oculta la verdad de lo que está ocurriendo con el líder del POUM -y enmascara su debilidad frente a Orlov o incluso su complicidad por pasiva en el crimen- y por el otro acusa al líder trotskista de filonazi, como quieren los estalinistas.

Hasta el aeropuerto Barberán y Collar había trasladado en octubre de 1936 su cuartel general el jefe de la Aviación republicana, Ignacio Hidalgo de Cisneros. Varias fuentes señalan que Nin es retenido y torturado por la NKVD en un chalé que había sido habitado por Hidalgo de Cisneros y su mujer, Connie de la Mora, en Alcalá. Un chalé próximo al aeródromo.

De ese chalé, según Orlov -que en 1938 se exilió en EE UU huyendo de la enésima purga de Stalin- sacan a Nin para asesinarlo en la carretera a Morata de Tajuña. Antes, los agentes de Stalin habían torturado a Nin de forma salvaje durante dos o tres días. El valiente líder revolucionario se negó a firmar las acusaciones falsas que le querían adjudicar y eso que lo llegaron a desollaron vivo, que le llegaron a arrancaron la piel a tiras como pocas veces se ha hecho en la siniestra historia mundial del horror.

La verdad siempre se supo, por más que la propaganda comunista intentara ocultar o desviar la mirada de la historia con pista falsas. Ahora se trata de saber si los restos encontrados en una fosa de Alcalá son los de Nin y de algunos compañeros de infortunio.

Wenceslao Roces

Como publicó LA NUEVA ESPAÑA hace ahora cinco años, en el Gobierno republicano desempeñaba entonces la subsecretaría de Instrucción Pública un asturiano de Sobrescobio, Wenceslao Roces, que en 1977 sería elegido senador en las primeras elecciones democráticas tras el franquismo. Hay más que sospechas, como se recoge en aquel reportaje de 2003, de que en aquella razia contra el trotskismo, que acabó con la vida de su líder Andreu Nin, Roces tuvo responsabilidades. Lo dice, entre otros, el escritor leonés Andrés Trapiello, quien asegura que el libro «El espionaje en España», en el que se «explica» el crimen fue escrito por el propio Roces.

Trapiello considera el libro como un «célebre e ignominioso alegato que publicaron y perpetraron en plena guerra civil los servicios de espionaje soviéticos, el sicario Wenceslao Roces y el propio Bergamín, a sueldo de los estalinistas». Y añade: «A los pocos meses de la desaparición de Nin se publicó un libro, "Espionaje en España", de un misterioso Max Rieger, nombre de humo tras el que se esconde con toda probabilidad Wenceslao Roces. Páginas amañadas, falsificadas, trucadas donde quedaba demostrado que Nin era un agente de Franco».

Efectivamente, el Gobierno de la República dio una rocambolesca versión: la fuga de la cárcel donde se encontraba recluido fue organizada por agentes del Estado Mayor alemán en la noche del 28 de junio de 1937. La versión oficial carga las tintas de la imaginación y asegura que uno de los integrantes del comando nazi y quizá también franquista que liberó a Nin en su huida perdió la cartera, que contenía una carta incriminatoria. No cabe maniobra de intoxicación más burda.

El POUM aún existe y sus militantes no olvidan. En la página web del partido, con sede en Barcelona, se recuerda aquella persecución «ordenada por Moscú -por Stalin mismo- y realizada por los agentes de la GPU destacados en España a ese efecto, Slutzki y Orlov, solícitamente secundados por Wenceslao Roces y muchos otros que montaron la sangrienta farsa».