¿O será por tratarse de la nación que más agradeció a Benedicto XVI la liberación de la misa tridentina, por cuya liturgia sienten verdadera veneración amplios sectores católicos, de modo paralelo a la atracción que el americano medio, nacido en una república, siente por el brillo de las monarquías europeas no decapitadas? ¿O será porque en EE UU, y tal vez a la espera de que algo grande iba a suceder con él, existe desde hace años el «Ratzinger fan club», el club de fans de Ratzinger, único caso -salvo otro similar en Italia- del cual no hay paralelos ni en Alemania?

¿O será porque todos los presidentes vivos de EE UU se arrodillaron en 2005 ante el cadáver de Juan Pablo II, Papa que había abroncado al viejo y al joven Bush por las guerras de Irak, pero que con Reagan había creado una singular línea defensiva contra todo izquierdismo, comunismo o liberacionismo teologal en América Latina?

Sea por lo que fuere, Benedicto XVI acude encantado a EE UU, ya que le dijo a la recientemente nombrada embajadora de EE UU en el Vaticano, Mary Ann Glendon: «Aprecio al pueblo estadounidense por el papel de la religión para forjar el debate público».

Joseph Ratzinger, cinco días en EE UU y tres momentos clave: 16 de abril, reunión con Bush; 17 de abril, discurso a representantes del judaísmo, Islam y otras confesiones, y 18 de abril, alocución ante las Naciones Unidas. Tal vez tengamos jornadas de gloria.

Adenda diocesana: Carlos Osoro y el consejero Riopedre ya se ha reunido para hablar sobre la asignatura de Religión; y, finalmente, Areces recibirá al Arzobispo. Mejor así.