Dado que Hervé Yannou, corresponsal de «Le Figaro» en el Vaticano, exponía el pasado 25 de abril en un artículo que son muchos los indicios del debilitamiento físico del Papa Benedicto XVI, los estadounidenses, que fueron muy cariñosos con el Pontífice durante su reciente visita, no han olvidado su originario sentido pragmático y ya empiezan a pensar en la transición y sucesión papal.

Las impresiones sobre la fragilidad de salud de Benedicto XVI vienen rodando desde la pasada Semana Santa, cuando se vio que el Pontífice no realizaba el vía crucis, sino que participaba en la ceremonia desde una tribuna. Aquel día llovió con ganas en Roma y, ciertamente, someter al Papa a una mojadura hubiera sido un suicidio. Más si se considera que el hombre es un friolero perfecto, hecho que explica esa variedad de sombreros, gorros y cubrimientos de cabeza en general que el Pontífice utiliza.

Por otra parte, las largas e intensas celebraciones católicas de la Semana Santa en el Vaticano hundirían a cualquiera, y más a quien tenga que presidirlas todas. Además, no se ha de olvidar que Benedicto XVI acaba de cumplir 81 años y que en el pasado padeció un pequeño derrame cerebral del que, no obstante, se repuso satisfactoriamente.

Pero, en cualquier caso, la impresión que producen sus apariciones públicas no son las de un hombre al borde de una enfermedad fatal. Que, por otro lado, se le reduzca la agenda de actividades, como «Le Figaro» detalla, parece algo razonable.

Sin embargo, decíamos, el vaticanista estadounidense John Allen ya ha sacado a la palestra la idea de que la Iglesia católica ha entrado en período de «primarias papales», es decir, en tiempo de comenzar a pensar en los sucesores de Benedicto XVI.

Eso es lo que aquí llamamos sencillamente quinielas, y las papales podrían no tardar tiempo en aparecer. Adviértase que las primeras sobre la sucesión de Juan Pablo II comenzaron a circular en 1998, cuando el cardenal Martini las encabezaba, pero el Papa Wojtyla todavía se sentaría en la sede de Pedro durante siete años más, de modo que el arzobispo de Milán y otros candidatos como él, jaleados por la prensa, se fueron convirtiendo en papables imposibles.

Pero como lo de las quinielas, o lo de las primarias, resulta algo irresistible, Allen toma el trío que propone el francés Yannou y lo lanza al general conocimiento. Encabeza la terna Tarcisio Bertone, de 74 años, secretario de Estado, de absoluta confianza de Benedicto XVI, que le ha nombrado camarlengo y que podría señalarle también como decano del colegio de cardenales, en sustitución de Angelo Sodano, de 81 años.

El segundo de la tríada es el argentino Jorge Mario Bergoglio, de Buenos Aires, que suma 72 años, y que, según filtraciones del último cónclave, cosechó buen número de votos, tantos como para ser el segundo en las votaciones, antes de que Ratzinger fuera elegido. Y el tercero de Yannou y Allen es el cardenal Oscar Rodríguez Maradiaga, de Honduras, uno de los más jóvenes del colegio cardenalicio, con 65 años.

En fin, por aquí van las cosas. Si algo tenemos claro es que Benedicto XVI trabaja junto a Bertone con absoluto gusto, de modo que podrían interpretarse sus cargos como un señalamiento especial del actual Pontífice. Se repetiría así el esquema de sucesión entre Wojtyla y Ratzinger. Sin embargo, Benedicto XVI aún puede durar un buen tiempo, con lo que Bertone se aproximaría a los 80 años, impropios para un Pontificado largo, si es que funciona el péndulo de las elecciones papales.