Gijón, J. C. GEA

En el principio fue Leviatán. No el de la célebre obra de filosofía política de Thomas Hobbes, sino el Leviatán bíblico, la bestia marina que aparece en varios pasajes del Antiguo Testamento y que tradicionalmente no sólo se asocia con la figura de Satán, sino también con las fuerzas desatadas e inhumanas de la naturaleza. Ixone Sádaba (Bilbao, 1977) tenía clara su intención de utilizar de un modo u otro esa referencia en su obra, que ya anteriormente ha buscado sustrato en ecos de culturas clásicas y antiguas («Citerón»). En otro plano de interés de la artista bilbaína giraban los tornados, ese devastador y al tiempo fascinante meteoro que se abate cada primavera sobre las llanuras centrales de Estados Unidos. Y fue una propuesta de Rosa Martínez, comisaria de la colectiva «Chacun à son goût», una de las muestras conmemorativas del décimo aniversario del Guggenheim de Bilbao, la que puso en contacto ambos conceptos para dar lugar al proyecto fotográfico «Leviathan», algunas de cuyas piezas se exponen desde ayer en la galería Altamira de Gijón.

«La idea era aprovechar que estaba viviendo en Estados Unidos para buscar fotografías de tornados que reflejasen su fuerza, en todos los sentidos: no sólo lo que tienen de fuerza natural, sino de impacto estético brutal», cuenta la artista, que recorrió durante mes y medio extensas áreas de Kansas, Texas, Nebraska, ambas Dakotas y el desierto de Nuevo México en unas condiciones que a veces excedieron la incomodidad para entrar directamente en el peligro: «En alguna ocasión tuve que trabajar haciendo fotos con un casco de rugby en mitad de la carretera porque antes de que llegue el tornado caen del cielo piedras de hielo enormes. Los vientos eran de 200 kilómetros por hora, así que iba atada con un arnés al coche, un Chevrolet que devolvimos al alquiler completamente abollado», relata Sádaba.

El resultado de esa intensa experiencia es una serie de la que Altamira acoge cinco piezas de gran formato que impresionan no sólo por el impacto de lo que reflejan, sino también por la perfección técnica del trabajo: imágenes de tornados, de momentos previos y posteriores a su paso y retratos y documentos tomados in situ en áreas recién golpeadas por la catástrofe. Pero hay más. El acercamiento del concepto hacia lo documental ha hecho que la realidad introduzca en las imágenes de «Leviathan» una carga política no del todo esperada por Sádaba que acercan, significativamente, el Leviatán bíblico al Leviatán hobbesiano.

«Para mi sorpresa, descubrí que lo que sucede en el corazón de una superpotencia internacional no se diferencia en nada de lo que pueda estar pasando estos días en Birmania: Estados Unidos ve cómo, después de un tornado, la gente muere de hambre o se suicida, cómo queda totalmente expuesta y falta de asistencia. Vuelves a una ciudad pequeña arrasada por el tornado dos semanas atrás, y el hedor de los muertos sigue en las calles», denuncia Sádaba, que llegó a la conclusión «en este viaje de pérdida de prejuicios» de que «la mayor víctima de los Estados Unidos son los propios estadounidenses, que aún así, en lugar de pintar en sus casas rótulos pidiendo asistencia social o un seguro, prefieren poner un "nosotros apoyamos las tropas", supongo que refiriéndose a Irak». Es ahí donde el Leviatán natural parece aliarse, según la artista, con el Leviatán político, la gran estructura del contrato social «que se supone que tendría que protegerte, pero te depreda».

No se trata en absoluto de fotografía testimonial o de denuncia, sino de un acercamiento de Ixone Sádaba a la realidad en busca de «nuevos métodos de reescritura de la representación», un paso más allá de la manipulación a la que en épocas anteriores de su trabajo sometía a la imagen: «La idea era acercarme a la experiencia real, pero no para construir una representación manipulada, sino para reescribirla a través de un concepto, para aportar a la realidad algo mío». Para Sádaba, se trata, en cualquier caso, de un avance «hacia formas más maduras de manipulación» en las que «la fragmentación y la visión personal» tratan de «hacer más ricas» las imágenes que, como siempre en su obra, se tensan bajo la presión de un fuerte dramatismo.

Más cerca de este último concepto, pero ya tocada también por el espesor de la experiencia real, están las dos fotografías de otra serie reciente -«Expulsión del paraíso»- que completan la segunda individual de Ixone Sádaba en Altamira. En este caso, las imágenes se apoyan en «paisajes en proceso de cambio» localizados en Nueva York y sus alrededores que la artista utiliza como paralelos externos de un «proceso de cambio personal» en el que la idea de exilio se contempla como «un paso ineludible en cualquier evolución». En este caso su identidad no es un dato significativo en una serie que ha buscado «el trabajo experimental sobre el medio».