Casi tan segura como la llegada de la primavera empieza a ser por estas fechas la llegada de una nueva exposición de Kiker. Es posible que en el caso de cualquier otro artista encontraríamos excesiva tal asiduidad, pero no tanto en el suyo porque, dominador de distintas técnicas y del uso de los diferentes elementos plásticos y dotado de notable capacidad inventiva, encuentra siempre nuevos recursos expresivos para renovar su obra y dotarla de versatilidad, aun partiendo de un estilo y una dicción pictórica tan característicos.

Además, tras dos exposiciones dedicadas a temas concretos, las cartas del Tarot en 2006 y los dibujos de Nueva York en 2007, es la actual muestra una de las que ofrece mayores novedades en su evolución pictórica desde hace algún tiempo. Tanto por la incorporación de nuevos planteamientos dibujísticos y compositivos, menos geométricos y más espontáneos, sugestivos en su sencillez, algunos buscado ingenuismo, como sobre todo por un mayor peso de la abstracción, también en detrimento de la geometría formal y con el uso del color como mancha o signo, la materia gruesa y el collage en la concreción de la forma. Todo ello en distinta medida según la obra de que se trate y como nuevos elementos dentro de ese caos plástico ordenado, más que híbrido promiscuo y caleidoscópico, de su pintura kikerianamente antropoide, y algo fetal a veces, de filiación fantástica y maravillosamente colorista que aspira siempre a seguir siendo fiel a sí misma.