No hace mucho tiempo, cuando las musas de la conceptualización ejercían gran dominio, casi tiranía, sobre la creación artística, hizo fortuna a nivel internacional la ocurrencia, sin duda ingeniosa, de que el artista había llegado a convertirse en un mero ilustrador de las teorías de críticos o comisarios. Hay que reconocer que algunos de aquellos discursos merecían tal homenaje, como también lo merecen sin duda las reflexiones que han inspirado la instalación que Adolfo Manzano presenta ahora en Espacio Líquido, con la particularidad además de que, en este caso, tanto el discurso, como digamos «la ilustración» por seguir con el tópico, pertenecen a un mismo autor.

Adolfo Manzano, como bien exponía Juan Carlos Gea en estas páginas hace un par de semanas, se replantea las funciones de la casa y de la calle como ámbitos de lo privado y de lo público. De su razonamiento, resulta especialmente interesante la superación del tradicional «mi casa es mi castillo» de origen anglosajón al considerar que, contra lo que pudiera parecer, no es la casa donde se puede preservar la intimidad o la privacidad, puesto que nos tienen localizados e identificados -controlados- el banco, el Ayuntamiento, Hacienda o la Policía, sino más bien la calle donde, confundidos entre la masa, aún somos incontrolables y hay posibilidad de aislamiento y anonimato. De ahí «la calle como trinchera» y «la casa como frontera», que da título a su instalación.

Estas reflexiones tan sumaria y limitadoramente expuestas dejan sin resolver o aclarar algunas cuestiones, y confieso que me habría gustado leer algún texto escrito que las desarrollara con mayor amplitud y concreción. Pero Adolfo Manzano es un artista, y por cierto que de los más interesantes y consistentes, por lo que lógicamente pone su énfasis en la traducción del pensamiento a los elementos plásticos. Investigador riguroso y de acreditada capacidad renovadora en formas y conceptos, es un creador que cultiva la sencilla elegancia de lo mínimo en la escultura, pura y fría en formas y materiales e intensa en sensaciones, y que ha pasado de asegurar hace ya mucho tiempo que la influencia de la materia en su obra era más de inspiración estética que conceptual, a profundizar en la trascendencia, lo metafórico y lo autorreferencial en la obra, lo que le ha llevado a centrarse sobre todo en la escultura como lugar o la instalación.

En ese trance de su trayectoria artística, avalada por creaciones del mayor interés y entidad, escenifica ahora aquellas ideas sobre la casa-frontera y la calle-trinchera en esta instalación en la que utiliza lo textual con dieciséis frases alusivas aunque entre lo hermético y lo metafórico -«Suceden cosas en Chicago y junto a ti es una de ellas»- inscritas en varias formas de casas iguales y realizadas en mármol blanco y en grandes papeles vegetales -muy de su gusto, «superficies de una invisibilidad que me acoge»- representando a una misma figura de mujer y todo ello presidido por un gran mural realizado en el graffiti más convencional: la casa, la calle, la frontera y la trinchera. Y uno puede contemplarlo todo con placer y además hacer su propio discurso sobre lo conceptual, lo formal y las posibles relaciones, o no, entre ambos.