Jerusalén, E. L. Benarroch

La población de Jerusalén no acaba de congeniar con el nuevo puente con que contará su ciudad, obra del arquitecto español Santiago Calatrava y que se inaugurará en junio tras ser concebido como el emblema de la renovación de la urbe. Con sus setenta cuerdas colgantes, como las del bíblico instrumento del mítico rey David, el puente será inaugurado a finales del próximo mes después de cinco años de construcción y un coste de unos 19 millones de euros.

El de Jerusalén no es el único puente de Calatrava en Israel. Uno de uso peatonal y menos monumental ya se construyó en la localidad de Petah Tikva, al Este de Tel Aviv. El puente para Jerusalén se lo solicitó el actual primer ministro Ehud Olmert, cuando era alcalde de la Ciudad Santa (1993-2003) y buscaba una solución al problema creado por un tranvía que debe pasar por la principal entrada de la ciudad.

Pero ni el recurrente simbolismo bíblico de la obra ni el prestigio internacional de su arquitecto consiguen disipar las críticas. «Desde el punto de vista arquitectónico es una maravilla, pero su ubicación la reduce a condición de enana y la convierte en un obra simplista y poco atractiva», manifiesta Oded Tur Sinai, tasador de propiedades, que tiene sus oficinas junto a la obra.

Según el tasador, «Jerusalén ha perdido una excelente oportunidad para disfrutar de un monumento tan bonito, porque aquí queda escondido entre las casas».

Inmerso entre edificios de viviendas, de un lado, y de varios inmuebles públicos del otro, difícilmente el puente de 140 metros puede ser apreciado en su totalidad desde un solo ángulo. De lejos sólo se ve la parte superior de su mástil de unos 130 metros. «Ego municipal», dicen los detractores más radicales para descalificar la decisión de la Alcaldía, y alegan que un túnel hubiera sido mucho más estético y práctico. Para otros, la moderna estructura de metal blanco proyectada por Calatrava supone una amenaza al aspecto de ciudad antigua que se le quiere dar a Jerusalén.