Gijón, J. MORÁN

Hacia agosto de 1940, un hombre de ojos miopes, de cuerpo frágil -aunque ligero y activo-, y de brazos que nunca supieron nadar, acompañó a la expedición antropológica Wenner-Gren por los ríos Madre de Dios y Colorado, en la selva amazónica del Perú, en pos de los temidos mashcos, una de las tribus más violentas y reacias a cualquier intercambio con los blancos, después de que la próspera explotación del caucho arrasara sus tierras y vidas (la vida del prototípico explotador cauchero Carlos Fermín Fitzcarrald fue llevada al cine en 1982 por el alemán Werner Herzog).

Aquel hombre de 50 años, sin apariencia alguna de aventurero, miró al jefe Paijaja, de un sector de los mashcos, y le dijo en su lengua: «Paijaja duen huamaambi», «Paijaja, hermano mío». Aquellas palabras resultaron mágicas o milagrosas: establecieron una sintonía que se prolongó a lo largo de años, hasta el punto de que los mashcos bautizaron a aquel extraño como «Apaktone», el papá anciano, cuya fama para entablar relaciones provechosas se fue extendiendo por las demás tribus.

El «Apaktone» era el religioso dominico José Álvarez Fernández, nacido en Cuevas, concejo asturiano de Belmonte de Miranda, el 16 de mayo de 1890. «Es el misionero por antonomasia, un hombre de leyenda», explica a LA NUEVA ESPAÑA Crescencio Palomo, también dominico y postulador de la causa de beatificación del asturiano. El padre Palomo habla con este periódico desde Lima, donde el próximo día 4 de febrero se clausura el proceso diocesano que, trasladado a continuación al Vaticano, tratará de elevar a los altares al «Apaktone»

«Es el gran misionero de las selvas peruanas, al que todos los misioneros siguen haciendo referencia. Llegó a Lima en 1917, comenzó a misionar y aprendió la lengua de cada tribu de viva voz», relata Crescencio Palomo. El diccionario de la lengua de los huarayos, obra del «Apaktone», todavía fue publicado el año pasado en Perú.

«Siguió penetrando en la selva para evangelizar a los nativos, realizó cientos de expediciones en canoa y a pie para ir visitando, por todos los afluentes del Madre de Dios, choza por choza, a los manukiaris, kareneris, huachipairis, shireneris, amarakairis...», prosigue el postulador. El nombre «Apaktone», «con el que firmaba y que figura en su sepulcro, en la cripta del santuario de Santa Rosa de Lima, tiene también el significado de jefe, de líder sobrenatural, de redentor, según me han explicado miembros actuales de esas tribus», agrega Crescencio Palomo.

El área de misiones de fray José Álvarez fue «el vicariato apostólico de Puerto Maldonado, del tamaño de media España de selva virgen». Sus exploraciones fueron reconocidas por la Sociedad Geográfica de Lima, que le otorgó varias condecoraciones.

El día de su fallecimiento, el 19 de octubre de 1970, en Lima, fue hallada en su breviario una pequeña hoja con su autobiografía: «Recibí el orden sacerdotal en 1916; llegué al Perú en 1917; mis primeros encuentros con los nativos fueron en el estado de beligerancia, hostilidad y persecución que desde tiempo inmemorial tenían con ellos los caucheros e industriales; la menor idea de internarse en la selva, morada de las tribus, para llevarles el mensaje cristiano era, si no utópico, sí considerado arriesgadísimo; llegué hasta ellos y fue tal el asombro que les causó al verme a mí, sólo entre ellos, hablándoles en su lengua, que logré lo que nadie había soñado, calmar odios y allanar miles de dificultades».