Oviedo, M. S. MARQUÉS

El Oviedo medieval vuelve a asomar sus muros para poner de actualidad los espacios que en el siglo IX asistieron a la fundación de la capital de la mano del rey Alfonso II el Casto. El hallazgo arqueológico se sitúa en esta ocasión en el palacio arzobispal de Oviedo, en las inmediaciones de la Catedral y de la iglesia de San Tirso. Allí acaban de localizarse varias hiladas de lo que en su día fueron los muros de un gran edificio prerrománico.

El descubrimiento no es menor, ni por la superficie que parece abarcar ni por la entidad de los restos, si tal como parecen apuntar, están relacionados con la gran actividad constructiva que desarrolló Alfonso II durante la etapa de su reinado.

Los muros se han localizado en una de las crujías del claustro del actual palacio episcopal durante la realización de unas obras iniciadas con el objetivo de ahondar en el suelo para ganar altura a ese espacio. Los restos afloran además en el exterior, por delante de la fachada lateral que se asoma al aparcamiento del Arzobispado.

Estos días los trabajos continúan en otra de las crujías y, según pudo saber este periódico, los vestigios que allí se localizan tienen diferente entidad, probablemente porque han sido removidos en obras anteriores.

Hasta que las excavaciones no concluyan, no se conocerán las dataciones, pero todo parece indicar que los restos están relacionados con los encontrados en los años cuarenta del siglo pasado por José María Fernández Buelta y Víctor Hevia. Ambos expertos iniciaron en 1942 la excavación del solar del palacio episcopal, que se encontraba en ruinas tras ser quemado en la Revolución de 1934. Durante esas tareas, Buelta y Hevia descubrieron las trazas de antiguas edificaciones en la totalidad de la superficie del terreno, que se adentraban en la Corrada del Obispo y en el claustro de la Catedral.

Según la memoria de excavaciones, a lo largo de aquel trazado aparecieron seis umbrales de 1,80 metros de luz y 2,30 de largo y en otro extremo del terreno se encontró un horno, que según los expertos debió de soportar altas temperaturas.

La magnitud de los restos, que se extendían hacia el Tránsito de Santa Bárbara y el conocido como Jardín de Pachu, llevó a los dos historiadores a situar en ese espacio los palacios de Fruela I o Alfonso II.

Esta tesis, que coincide en parte con la que sostenía Juan Uría Ríu, es rechazada por historiadores como César García de Castro que realizó excavaciones en la zona, y descarta la posibilidad de que los restos constructivos del sur de la Catedral se identifiquen con los palacios reales.

Ahora el hallazgo puede arrojar luz sobre las construcciones allí levantadas y aclarar muchas dudas sobre la ubicación del palacio. Si en los años cuarenta no se pudieron concluir las excavaciones porque dieron comienzo los trabajos de construcción de la actual sede arzobispal, ahora las cosas son diferentes y los avances tecnológicos permiten afinar más las conclusiones.

A falta de resultados definitivos, lo que sí parece claro es que las hiladas de piedra que asomaron bajo el pavimento del Arzobispado tienen entidad prerrománica, lo que significa un freno para el proyecto que tenían pensado llevar a cabo en ese espacio los responsables de la Iglesia asturiana.

Su propósito era utilizar la zona baja del claustro para dedicarla a archivo, colocando allí grandes armarios compactos que requerían una mayor altura del lugar. Esto fue lo que impulsó las obras que acabaron sacando los muros a la luz. El hallazgo no es nada extraño, si se tiene en cuenta que en todas las últimas obras que se han llevado a cabo en la zona han ido apareciendo restos arqueológicos de interés. El aparcamiento del Arzobispado linda con un terreno, pendiente de edificar, en el que se hicieron algunas catas, aunque a día de hoy se desconocen los resultados.

Sin embargo, sí hubo conclusiones de interés histórico derivadas de los trabajos de ampliación del Museo de Bellas de Asturias y del Museo Arqueológico.