En estos días los responsables del Gobierno de Asturias han destituido inopinada y fulminantemente a José Naveiras Escanlar, en adelante Pepe el Ferreiro, como director del Museo Etnográfico de Grandas de Salime. En una Asturias instalada en una crisis permanente al menos desde comienzos de los años 70 del pasado siglo, muchos consideramos el nacimiento y desarrollo del Museo Etnográfico de Grandas de Salime como un referente, como un símbolo de la recuperación ética de Asturias. Por ello considero que la destitución de Pepe el Ferreiro, que conlleva la masacre de una labor de cuarenta años dedicados a la recuperación del patrimonio cultural del occidente de Asturias, representa mucho más que un simple acto administrativo. No es un suceso baladí, no es algo que muchos vayamos a olvidar fácilmente, porque la patada al Ferreiro la hemos sentido en las posaderas miles de asturianos.

No vamos a olvidarlo los que tuvimos el honor de asistir en 1984 al primer acto de esta tragedia, a la inauguración del museo en los bajos del Ayuntamiento de Grandas de Salime («o museo dos tres cuartois»), seguir luego su recorrido hasta la casa rectoral de Grandas y ser testigos de su desarrollo. A lo largo de veinticinco años, mejor sería decir de doscientas diecinueve mil horas, una tras otra, Pepe el Ferreiro dedicó los mejores años de su vida a gatear y revolver por desvanes y cuadras abandonadas, recuperando y atesorando pacientemente los trastos viejos que ahora miramos con asombro en el museo; muchos vecinos fueron conscientes de la importancia de su labor y poco a poco fueron también allegando útiles de sus antepasados o pidiendo que pasara por sus casas para recogerlos. Como un campesino más, amplió con sus propias manos las dependencias del museo, alternando la labor de ferreiro con la de albañil, pintor o carpinteiro. Parece ser que veinticinco inviernos en Grandas dan para mucho. El resultado de su labor está hoy a la vista de todos, en cada una de las dependencias del museo, en la rectoral, en la casoa, en cada una de las salas (escuela, lareira, bar tienda, bodega...), en el molino, en la capilla, en el hórreo... Al salir, sobrecoge pensar en la ingente labor realizada por un hombre solo, aislado en una pequeña villa en los confines de Asturias y con unos presupuestos precarios.

Pero hay más. Cuando a juicio de muchos había conseguido todo, me consta que él pensaba que no había conseguido nada de nada. Siempre miraba y miraba con tristeza los viejos ingenios, las viejas máquinas paradas, el carro sin bueyes, la cuadra sin vacas, el zaguán sin perro, la lareira sin brasas... Su «museo imaginado» era un museo vivo, con su campo de lino, tornos de filar y telares en producción; un huerto con nabizas, el molino traqueteando; la fragua con el barquín resoplando y un ferreiro esculpiendo los clavos necesarios para las reparaciones; el galocheiro puliendo sus piezas... tantas y tantas cosas, tantas y tantas tareas que la relación sería inacabable. Un sueño, sí, pero un sueño posible, un sueño que puede verse realizado hoy en más de una localidad, principalmente al otro lado de los Pirineos. Un sueño que podría lograr el milagro de revitalizar toda una comarca moribunda. Así se puede comprender bien por qué cada pieza, cada artefacto, fue amorosamente restaurado, para funcionar, para que pudiese cumplir algún día la misión para la que fue concebido.

Señoras y señores, por favor, vayan desalojando que la función toca a su fin. Los actuales responsables de la vida política de Asturias acaban de destituir fulminantemente al director del Museo Etnográfico de Grandas de Salime, a su factótum, a Pepe el Ferreiro. Sin la menor delicadeza, sin el más mínimo agradecimiento por la labor realizada, de un modo totalmente impropio de cualquier sociedad civilizada. A menos de dos años de su jubilación, justo en el momento de organizar una transición razonable; una destitución adobada con una sevicia totalmente gratuita. Es más, al día siguiente de ella le prohíben el acceso a las dependencias del museo para recoger sus objetos personales; una medida cautelar seguramente motivada por el celo que derrochan en la conservación del patrimonio cultural y natural de los asturianos. En una de sus primeras declaraciones, Pepe el Ferreiro manifestaba en respuesta a una periodista que el museo no corría ningún peligro, que estaba por encima de él y que era patrimonio de los asturianos, ¿acaso temen que quien esto manifiesta vaya a expoliarlo?

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Según parece, la destitución de Pepe el Ferreiro por los responsables del Gobierno de Asturias se sustenta en una gestión deficiente del museo, dejando además entrever supuestas irregularidades financieras. Sin embargo, se diga lo que se diga, los resultados de la gestión realizada son patentes, son hechos, no vana palabrería. Vamos a ver, señorías, ¿por qué no se animan y van con calma a recorrer el museo?, ¿les parece a ustedes que su situación actual es de dejación?, ¿podrían calificar su estado de «horizontal y plano» como ha tenido la desfachatez de hacer cierto responsable político? Desde luego, no es el sueño del Ferreiro, pero a mi juicio el Museo Etnográfico de Grandas de Salime está muy por encima y más vivo que la mayor parte de los museos que existen en Asturias. Por otro lado, seamos serios, ¿de que irregularidades estamos hablando?, ¿se ha instalado en Grandas la camorra bajo los auspicios de Pepe el Ferreiro? Visiten sus palacios, vean ustedes mismos su abultado patrimonio. Créanme si les digo que Pepe el Ferreiro ha multiplicado por cien con sus solas manos cada uno de los euros entregados por el Gobierno de Asturias al Museo de Grandas. Tengo para mí que nuestros dirigentes, si ven algo, que ya lo dudo, es la paja en el ojo ajeno y no la trabe en el propio, porque ¿ha sido más deficiente la gestión del Museo de Grandas, son más graves las irregularidades allí cometidas, que las que nos traslada la prensa un día sí y otro también en relación con algunas de las obras y performances faraónicos que se ejecutan hoy en Asturias? Si no es así, extraña comprobar que el rodar de cabezas no resulte ensordecedor.

Pepe el Ferreiro ha recibido de parte del Gobierno del Principado el mismo trato que mantenía arrinconados los trastos viejos que con tanto amor fue atesorando. Es oportuno al respecto recordar aquellas palabras de Julio Caro Baroja: «¡Cómo va a conservar esta tendencia triunfante pobres artefactos viejos e inútiles si destroza ermitas, palacios o barrios enteros de belleza y lujo!». Ahora esta «tendencia triunfante» también es capaz de intentar destrozar una vida.

Para terminar, me gustaría recordar a Pepe el Ferreiro una frase de Isaac Díaz Pardo, vecino nuestro de Galicia, gran luchador contra la desmemoria, como él mismo, y que está recibiendo en pago de una vida dedicada al progreso de su pueblo una gratificación semejante a la suya: «Quando os anos me vençan já, descompousto tudo e farto de facer tudo o que faço, non se o qué farei? estou já tam afeito a perder que nom sei qué facer se um dia ganho».

Pepe, ¡haxa saúde!