Psicóloga, especialista en gerontología social

Oviedo,

Elena FERNÁNDEZ-PELLO

Psicóloga, especialista en gerontología social, directora general de Planificación y Calidad con Pilar Rodríguez y, actualmente, funcionaria de la Dirección General de Mayores y Discapacidad. Son algunos apuntes del largo currículum de Teresa Martínez Rodríguez, que avalan sus opiniones sobre la atención a los mayores. Martínez propugna fervientemente el respeto a su dignidad, su libertad y sus propias decisiones. Sus opiniones y observaciones sobre este asunto, básico en el desarrollo de la ley de Dependencia, figuran en el informe «Buenas prácticas en la atención a las personas adultas en situación de dependencia», publicado en el «Portal Mayores», especializado en geriatría y gerontología.

-¿Cuando habla de buenas prácticas a qué se está refiriendo exactamente?

-La buena praxis profesional tiene que ver con lo cotidiano. Las ratios, el número de plazas, los metros cuadrados..., todo eso es importante. Hay que respetar unos mínimos, pero podemos encontrar centros que cumplen esos requisitos y no llegan a ofrecer una atención de calidad a sus usuarios. La clave está en lo cotidiano. Los principios rectores que determinan la calidad de vida son importantísimos, están descritos y son bien conocidos, ahora el reto es llevarlos al día a día. La ley de Dependencia reconoce esos principios, pero ahora lo que falta es aplicarlos a las prácticas profesionales y las metodologías.

-¿Quién decide qué criterios deben prevalecer en la atención a una persona dependiente?

-El individuo es el que decide. Hay quien compara el sistema de dependencia con la sanidad y mantiene que el profesional siempre sabe más que el usuario y, por lo tanto, debe prevalecer su opinión. No es así, en dependencia no es así. Yo de cáncer de páncreas no entiendo nada, es el médico el que sabe, y aun así yo tomaré las decisiones sobre mi tratamiento, pero de cómo quiero vivir sé muchísimo, por eso es muy importante integrar el elemento terapéutico en la vida cotidiana.

-¿Y cómo hacerlo?

-Podemos hacer psicoestimulación con puzles o proponiendo a los pacientes que resuelvan algunas cuentas. Bien, eso tendrá sentido para un contable, pero no para una ama de casa o para una persona que viene del campo. Hay que aprovechar los espacios vitales personales para aplicar las terapias. Yo puedo hacer estimulación cognitiva con mi madre en la cocina, animándola a que recuerde una receta, los nombres de los ingredientes, que maneje la sartén? Eso es acercar lo terapéutico a lo cotidiano. El gran temor de las personas mayores es perder el control de su propia vida. Incluso una persona con demencia tiene capacidad de tomar pequeñas decisiones y, a pesar de ello, en los centros residenciales los mayores mandan muy poco. Una buena praxis debe evitar que se quiebre su proyecto de vida adaptándose a sus limitaciones.

-Una atención como la que postula, tan personalizada, requiere mucho dinero.

-No tanto. He conocido centros con plantillas suficientes y numerosas que no llegan a ofrecer calidad. Hay cosas más importantes. Por ejemplo, como un centro no tenga claro el enfoque médico y organizativo no hay nada que hacer. Hay residencias lujosísimas que acaban siendo centros donde impera la uniformidad.

-¿El sistema asistencial español es demasiado proteccionista?

-Sí, con toda la buena intención y empezando por las familias, que hacen una labor excelente y necesitan recursos y formación para afrontarla. Tendemos a asociar dependencia con no ser capaz de decidir, pero hemos de recordar siempre que estamos con una persona adulta, con una vida por delante y una larga experiencia. En psicología se ha descrito un «círculo de dependencia», en el que los cuidadores aparecen como generadores y mantenedores del exceso de dependencia de una persona, el cuidador cada vez deja hacer menos cosas a la persona dependiente, ella hace efectivamente menos y se atrofia, y eso refuerza las expectativas previas.

-¿Mejor en residencias pequeñas?

-No necesariamente. Las residencias grandes tienen el gran problema de que la organización se come al individuo, pero una pequeña tampoco es una garantía de calidad. Depende. El reto es que la persona pueda elegir, aunque esa posibilidad está muy limitada.

-¿Hacia qué modelo residencial avanzamos?

-El modelo clásico está abolido. Ya desde 1987 en Dinamarca hubo proyectos piloto en ese sentido. Allí lo que existe son viviendas con apoyos, pero aquí, dicen, no es sostenible. El modelo residencial está amortizado, el nuevo modelo pasa por el respeto a la privacidad, por centros cercanos, dispositivos pequeñitos integrados... En nuestro país también se van a dar pasos en esa dirección. Es cuestión de años. Tampoco es fácil cambiar la mentalidad de la gente, según las estadísticas, más del 70 por ciento de los españoles quieren estar en su casa y no en una residencia.

-¿Es adecuada la formación de los profesionales?

-Las titulaciones garantizan un mínimo, pero estos modelos centrados en la atención a la persona requieren un plus. Seguimos con un modelo de atención más sanitario, geriátrico, que social.

-Asturias prepara su comité de ética.

-Son organismos consultivos donde las familias, los profesionales y los usuarios llevan sus consultas. Es un instrumento de calidad, como los portales de internet que defienden las buenas prácticas. Pero hay que tener en cuenta que tan importante es detectar el maltrato como visibilizar lo bien hecho, haciéndolo lo ponemos en valor.

-¿Hay alguna figura legal similar al testamento vital pero referida a la dependencia?

-Hay una figura, la autotutela, que permite ante un notario dejar especificado cómo quieres ser atendido, todas las consideraciones para el caso de que en algún momento de tu vida no tengas competencia intelectual, si quieres ir a una residencia, quién decide por ti...

-¿Y las familias?

-Son el apoyo emocional de los mayores y las que mejor los conocen. Deberían incorporarse a los centros y residencias, pero éstos, a veces, las ahuyentan. Habría que hacer una labor de orientación, apoyo y cooperación con las familias.