No se le está haciendo justicia a Benedicto XVI, pero tampoco creemos que una conspiración de judíos neoyorquinos y de masones washingtonianos pretenda la cabeza del Pontífice. No se trata aquí de buscar la equidistancia, sino de mantener la cabeza fría en este tremendo asunto de la pederastia en el seno de la Iglesia. Cada día hay una noticia al respecto y varias de ellas señalan directamente al Papa, bien por haber detenido un proceso canónico contra un abusador americano -cuando Ratzinger era prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe-, bien por no apartar de toda actividad a un pedófilo alemán, cuando el actual Papa era arzobispo de Múnich.

En este último caso, la diócesis alemana está reconociendo en el presente que se cometieron importantes errores en torno a aquel suceso. La prensa de uno y otro lugares está exhumando los expedientes de esos casos y conduciendo, en definitiva, a la misma conclusión a la que ha llegado la Santa Sede: la Iglesia actuó tarde, mal o nunca.

No obstante, hubo dos momentos en los que este Papa, siendo aún cardenal, emprendió acciones que revelan su intención de limpiar la Iglesia de esta lacra. Por ello decimos que hay que hacerle justicia a Benedicto XVI. El primer hecho reseñable fue la «Carta a los obispos de la Iglesia católica y a otros ordinarios y jerarcas sobre los delitos más graves reservados a la Congregación para la Doctrina de la Fe», del 18 de mayo de 2001 (puede consultarse en «Documentos de la Doctrina de la Fe», 1966-2007, editorial BAC).

Uno de los delitos señalados en dicha carta es el perpetrado «contra el sexto mandamiento del Decálogo cometido por un clérigo con un menor de 18 años». El documento impone que «cuando un ordinario o jerarca tenga noticia, al menos verosímil, sobre un delito reservado, y tras realizar una investigación previa, lo debe comunicar a la Doctrina de la Fe». El contexto de esta norma estaba siendo entonces la explosión de revelaciones acerca de la pederastia en EE UU. La Congregación de Ratzinger se hacía cargo directamente del problema por la pasividad de algunos obispos y cardenales estadounidenses -que fueron posteriormente retirados de sus cargos-, o por la impunidad de la mayoría de los depredadores -en EE UU hubo 4.392 sacerdotes abusadores entre 1950 y 2002, pero de ellos 149 eran responsables de 2.960 víctimas, casi un tercio de las 10.667 registradas-. En la citada carta, Ratzinger también exigía que «terminada la instancia en el tribunal diocesano, en el modo que sea, todas las actas de la causa deben enviarse de oficio a la Doctrina de la Fe». A causa del incumplimiento de esta norma por parte de obispos irlandeses y de responsable eclesiales alemanes están cayendo ahora mismo varias cabezas.

Segundo suceso. Tres ex legionarios de Cristo, víctimas del degenerado Macial Maciel -cuyo repudio acaba de poner por escrito su congregación-, presentan en 1998 una demanda canónica ante la Congregación para la Doctrina de la Fe. A los pocos meses, la representante canónica de los demandantes, la abogada austriaca Martha Wegan, les comunica que han chocado contra un muro: «"Pro nunc", la causa è ferma» (por ahora, la causa está parada). Así se lo ha dicho Gianfranco Girotti, franciscano y secretario de Ratzinger, ya que «Maciel está muy cerca del corazón del Papa Juan Pablo II». El nivel de influencia en aquel momento de Maciel en la Santa Sede era descomunal. El mismo secretario de Estado del Vaticano, el cardenal Angelo Sodano, era uno de su protectores. El fundador de la Legión de Cristo cumple 60 años de sacerdocio en noviembre 2004. Juan Pablo II le recibe en audiencia, le acaricia el cráneo y le bendice. Unos días antes -¿regalo de aniversario?- el Vaticano había entregado a la Legión el Instituto Pontificio Notre Dame de Jerusalén, una perita en dulce. Algo se tuvo que conmover entonces dentro de los muros vaticanos porque menos de un mes después, el 2 de diciembre de 2004, Wegan es informada de que la causa contra Maciel Degollado se reactiva. Y el 25 de marzo de 2005, en el vía crucis del Coliseo, con el Papa Wojtyla ya muy enfermo, Ratzinger exclama: «¡Cuánta suciedad hay en la Iglesia e incluso más entre aquellos que en el sacerdocio deberían pertenecer enteramente a Cristo».

Tenemos muy pocas dudas de que fue Ratzinger quien reactivó la causa contra Maciel, que en mayo de 2006 fue apartado por la Santa Sede a su Cotija natal (México). Era una pequeña medida disciplinar de una dimensión enorme. Maciel había empezado a abusar de sus pupilos 60 o más años atrás. La Iglesia ha sido lenta y ciega con la pederastia, pero Ratzinger ha dado muestras de un cambio. Al Papa lo que es del Papa.