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Situado en el extremo de una prominente península al oeste de Gijón, el parque Arqueológico de la Campa Torres conserva los restos de un poblado de fundación prerromana que se mantuvo vigente durante más de nueve siglos. Su larga secuencia de ocupación y su extensión lo convierten en uno de los castros más completos de Asturias, al que no faltó la polémica a propósito de las dataciones.

Punto estratégico por su emplazamiento para canalizar los productos del país hacia otros territorios, consiguió así bienes de importación procedentes del mundo mediterráneo que lo hacen único en Asturias. Los pueblos indígenas asentados en la zona levantaron un imponente conjunto de fortificaciones con foso incluido para proteger el recinto en el que se asentaron varias cabañas de planta redonda, tipología que los directores de las excavaciones utilizaron para asignar una procedencia prerromana a dichas estructuras.

El castro de la Campa Torres aportó en veinte años de excavaciones vestigios que hablan de su origen prerromano y de su continuidad tras la conquista romana de Augusto. El que pudo ser, según algunos investigadores, el oppidum Noega mencionado en las fuentes latinas dejó al descubierto durante las sucesivas campañas arqueológicas una serie de cabañas prerromanas de planta circular, datadas en siglo V a. de C. y construcciones de tipo rectangular que se levantaron entre los siglos I y III, según los directores de excavación.

En el castro adquiere especial significado la especialización en los trabajos industriales, convertidos en su principal fuente de riqueza. La fundición de bronce acabó siendo definitiva para la transformación de productos dirigidos al intercambio con otros pueblos. De ahí que en el castro hayan localizado piezas ausentes en otros poblados como las ánforas o las cerámicas áticas. El comercio del metal fue su principal fuente de riqueza.