Oviedo, J. N.

El agujero de la capa de ozono cumple veinticinco años. Fue detectado sobre la Antártida. La alarma se desató de inmediato. La amenaza, sin embargo, quedó bajo control al prohibirse el uso de productos clorofluorocarbonados, causantes del desastre. Las reflexiones, un cuarto de siglo después, son aún críticas porque, dicen, el cambio climático ha cogido el relevo en la lista de los peligros medioambientales.

La alerta fue doble ya que el equipo del British Antartic Survey publicó su preocupante hallazgo en la revista «Nature» y al tiempo advirtió que agujeros similares podrían abrirse en otras partes del mundo con consecuencias nocivas y hasta con resultados verdaderamente terribles ya que la capa de ozono es la encargada de proteger a todos los seres vivos de las agresiones de los rayos ultravioleta.

En el artículo seminal se indicó de forma especialmente subrayada que si el tamaño del agujero descubierto continuaba creciendo -debido al uso de clorofluorocarbonados, unos gases utilizados comúnmente en los aerosoles- aumentarían también los casos letales de cáncer de piel por sobreexposición a los rayos solares.

El descubrimiento, realizado por los científicos Jonathan Shanklin, Brian Gardiner y Joe Farman, se convirtió de inmediato en un símbolo de la fragilidad de la Tierra frente a una aparentemente débil desestabilización de origen humano y asimismo fue visto como un peligro simbólico en el curso de las luchas de los ambientalistas.

La gravedad de una amenaza genérica para los seres vivos fue tal, que dos años después de que se publicara el estudio inicial se firmó el Protocolo de Montreal, que prohibió el uso de sustancias químicas como los clorofluorocarbonados y obligó a los científicos a buscar alternativas para reemplazarlos en los usos industriales y cotidianos.

Sin embargo, pese a la existencia de este protocolo y al conocimiento extendido de que estas sustancias permanecen durante años en la atmósfera, su uso aún está permitido en algunos casos.

La ofensiva contra los gases peligrosos permitió frenar el crecimiento del agujero de la capa de ozono, pero se calcula que deberán pasar al menos cien años para que se recupere por completo.

Jonathan Shanklin, uno de los tres descubridores del agujero, acaba de publicar un conjunto de reflexiones generales sobre el problema de la capa de ozono y el papel que tuvo el azar en el hallazgo científico. De todos modos, el acento lo ha puesto en las lecciones dejadas por los investigadores tras el trabajo que realizaron.

«Lo que podemos aprender de todo aquello es lo rápido que puede cambiar nuestro planeta. Dada la velocidad con que la Humanidad puede ser afectada, ser precavidos es el camino más seguro hacia la prosperidad», dijo Shanklin, y añadió: «Aunque el foco de atención ahora esté puesto en el cambio climático, la causa de todos los problemas ambientales es una población que sobrecarga la capacidad del planeta y ese factor está creciendo. Futuros historiadores anotarán que, aunque la Humanidad logró resolver inesperadamente un problema ambiental concreto, paralelamente creó muchos más por no atacar los conflictos ambientales de manera holística».

Shanklin no fue el único de los tres investigadores que descubrieron el agujero de la capa de ozono en criticar cómo se está haciendo frente al calentamiento global. Joe Farman denunció a los políticos por no reaccionar frente al cambio climático ya que es una «gran estupidez» continuar aumentando las emisiones de CO2 cuando sabemos que es un gas contaminante.

El experto condenó el hecho de que los gobiernos no hayan eliminado todas las sustancias químicas que contribuyen a la destrucción de la capa de ozono y añadió que algunas de las sustancias que se usan como sustitutivas de los clorofluorocarbonados son gases con un efecto invernadero potente.

Para Farman, los gobiernos no aprendieron la lección: hay que actuar rápidamente y con decisión ante amenazas globales. También culpó en cierta medida a la comunidad científica.

En 1995 el mexicano Mario J. Molina, el holandés Paul J. Crutzen y el norteamericano Frank Sherwood Rowland, autores de la teoría que relaciona el agujero de ozono y los clorofluorocarbonados, obtuvieron el Premio Nobel de Química.