Nacido en San Francisco, en 1939, Richard Serra pertenece junto con Robert Morris, Eva Hesse, Bruce Nauman, Alan Saret, Barry Le Va, Keith Sonnier y Joel Saphiro a la generación de artistas que a mediados de la década de los sesenta realizó un ataque decidido a la que desde hacía unos años venía siendo la corriente hegemónica de la escultura en Norteamérica, el minimalismo, caracterizada por el uso de estructuras primarias de una frialdad, objetividad, carácter industrial y literalismo absolutos. En este sentido, frente a la rigidez y el serialismo impuestos por esa clase de creaciones, estos nuevos artistas defendieron la potenciación del binomio materia-forma mediante la utilización para la realización de sus obras de elementos como caucho, fieltro, cuerdas, serrín, etcétera, considerados por muchos como antiescultóricos, la introducción del azar en el trabajo artístico, una reflexión en torno a la importancia de la dimensión temporal inherente a todo acto creativo (no en vano su producción fue calificada por algunos de «process art») y, en definitiva, la rehabilitación de la subjetividad y de un cierto componente expresivo opuestos a la asepsia y a la naturaleza «quirúrgica» de la obra minimal.

«Posminimal», «abstracción excéntrica» y «antiforma» fueron los nombres elegidos por los especialistas de la época para definir ese conjunto de obras, entre las que cabe destacar varias del propio Richard Serra realizadas a finales de los años sesenta del pasado siglo bajo los títulos de «Splashing» y «Casting». Para su ejecución el artista se sirvió de plomo fundido que, tras ser arrojado contra la pared o colocado en el punto en el que interseccionaban el muro y el suelo de su taller o de un determinado espacio expositivo, se solidificaba dando lugar a formas completamente aleatorias que aunaban temblor y rigor. A la crítica del momento no se le escapó el hecho de que el creador norteamericano se hubiera servido para la realización de este primer conjunto de trabajos de una serie de técnicas extraídas del campo de la pintura, del que procedían o con el que habían estado en contacto muchos de los artistas citados más arriba. Para el caso de Richard Serra las referencias en este sentido a dos pintores aparentemente tan distantes entre sí como Jackson Pollock y Frank Stella daban buena cuenta del difícil equilibrio alcanzado ya en estas obras no sólo entre los pictórico y lo escultórico, sino también entre lo intuitivo y lo analítico, entre lo óptico y lo táctil.

Ahora bien, el diálogo de este creador con el arte minimal no acabó aquí. Es más, tras estas piezas iniciales, y ya desde los años finales de la década de los sesenta, la obra de Richard Serra en tres dimensiones ha de considerarse como uno de los fenómenos más importantes acontecidos en los últimos años de subversión y desactivación de una corriente artística, en este caso la minimalista, a partir de un proceso de apropiación casi literal, sólo que con ligeras aunque vitales alteraciones, de su propio lenguaje.

Efectivamente, fue a finales de los años sesenta cuando el escultor norteamericano comenzó a servirse para la elaboración de sus piezas de una serie de formas geométricas similares en su rotundidad a las que habían caracterizado la estética minimalista. Serían formas que, en lo que a su presencia se refiere, también podrían caracterizarse, al igual que las del arte minimal, de primarias o específicas, teniendo la capacidad de ser percibidas por el espectador como un todo y de ser retenidas en su memoria como constantes. De este modo, y en su proyección formal, las obras de este artista a lo largo de todos estos años se han adaptado a cuatro grandes familias o tipologías: el bloque de acero forjado con forma de sólido geométrico (paralelepípedo, cilindro, octógono, etcétera), las planchas de acero rectangulares dispuestas verticalmente, pilares o dinteles derivados del lenguaje arquitectónico y planchas curvas.

En segundo lugar, otro aspecto que conectaría las piezas de Richard Serra con el minimalismo entendido en el sentido más ortodoxo sería la importancia que cobraría en la percepción y experimentación definitiva de la obra de arte la figura del espectador, que debe desplazarse alrededor de la misma con el fin de apreciar cómo varían los modos en que se presenta la pieza, liberada ya de la tiranía de la peana y el pedestal. Las obras de Serra, como las de todos aquellos escultores que hicieron de Maurice Merleau-Ponty y su fenomenología de la percepción un referente para su creación, sólo pueden conocerse a través de ese cuerpo humano caracterizado, según el filósofo francés, por su simetría bilateral, por su eje vertical y por el hecho de tener una parte frontal y otra dorsal que al circular alrededor de los objetos artísticos, con la consiguiente idea de tiempo que ese movimiento lleva aparejado, logra sumergirse en el espacio expositivo.

La importancia dada a este último concepto, el de espacio, también es común a los artistas minimalistas y a la revisión hecha por Richard Serra a lo largo de toda su carrera de este movimiento. En este caso, cabría hablar del papel tan relevante que tanto para los creadores minimal como para el propio Serra tuvo la filosofía del lenguaje de Ludwig Wittgenstein y su consideración del contexto como el medio en el que, para el caso concreto del arte, las obras acaban por adquirir todo su significado. Dicho espacio, que puede ser tanto el interior de una galería como el exterior de una plaza, un parque o la propia naturaleza, es casi siempre para el caso de las obras de este escultor, y por utilizar la célebre categoría acuñada por Rosalind Krauss, un campo expandido que pone en juego esa vertiente situacional tan importante asociada a la obra de este creador. De la relación entre obra, lugar y espectador surgiría, en definitiva, ese «behavioral space» o espacio de comportamiento, en expresión del propio Serra, que constituye uno de los pilares fundamentales de su poética como artista.

Ahora bien, a pesar de este conjunto de características compartidas por artistas minimal y Richard Serra, habría un componente en el trabajo del escultor norteamericano que marcaría su radical separación, lo que hemos llamado subversión de la estética miminal. Esa sutil pero importante diferencia tiene que ver en cierto modo con la actitud general del artista ante el propio fenómeno de la creación. Así, el escultor minimalista aspiraba en teoría a una cierta desaparición mediante la presentación de sus formas perfectas, realizadas con materiales industriales como el aluminio anodizado, el plexiglás o el acero inoxidable (materiales por los que apenas parecía haber pasado su mano a no ser para realizar simplemente la operación de seleccionarlos). De hecho, se ha señalado cómo muchos de los artistas minimal anticiparon en cierto modo con su práctica la consabida teoría de la muerte del autor en beneficio de la vida y la máxima atención para la obra lanzada por Roland Barthes y Michel Foucault en esa misma década de los sesenta. En el caso de Richard Serra sucede todo lo contrario. Serra busca en sus obras siempre, de un modo u otro, el toque humano, su diferenciación a través, entre otras cosas, de la expresividad del material utilizado, que muchas veces es hormigón o acero corten, salpicado este último de marcas del forjado, fisuras, cortes y heridas impensables en el minimal, que apuntan hacia un juego con las texturas (liso-rugoso), y que si bien no tienen ninguna connotación metafórica y alegórica, se convierten en elementos importantes a la hora de valorar formalmente unas piezas de gran sensorialidad. También busca esa subjetividad (a través de la cual, y frente al carácter estático, serial y repetitivo del minimalismo, volvería a recuperarse en cierto modo el aura de la obra de arte) por medio del movimiento y de la sinuosidad. Su escultura, en este sentido, apuesta muchas veces por la inestabilidad y por un controlado al mismo tiempo que tenso desorden, ausente por completo del arte minimal, que viene dado por la aparente fragilidad con que se sostienen las planchas que componen muchos de sus trabajos. En este sentido, la reflexión en torno a aspectos como el peso y la gravedad se convierten en horizontes destacados de su planteamiento artístico.

Excelente dibujante, frecuentador a través de sus piezas escultóricas de otras prácticas como el land-art, el site-specific o el vídeo, la obra de este constructor de formas, como a él le gusta autodefinirse, no cabe duda que ha descrito por su hermosa síntesis de geometría y lirismo, de contundencia y ligereza, de expresividad y contención, una de las páginas más destacadas del arte internacional de los últimos cuarenta años.