Podríamos comenzar con una ironía: este obispo, Jesús Sanz Montes, es capaz de extraer lo mejor de cada persona, de modo que el portavoz del PSOE en la Junta, Fernando Lastra, hombre de gran riqueza interior, le recomendó al mitrado «que se remangue la falda» y «arrastre los huevos por la calle con los demás». Esto sucedió después de que Sanz criticara las recientes medidas económicas del Presidente Zapatero, al que calificó de «desnortado» y con «una agenda que ha venido tarde, urgida o prestada, y no con todas las medidas que cabría esperar».

Así que Lastra, que después pidió honestamente disculpas por sus imprecaciones, demostró dos cosas. Primero, que es un hombre apasionado, y que da cumplimento al dicho latino de que «ex abundantia cordis, os loquitur», es decir, «de lo que abunda en el corazón, habla la boca». Y segundo, una curiosidad: el señalamiento de los testículos de un obispo es una reacción muy española. De hecho, durante la persecución religiosa de la Guerra Civil no fueron pocos los religiosos y laicos católicos cuya muerte fue precedida por torturas en los genitales, lo cual fue particularmente notorio en el obispo de Barbastro, cuyo suplicio sigue entre los más crueles de aquel tiempo de locura. Dicho esto, no vamos a desmesurar el suceso entre Sanz y Lastra, ya que repetimos que el diputado socialista reaccionó después como un caballero y lamentó haber sido tan «espontáneo» (mientras que el PSOE asturiano guardaba un ominoso silencio).

Sin embargo, hay dos derivadas en el caso. Lastra criticó que el arzobispo realizara su críticas «de forma instrumentalizada a favor del PP». Aquí está la madre del cordero. Buena parte de la sociedad española identifica -ahora más que antes- a la Iglesia católica con la derecha, y estas etiquetas, cuando se pegan sobre algo, son dificilísimas de despegar. ¿Cómo hemos llegado a ello? Tal vez a causa de un deficiente discurso oficial, o magisterial, de la jerarquía española. En su lugar, ha prendido más la idea, por ejemplo, de que el periodista Losantos, la presidenta Esperanza Aguirre y el cardenal Rouco formaron un frente anti Zapatero, e incluso anti derecha moderada (esta interpretación la acaba de relatar José Antonio Zarzalejos, ex director de «ABC», en su reciente libro «La destitución»). A esta sustitución de un discurso preciso de los obispos por otro interpuesto se suma la acritud de algunas declaraciones episcopales de los últimos tiempos, con expresiones señeras cómo «colaboradores del mal», «emisores de moneda falsa», etcétera (en ese sentido, Jesús Sanz Montes nos parece incisivo, pero no acre o desabrido).

Y la segunda derivada: el «voto católico», que pese a ser una expresión de contornos difusos posee todavía cierto magnetismo entre los políticos. El presidente Areces ha sido un maestro en no restar nunca, y menos en ahuyentar católicos (también ha sido maestro de apariencias, ya que bajo dulces palabras se ocultan situaciones tan lamentables como las dificultades de la asignatura y los profesores de Religión, o la espalda dada a las reivindicaciones justas de los centros concertados). Así pues, Lastra retrocedió porque arrepentidos los quiere Dios, y tal vez también los deseará así el PSOE post-Areces.