Oviedo, E. G.

Entre el gran público Alain Touraine no es popular, pero su nombre suena. Se desenvuelve en castellano a la perfección y sus palabras, su juicio siempre ponderado aunque crítico, suena a menudo en los medios cuando se trata de reflexionar sobre Europa en general y Francia en particular.

Pero Zygmunt Bauman es para ese gran público, la voz de la calle, un desconocido, o lo era hasta ayer. Su obra es importante, pero su biografía llama la atención. Polaco de familia judía, nace en 1925 y tiene, por tanto, 14 años cuando los alemanes de Hitler invaden Polonia y estalla la II Guerra Mundial. Primera huida: la Unión Soviética. La familia de Bauman cruza la frontera a tiempo y se salva del desastre. Y el adolescente Zygmunt crece y se hace hombre en la URSS de Stalin, un país en guerra. Llega a la Universidad y retorna, años después, a Polonia, donde logra un puesto docente en áreas de Sociología en la Universidad de Varsovia, «resucitada» literalmente de la ruina.

Comienza a hacerse un nombre, y no sólo en el panorama nacional, pero el aparato político ortodoxo comienza a recelar de aquel joven profesor que comenzaba a darle vueltas a la teoría de la modernidad y al papel del ser humano frente a los cambios.

En 1968 se produce su segundo destierro. Debe abandonar su Universidad y su país, esta vez con su propia familia tras él, y se va a Israel. Dos años en la Universidad de Tel Aviv, antes de iniciar un largo y fecundo periplo por diversas universidades de Estados Unidos, Canadá y Australia. Recala por fin en la Universidad de Leeds, donde se jubila, se convierte en catedrático emérito y emprende su etapa más fecunda en materia editorial. «La modernidad líquida», uno de esos libros de alta referencia para explicar el mundo actual, es del año 2000, de «anteayer», como quien dice. Lo escribe, pues, con 75 años, y se convierte en un pequeño best seller. Inaudito. Las editoriales encuentran en Bauman un glorioso fondo de ideas, y desde entonces no ha parado de publicar. Casi a un libro por año.

A Zygmunt Bauman lo conocen en el mundo de la sociología por otra obra no siempre bien interpretada, «Modernidad y Holocausto», de finales de los ochenta. La tesis del libro descarta que el Holocausto fuera un accidente dentro de la barbarie irracional precivilizada, sino una consecuencia lógica (aunque no inevitable) de la civilización moderna y su creencia en la ingeniería social a gran escala. Fue un gigantesco experimento, repetido a lo largo del cúmulo de grandes sombras del siglo XX.

A este ciudadano del mundo, entrado en años pero muy joven en su planteamiento de vida y lógica, el carácter inglés acabó por enamorarlo. Después de tanto caminar, Bauman tiene pasaporte británico y ha encontrado en la ciudad de Leeds, otrora uno de los símbolos de la industrialización a gran escala, que él estudió, su casa. Ese carácter británico se traslucía ayer en su nota de agradecimiento: «Quisiera transmitir a su Alteza el Príncipe de Asturias mi más profunda gratitud por la confianza expresada por parte de la Fundación en el valor y el significado de mi modesta contribución a nuestra autoconciencia humana conjunta; apenas puedo pensar en un acto más gratificante o que llegue de una institución de mayor autoridad moral».