Franc Rodé, el cardenal que de modo tan lamentable decretó la supresión del Císter en Valdediós, ha formado ya grupo con Sodano y Castrillón, el trío de purpurados más señalados en el presente como ignoradores -tal vez ciegos voluntarios- de lo que estaba sucediendo con Marcial Maciel, fundador de la Legión de Cristo. Y lo que estaba pasando es que una demanda con gran fundamento sobre los abusos de Maciel había llegado al Vaticano a mediados de los años 90, pero no fue investigada hasta que Ratzinger dio la orden a finales de 2004, unos meses antes de suceder a Juan Pablo II. Ahora sabemos, además, que Maciel untaba a Sodano o a Rodé con regalitos de diverso género, y que ambos siempre fueron proclives y valedores suyos ante cualquier instancia eclesial. Hay también un hecho significativo. Ratzinger fue otro de los cardenales objeto de ronda por la Legión. En cierta ocasión fue invitado a dar una conferencia a sus huestes: llegó, habló y al terminar rechazó un sobre de billetes que le tendía un más que probable enviado de Maciel.

Por hechos como éste sostenemos que Ratzinger es una persona bien decente y resbaladiza a las costumbres de halago, ambición o cabildeo tan propias de la curia vaticana. Pero el problema que tiene el elogio a Benedicto XVI es que parece que se le hace de menos a Juan Pablo II, ahora en trance de beatificación. La cuestión es peliaguda, porque resulta un hecho objetivo y comprobable que Wojtyla tenía sobre la peana más alta a Maciel, al que proclamó incluso conductor de la juventud (cuando ocho de los violados por el sacerdote mexicano escucharon esto, ya no resistieron más: escribieron una carta al Papa, que nunca obtuvo respuesta, y acudieron después al periódico «The Hartford Courant», de Connecticut, que les hizo más caso; ahí comenzó todo).

Esta relación de Juan Pablo II y Maciel es tan espinosa que George Weigel, importante vaticanista estadounidense, respetado y alabado tanto por los wojtyliamos como por la conservación en general, ha pedido que se despejen estas dudas lo antes posible, ya que de lo contrario seguirán martilleando en torno a la beatificación del Pontífice.

En cuanto a Sodano, Castrillón y Rodé, habrá que seguir hablando, pero de este último habíamos leído ya algún documento sobre Valdediós que nos había estremecido por su dureza de criterio o por su amenaza de que cuidado con que las cosas del monasterio salieran en la prensa. Se ve que nuestros monjes, a los que tanto recordamos, no le enviaban regalos cameladores, pues la adulación hacia Rodé se conducía por otros caminos que también conocemos.