Grado, Lorena VALDÉS

A sus 75 años, el médico Francisco Crego continúa pasando consulta en su casa de Grado. No importa que sea fin de semana ni que el reloj marque poco más de las diez de la mañana. Crego no puede, ni quiere, dejar de atender a sus pacientes «de toda la vida», ésos que sólo se fían de su diagnóstico y se marchan más tranquilos a casa después de que «su doctor» les ausculte y les recete lo que más les conviene. Por ellos, él sigue con la bata puesta de lunes a domingo.

El médico salmantino, moscón de adopción, atiende las dolencias más diversas. «Uno nunca sabe con lo que se va a encontrar». Muchos pacientes llegan sin avisar. Eso sí, el sarampión está prácticamente descartado. Hace veinte años que Crego no diagnostica esta enfermedad. «Cuanto llegué a Grado, en 1969, había muchísimos casos. Rara era la semana en que no había algún niño del concejo con sarampión; sin embargo, llegó la vacuna y acabó de repente con la enfermedad».

A pesar de que hace dos décadas que Crego no se encuentra con un sarampión, mantiene frescas en su memoria algunas anécdotas. «Nunca había visto un sarampión en un adulto, porque era una enfermedad que se tenía de niño y no se podía repetir. Sin embargo, en 1958, en Cangas del Narcea, llegó un día un joven a mi consulta y me dijo que su abuela, de 80 años, tenía sarampión. A mí me costó creerlo, pero inmediatamente fui a verla. Nos pusimos en camino hasta su pueblo, tardamos en llegar cuatro horas a caballo. Efectivamente, la mujer tenía sarampión. En el pueblo sólo vivían dos vecinos y la posibilidad de contagio era mínima».

Éste fue el único sarampión de su carrera con el que tuvo dudas. «Las madres me avisaban todas preocupadas porque sus niños tenían la cara echa un poema. "¡Está tan colorado, doctor, que parece que está quemado!", me decían algunas», recuerda el médico.

Unas manchas blancas un poco abultadas con un cerco rojo alrededor, en el interior de la boca, que reciben el nombre de Koplik, eran el síntoma inequívoco de que el paciente tenía esta infección. «Bastaba con que abriesen la boca para confirmarlo. Les recetaba aspirinas, que era lo único que teníamos entonces, para bajar la fiebre», afirma el doctor. Crego, quien sufrió el sarampión con un año y estuvo siete días en la cama hasta que se curó -según le contó su madre-, repetía con frecuencia sus visitas a la misma casa y por la misma enfermedad. «El contagio entre hermanos era inevitable. Por mucho que los padres quisieran evitarlo, dentro de una misma casa era imposible».

Sobre el futuro del sarampión, Crego está convencido de que las tasas de esta enfermedad sólo se podrán incrementar con los casos que se diagnostiquen en inmigrantes. El médico de cabecera conserva su singular curiosidad y se pregunta: «¿Cómo serán las manchas del sarampión en la piel de un niño de color?». A sus 75 años sigue estando de guardia las 24 horas.