Oviedo, M. S. MARQUÉS

Tres mujeres capitaneaban genéticamente el grupo familiar de doce individuos neandertales que vivieron en la cueva de Sidrón (Piloña). Ellas eran las que mantenían con sus desplazamientos la diversidad genética del conjunto para evitar una consanguinidad que hubiera sido catastrófica para la especie. Estas conclusiones forman parte del estudio que acaba de secuenciar el ADN de los doce individuos que vivieron en la cueva. Se trata de un trabajo pionero ya que es la primera vez que se consigue mundialmente información genética de todos los fósiles de un yacimiento.

El estudio, realizado por el equipo del genetista Carles Lalueza-Fox, se apoya en las investigaciones desarrolladas a lo largo de los últimos diez años en el campo de la geología, la arqueología y la antropología, materias básicas para comprender lo que sucedió hace 47.000 años en el yacimiento asturiano. Ahora con la información genética obtenida ya se puede profundizar en la composición del grupo, avanzar en el género, edades y parentesco de los individuos, pero también conocer más de sus comportamientos sociales.

Ahora sabemos que los neandertales vivían en grupos de baja diversidad genética en los que la heterogeneidad del ADN era aportada por las mujeres. Eran las hembras de la especie las que al llegar a la edad de procrear abandonaban su grupo familiar para integrarse en otro y evitar así la endogamia. Según los investigadores, este comportamiento, conocido como patrilocalidad, continúan manteniéndolo el 70 por ciento de los grupos cazadores-recolectores modernos.

Los fósiles de Sidrón, que muestran señales de canibalismo, pertenecen a una comunidad que pereció simultáneamente, sin que por ahora se pueda explicar la causa exacta de su muerte. El estudio se ha llevado a cabo sobre ADN mitocondrial, que es el que se hereda de la madre. Así se ha podido saber que los 12 individuos pertenecen a tres ramas maternas diferentes: siete pertenecen al linaje A, otros cuatro al B y un último al C. El grupo está claramente emparentado pero con el ADN mitocondrial solo se puede conocer el vínculo con la madre, no así el parentesco paterno.

En el grupo hay tres hembras adultas, todas de familias diferentes mientras que todos los individuos masculinos adultos pertenecen al mismo linaje, lo que viene a demostrar que la diversidad genética entre las hembras es muy superior a la de los machos. Esto concuerda con la hipótesis de que eran las jóvenes las que se movían de un grupo a otro. Así lo corrobora Antonio Rosas, quien ve este comportamiento como «una estrategia de subsistencia». Por analogía con otras comunidades modernas que practican la patrilocalidad, Carles Lalueza sugiere que «el intercambio tenía lugar durante encuentros entre diferentes grupos».

De los doce individuos identificados a partir de los fósiles hallados en la cueva, seis son adultos, tres adolescentes (entre 12 y 15 años), dos juveniles, uno de entre 5 y 6 años y otro de entre 8 y 9, y un infantil que tendría entre 2 y 3. Uno de los juveniles desciende de una de las hembras, mientras que el otro y el infantil son hijos de otra, a la tercera no se le identifica descendencia. Lalueza expone que si esta hipótesis es correcta se puede concluir que los neandertales tienen una media de un hijo cada tres años.

Esta práctica se sigue manteniendo hoy por otros grupos nómadas que evitan tener nueva descendencia hasta que el último hijo sea capaz de recorrer andando cierta distancia. «La manera de conseguirlo es prolongar la lactancia materna, se trata de una estrategia para retrasar nuevos embarazos», explica el científico.

Lalueza se mostró ayer satisfecho de haber podido concluir un trabajo que le llevó tres años y que «hace único al yacimiento» al conseguir por primera vez aislar el ADN de todo el grupo. Ahora entre sus proyectos figura abrir un nuevo frente que le permita hacer el genoma completo de uno de los individuos.

También considera interesante desarrollar marcadores nucleares para conocer las relaciones entre padres (barones) e hijos. «Sería la primera vez que se pudiera decir si determinados adultos son hermanos». Son muchas las posibilidades que han abierto los estudios genéticos, entre ellos la de estudiar una familia, conocer su demografía, dinámica poblacional y estrategias reproductivas. «Ahora todos los estudios sobre este tipo de contactos se harán a partir de la familia de Sidrón», subraya Lalueza.

Marco de la Rasilla, director de las investigaciones arqueológicas, hace hincapié en el conjunto de disciplinas que están permitiendo los avances conseguidos. «Este estudio da una mayor identidad a los restos, porque ya podemos saber cuál es la mujer pelirroja o el adolescente que tiene el grupo sanguíneo O».

El trabajo que se publicó ayer en la revista «Procedings of the National Academy of Siencies» y está dedicado a la memoria de Javier Fortea, catedrático de Prehistoria fallecido en octubre de 2009 y padre del proyecto Sidrón.