Todavía no se sabe si los últimos serán los primeros. Eso sí, el director David Lockington podría acercarse un poco más a la dirección titular de la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA) tras su segundo programa al frente de la formación, que puso el broche de oro a la temporada de abono de la orquesta. El director británico volvió a hacer gala de su versatilidad a través de un trabajo dinámico y detallista en un programa de sabor francés, que explotó todos los recursos de una orquesta que demostró todo lo «grande» que puede ser, con una dirección orquestal y artística bien canalizada.

La música de Ravel inauguró la velada con «Una barca sobre el océano», muy refinada en sus combinaciones tímbricas, a lo largo de una orquestación de gran inventiva, combinada con un trabajo de dinámicas meticuloso que captó atmósferas. En la línea de Falla en su suite para piano «Noches en los jardines de España», en la que la orquesta volvió a exhibir un verdadero catálogo de sonoridades y texturas, junto al pianista Luis Fernando Pérez, que presentó con éxito otro título de su repertorio de música española.

En «Noches en los jardines de España», el pianista madrileño conquistó al auditorio con una personal lectura de la obra, en la que la elección de los juegos de pedal o la gama de intensidades encontraron, desde la nueva mirada, un equilibrio perfecto con la partitura, según el compromiso con la obra original que Pérez hereda de sus maestros, en el camino de la «Iberia» de Albéniz, una de sus interpretaciones más celebradas, que incluyó un registro discográfico y una nueva edición de la partitura.

El público ovetense, y el día anterior el de Gijón, pudo apreciar una versión de temperamento, a través de la combinación de lirismo sensual y rítmica incisiva que demanda la obra de Falla. Fundamental, el papel de Lockington en la interacción y el concierto del piano con una orquesta expansiva, que mantuvo el máximo nivel en sus diversas combinaciones, con un elevado sentido de la expresión musical en una interpretación, por otro lado, muy imaginativa. Como cabía esperar, Pérez regaló como propina «Asturias», de la «suite española» de Albéniz.

La música de Silvestre Revueltas -para muchos, el mejor compositor mexicano, con el que Latinoamérica llega a todas las orquestas del mundo- reveló nuevas pinceladas para el paisaje sonoro abrupto y directo de «Sensemayá», obra que puso a prueba a la OSPA, con una gran complejidad rítmica de base que, inspirada en la cadencia del «Canto para matar a una culebra», del poeta Nicolás Guillén, es necesario asentar para conseguir la consistencia y fluidez que requiere la gran amalgama orquestal.

Con Ravel de vuelta se cerró el programa. La OSPA puso de nuevo rumbo a la luz con la «Rapsodia española», en una verdadera fiesta de ritmos y tonalidades que Ravel tejió en una obra sinfónica de referencia. La orquesta fue meticulosa en los detalles del timbre sonoro, a pesar de lo arriesgado de una página que tuvo, en las directrices de Lockington, una mano de gran seguridad desde el podio, que encaminó a la orquesta con tensión y brillantez a través de una obra definitiva de genial orquestación.