Lugás (Villaviciosa),

Eduardo GARCÍA

Recuerdan en Lugás la historia de Elvira Canellada, la mujer que salvó de la hoguera la imagen románica de la Virgen de Lugás durante la guerra civil. La envolvió en un paño y «vivió» con ella durante meses, llevándola en su «mochila» para mayor seguridad durante las largas jornadas de trabajo rural.

Es la misma imagen que hoy podemos ver en el retablo de Lugás, aunque la Virgen local se parece ahora más a la Santina que a una talla del siglo XIII. Es una imagen de apenas 40 centímetros, con el niño en brazos, a la que estéticas pasadas se empeñaron en vestir. El párroco de la localidad, Agustín Hevia, archivero diocesano, ya no se la imagina sin tanta pedrería. «Y los fieles y peregrinos, menos».

Pasa Lugás por ser el segundo santuario de Asturias, tras Covadonga, e incluso Pascual Madoz, en su famoso «Diccionario geográfico» de mediados del siglo XIX apuntaba que eran más los peregrinos que se encaminaban hasta este rincón de Villaviciosa que hasta una Covadonga que de aquella vivía tiempos oscuros.

No está Lugás en el Camino de Santiago, pero le coge cerca y quizá algún ramal conectara el santuario con la «autopista» piadosa que pasaba por Asturias con destino a Compostela. La historia religiosa de Lugás viene de lejos, iglesia parroquial desde el siglo XIV y complejo de peregrinos con el cabildo más amplio del concejo (para que las gentes se resguardaran del frío), un púlpito externo, junto al pórtico, para las misas de multitud, una casa de novenas y una hospedería de peregrinos.

Un edificio anexo se conoce como El Polvorín, y supone Hevia que le viene el nombre de los tiempos en que se quemaban fogueras y ardían cohetes y ruedes de fueu en las vísperas del 8 de septiembre. «Durante los meses de julio y agosto está documentado que se pagaba a dos coheteros para que prepararan pólvora para entretener a los peregrinos».

Lo que hoy es el santuario de Lugás albergó una construcción prerrománica y muy probablemente un castro anterior. La iglesia que hoy se puede visitar, con todos los añadidos que se quiera, es del siglo XII (1180), pero la gran eclosión de las peregrinaciones surge en el XVII, así que en 1690 no quedó otro remedio que ampliar el templo. En el XVIII se instala el retablo barroco, obra de Manuel Martínez Manjoya, el mismo autor del retablo mayor de Santa María de Valdediós.

Enseña la iglesia José Luis González: «Yo llevo aquí toda la vida. Cuando don Agustín el párroco era sacristán yo ejercía de monaguillo. Era tan pequeñín que me tenían que atar la casulla para que no me cayera». José Luis cobraba una peseta por misa y un duro por entierro. Una fortuna para un bolsillo infantil de los años cincuenta.

La iglesia de Lugás se emplaza sobre una colina dominando el pueblo. Las guías culturales avisan al visitante de que es bueno detenerse frente al pórtico, sencillo pero de traza finísima y considerado como una de las principales referencias del románico asturiano.

El interior del templo genera emociones encontradas. Hay demasiadas cosas en ella, a gusto de algunos. Ese aparente recargamiento tiene que ver con la historia ligada a las peregrinaciones como lo prueban los dos paneles de exvotos colgados en la nave principal. Los hay de mediados del siglo XIX. Ortopedias de mentira, fotografías llenas de buenos deseos, amuletos de ofrenda y agradecimiento... Hay dos vestidos de niña: «Son de la misma familia. Uno lo trajo una mujer para agradecer la curación de su hija, y cuando esa niña creció y se hizo madre, también trajo un exvoto de su pequeña», cuenta Hevia.