Sevilla, Jesús ZOTANO

La entrada del sevillano palacio de las Dueñas presentaba ayer un ambiente inaudito. No es habitual que la calle donde nació Antonio Machado supere la afluencia de público que se reúne en primavera para contemplar la Semana Santa; pero ayer la ocasión era única, irrepetible: se casaban Cayetana de Alba y Alfonso Díez.

Curiosos, periodistas, personas disfrazadas para la ocasión y otros tantos indignados sirvieron de singular comitiva de bienvenida a los novios e invitados. Tanta era la expectación que incluso los asistentes que acudían en coche tuvieron que recorrer los últimos metros a pie. Entre la multitud de admiradores hubo de todo: desvanecimientos, discusiones por un lugar mejor e incluso pequeños robos.

Quince minutos antes de la una del mediodía la calle Dueñas -donde los más ansiosos llevaban esperando desde las cinco de la madrugada- se convirtió en el epicentro de Sevilla y de buena parte del país. Todas las miradas se posaron entonces en Alfonso, que acudió acompañado de la madrina, Carmen Tello.

Con anterioridad habían desfilado los familiares e invitados, entre los que figuraban Cayetano Martínez de Irujo, Alfonso, Fernando y Carlos, hijos de la duquesa; los modistos Victorio y Lucchino, diseñadores del vestido de la novia; Curro Romero, marido de la madrina; Cayetano Rivera y su novia, la modelo y presentadora Eva González; Francisco Rivera, que asistió sin acompañante... Todos fueron recibidos con efusivos saludos por parte de los allí congregados. «¡Guapo!», «¡torero!», ¡cásate conmigo!»... Los reporteros del corazón se afanaban por obtener, sin mucho éxito, alguna declaración.

El desenfadado carácter sevillano se dejó notar. Además de la esperada presencia del Mocito Feliz, que vestía una camiseta en la que declaraba su amor por Cayetana, también se pudo ver a un imitador del Rey dando la mano a diestro y siniestro, y a varias señoras caracterizadas -peluca blanca incluida- como la duquesa. «Me gusta todo de ella. Me parece una persona fantástica», aseguraba una de las disfrazadas de Cayetana.

Tanto el preenlace como el poscasamiento estuvo marcado por la sencillez: no se vieron grandes carruajes, ni exagerados tocados, ni se desplegó un extremo cordón de seguridad. Los contrayentes cumplieron con su promesa de salir a saludar. Entonces se desató la euforia y se liberó toda la tensión acumulada.