Pianista, regresó a la Filarmónica de Oviedo 66 años después

Oviedo, Javier NEIRA

Sesenta y seis años después, la pianista ovetense Purita de la Riva ha vuelto a dar un concierto de apertura de temporada en la Sociedad Filarmónica de la capital asturiana. Niña prodigio, abrió la temporada de 1945 con 12 años y ahora de nuevo, en 2011, con la sabiduría de una larga carrera que no la llevó a las cumbres internacionales sencillamente porque no quiso -o por mil circunstancias de la vida- y quizá para suerte de muchos ya que alternativamente ha desarrollado -y sigue con algunos alumnos escogidos- una inmensa labor pedagógica en el Conservatorio Superior durante casi 50 años, además de los conciertos de gran calidad que ha ofrecido y continúa ofreciendo, como se acaba de ver.

-¿Qué sintió en el reencuentro con su público de la Filarmónica?

-Me trajo muchos recuerdos. Sentí una satisfacción muy grande al verme tan querida y arropada.

-Un programa asturiano.

-No del todo, pero sí del mismo autor, don Anselmo González del Valle. Fue de los fundadores de la Sociedad Filarmónica de Oviedo y presidente de honor.

-¿Ha cambiado mucho el gusto del público?

-La «Rapsodia asturiana número 2» que interpreté la toqué yo misma hace 66 años. Cuando lo pienso, doy muchas gracias a Dios por lo dones que me concedió porque con 12 años la toqué con perfección.

-¿Cuándo vio su familia que era una niña prodigio?

-El primer concierto lo di a los 9 años e inauguré la temporada de la Sociedad Filarmónica con 12 años. Y ahora con 78 años conservo los dedos con agilidad y la cabeza porque todo empieza por la cabeza, pasa por el corazón y llega a las manos y los dedos.

-¿Cómo es su vida cotidiana?

-He sido profesora en el Conservatorio de Oviedo durante 47 años, que no es broma. No anduve por el mundo de solista como dicen que podría haber hecho. Bueno, tuve a mi madre hasta los 87 años cuidándola muchísimo. Me dediqué mucho a la familia. Mi sobrina Covadonga, a la que tanto quiero y tanto vale, vivió con nosotros hasta que se casó. Le enseñé la música que sabe, que sabe mucha. Tiene unas facultades fuera de lo común, sacó las oposiciones en el Conservatorio. Tiene asimismo la carrera de Derecho. Está casada con un chico excelente, Roberto, que es profesor en el Colegio San Ignacio.

-Un día cualquiera, ¿cómo es?, ¿piano y más piano?

-No, qué va. Cada día toco un poco para no perder facultades, cuido de mi hermana, cocino, coso y apenas salgo. Cuando se acerca un concierto dedico algo más de tiempo.

-Vive en el centro, todo a mano.

-Voy a la iglesia todo lo que puedo.

-¿Es muy católica?

-Sí, gracias a Dios, para mí es lo fundamental, es lo básico.

-Una fe de familia.

-Sí, mis padres eran profundamente creyentes, de misa y comunión diaria, rosario a diario y novenas. Tengo una profundísima devoción al Sagrado Corazón. Soy adoradora del Santísimo, voy un día a la semana, a la iglesia de las Esclavas, al lado de casa. Y voy también a los Jesuitas.

-A las Salesas...

-Ya, pero la iglesia es de los Jesuitas. Mi padre, en paz descanse; los hermanos de mi madre, mis tres hermanos mayores, todos se educaron en el Colegio de San José de Valladolid, de los Jesuitas. Mi familia es de Villalón de Campos. Y mis sobrinos y sobrinos nietos también aquí en los Jesuitas, primero en lo que había sido Academia Ojanguren.

-Volviendo a la música ¿cuáles son sus preferencias?

-Muchas. Como un goloso en una confitería, ¿qué pastel le gusta más? Por orden, Bach, Beethoven, César Franck, los románticos como Chopin, claro. Y Mozart, evidentemente.

-¿Qué recuerdos tiene del Oviedo musical de su infancia?

-Iba mucho a casa de don José María González del Valle, en la calle Campomanes. Estaba casado con una hija del marqués de Mohías. Me llevaba don Saturnino del Fresno. Don Pedro Masaveu era un habitual, dicen que tocaba muy bien pero nunca se dejaba oír. Sí le gustaba oírme a mí. Yo tocaba, a veces, con don Saturnino o con don Anselmo hijo o con don José María. Empecé a ir con 9 años. Nací en 1933, así que inmediatamente acabada la Guerra Civil. Terminé la carrera en 1945 sacando el primer premio del Conservatorio de Madrid y el premio extraordinario, y eso que iba como alumna libre y sin tener allí ningún maestro. En Madrid me examine de sexto de piano. ¿Pero tienes 10 años?, me dijo la profesora, Julia Parodi, una famosa pianista.

-¿Cómo descubrieron sus posibilidades artísticas?

-Yo creo que fue algo providencial. Otros dirán que casual. Tenía 6 años. Una monja conocida de la familia se empeñó en enseñarme música. A los 8 ya había hecho tres años de solfeo y dos de piano. Vino por Oviedo a dar un concierto José Cubiles, un gran pianista y profesor. Era amigo de un magistrado compañero de mi padre. Y vino a casa. Me oyó tocar y dijo que no me podían descuidar, que en Oviedo vivía quizá el mejor profesor de toda España, don Saturnino del Fresno. Había formado dúo con Sarasate y trío con Casals. Y así fue, pasaba de los 70, empezó a darme clase y progresé muchísimo con él. Después, en Madrid, Julia Parodi quiso cogerme como alumna y como una hija para convertirme en estrella. Mi madre dijo que no le podían dar esa puñalada a mi maestro.

-¿Por qué Purita de la Riva no es Alicia de Larrocha que lo es pero...?

-Las circunstancias de la vida marcan el camino. Muchas veces nos han comparado en el estilo, la bravura interior y los sentimientos. Estuvo aquí, en mi casa, tenía 23 años. Estaba invitada a comer en casa de don Juan Uría y doña Brígida Maqua. También fui yo. Me elogió mucho. No quería tocar después de la fabadona, decía. Otra vez la vi en la Filarmónica. Se quejaba, no sé si merece la pena, aquel hijín, aquel hijín, decía. Su niño tenía entonces 2 años. Como me contó, el crío decía: mamita abre la puerta. No, hijo, que mamita tiene mucho que estudiar. ¿Con esas manos, casi descoyuntadas por ocho y hasta diez horas diarias al piano, necesitas aún más?, le comenté. Ay, Purita, cómo se nota que no andas por el mundo porque no me hiciste caso, dijo. Cada vez te exigen más y más y más, añadió.