Gijón, J. L. ARGÜELLES

La galerista Adriana Suárez mantiene su apuesta por los nuevos artistas asturianos que asumen el riesgo de la búsqueda. Un ejemplo es la doble exposición que inauguró ayer en su hermosa sala de la plaza del Instituto, donde Jorge Floréz, gijonés de 1984, muestra siete esculturas y tres láminas que informan del trabajo de un autor ya importante pese a su juventud, mientras Carlos Suárez, avilesino de 1969, propone una elegante instalación («Ciudad satélite») en la que deja, una vez más, la señal de su contrastado talento conceptual.

Jorge Flórez, que estudió Bellas Artes en Bilbao, donde se impregnó de la riquísima tradición escultórica vasca (Oteiza, al fondo), optó por refugiarse en Güexes, en la ladera sur del Sueve. Allí tiene casa y taller del que han salido, tras meses de trabajo, concentración y frío, estas piezas que son mucho más que un tributo a la arquitectura (otra de las aficiones de un artista polifacético e inquieto), como podría pensar, tras una mirada superficial, el espectador con prisas.

Cada una de las piezas expuestas en la galería de Adriana Suárez son como rigurosas formas platónicas, perfectamente acabadas, que bien pudieran ser los planos originales que hemos visto, luego, repetirse en la naturaleza (conviene saber que Flórez es aficionado a la escalada, a ver y tocar los grandes paredones) o en las geometrías elaboradas de las ciudades. «Las obras van surgiendo en el taller; soluciono los problemas según se van presentado», explica. El artista trabaja con varias piezas a la vez. Ninguna de ellas lleva título; en realidad, no lo necesitan.

Estas obras, de una gran belleza por el tratamiento del plano y del color, al que Flórez da calidad y calidez pictóricas, tienen mucho de ascesis, de depuración de lenguajes y discursos en busca de geometrías limpias. «Necesitaba estar solo y masticar lo que había recibido», dice el artista, que ha pasado ya de la madera (pino, chapa cumen), el material de esta exposición, al acero cortén. Tiene todas las condiciones para hacer gran arte público.

La instalación de Carlos Suárez, un artista que participó con la madileña Galería Almirante en ARCO y MACO (México), plantea interrogantes a la mirada del espectador a partir de dos magníficas fotografías de un paisaje próximo a Amberes, en Bélgica, y cinco casitas de madera, al igual que el forrado suelo del que surge, también, el plano inclinado de algunas tablas.

«Me interesa la casa como eje de la intimidad y las relaciones entre el interior y el exterior, lo que está y lo que permanece fuera», indica Suárez, de quien aún se recuerda su «Paraísos artificiales». En «Ciudad satélite» hay además, pensamos nosotros, una reflexión sobre la mirada: lo que vemos y lo que creemos que estamos viendo.