Tenor venezolano, cantará «Norma» en el teatro Campoamor

Oviedo,

El tenor venezolano Aquiles Machado, uno de los mejores del mundo, cantará el próximo jueves el rol de Pollione en la ópera «Norma», de Bellini, dentro de la LXIV Temporada del teatro Campoamor de Oviedo.

-¿Cómo van los ensayos?

-Creo que muy bien, con un ritmo intenso. Hacer «Norma» en poco tiempo no es fácil. Pero el personal es muy experimentado. Y en el caso de los que damos soporte a los protagonistas, ya hemos hecho los respectivos roles, así que el trabajo se hace más llevadero. La ópera es compleja, muy larga y el margen de tiempo para prepararla es reducido. Es un título difícil de trabajar porque es muy denso y cuenta la presión de la carga dramática, que se nota en los ensayos.

-Sólo para una semiescena.

-La intención era mucho más fastuosa. El trabajo de la directora de escena Susana Gómez es fantástico, montar una obra así en tan poco tiempo es digno de tener en cuenta. Susana es una joven con un talento muy particular. Yo soy una persona muy tranquila, pero aquí hay otros artistas con fuertes personalidades y no es fácil. Los nervios pueden saltar, al menos hasta hoy hemos estado muy tranquilos.

-¿Impuesto en su rol?

-Pollione, mi papel, está cargado de testosterona y explota por el lado hormonal. Es un hombre muy ocupado, un militar con muchas responsabilidades. Y en medio de esa vorágine el estrés le hace explotar. Es un hombre muy mal educado, muy mal criado. Está acostumbrado a conseguir lo que quiere. Es macho y encima apoyado. Cree profundamente que la vida debe vivirse con absoluta pasión. Y no tiene temor. Incluso rapta a la mujer que ama. Cree en su patria, en su ejército, siempre con gran intensidad. Tiene ese punto de chulería que lo hace atorrante y avasallador. Pasa por encima de la vida de las personas.

-¿Lo conoce bien?

-Sí, lo hice más veces. Extrañamente, es frecuente que se haga en concierto. Una vez lo hice en escena. Es una ópera complicada de llevar a escena porque está llena de una música romántica, soñadora, melancólica y hermosa mientras que en el escenario se desarrolla una tragedia griega. Por eso no es fácil hacerla. Estas opciones casi sin escena, introspectivas, como si fuese teatro griego, dan muy buenas prestaciones.

-Venezuela y la música clásica llevan a recordar el sistema de orquestas juveniles del maestro Abreu.

-Crecí en esas orquestas. Toqué el fagot en esas orquestas, estudié en sus conservatorios y mi primer profesor de canto era de los coros del sistema. Conozco a todos los de mi generación. El sistema supone un esfuerzo muy largo y difícil, con frutos internacionales. Ayuda a cambiar la realidad de muchas personas, enriqueciendo la vida cultural, docente y pedagógica. La obra del maestro Abreu es encomiable.

-Los cantantes hispanos están entre los mejores del mundo, ¿ayuda el idioma?

-Los latinos, por incluir italianos y franceses, tenemos unas vocales abiertas y generosas y eso ayuda para cantar. En otros idiomas nos encontramos con ciertas dificultades, aunque todo se consigue con trabajo. Nuestra habla cotidiana nos ayuda a tener una preferencia por la sonoridad en las vocales.

-¿Siente el vértigo de las cumbres?

-He sido bendecido con un enorme complejo de inferioridad, así que nunca me he sentido en la cumbre a lo largo de mi carrera profesional. Siempre que veo las cosas que hago busco defectos y encuentro muchos más defectos de los que creía que existían y me pregunto cómo hacer lo que hacen tan bien los demás. Quiero hacer las cosas bien. No tengo la presión de estar en la cumbre, nunca he tenido la presión mediática o de las agendas súper llenas. En las producciones siempre quiero ser el primero que llega y el último que se va.

-¿Es tan trabajador?

-Es que me gusta hacer todos los períodos del ensayo y llegar con tiempo. De lo contrario, me surge una angustia muy grande. Tengo la necesidad de trabajar aprovechando al máximo el tiempo. Además, el éxito no tiene nada que ver con la calidad de las cosas, hay que vivir lo que se hace e incorporarlo a la mecánica y a la química del cuerpo.

-¿Qué papeles le gustan más?

-En uno de los que me siento más cómodo es el Rodolfo de «Bohème». Es de los primeros que canté y se mantiene en mi repertorio. Me siento muy cómodo cantando Verdi, una vocalidad en la que me siento sano y saludable.

-¿Qué no cantaría?

-Muchas cosas. Por ejemplo, a Wagner nunca llegará mi vocalidad. Y nunca canté y ahora sería imposible óperas de Rossini y compositores similares.

-De nuevo en Oviedo.

-Oviedo me encanta porque tiene la magia precisa para mantenerse en cautiverio. Oviedo, a ver si lo explico, es el sitio ideal para cualquier persona que quiera escapar de la realidad de las grandes ciudades mortíferas y, al tiempo, tener a mano todo lo necesario. Si me persiguiese la Policía me refugiaría en Oviedo, un sitio donde uno puede estar tranquilo. Las personas que necesitan pensar, escribir o trabajar con un instrumento tienen aquí la tranquilidad necesaria. Caminas tranquilamente por la calle y hablas con los que conoces y puedes enlazar en seguida con los que no conoces. En Oviedo todos, desde el que vende zapatos al director del teatro están muy informados de todo. No hay esa mala especialización que se ve en otros sitios. Soy campesino, nací en una ciudad pequeñita, Barquisimeto...

-No es tan pequeña.

-Ahora no, pero cuando nací sí era pequeña. Siempre añoro cómo salíamos a la calle de niños, cuando llovía, a jugar en ropa interior. En las ciudades grandes, sin embargo, te encierras en una parcela con rejas y ventanas que no dan al exterior y los seres humanos se convierten en individuos. En Oviedo o en Parma, por ejemplo, ves aquella magia perdida en otros sitios.

-¿Y el público?

-Canté en la gala de los premios líricos del teatro Campoamor, en una zarzuela y en dos conciertos en el Auditorio. Oviedo tiene un público generoso y feroz, aplaude mucho a los artistas y señala qué hiciste mal. Es un público que entiende y sabe de música.